La pandemia que enfrenta el mundo en estos momentos es, sin duda, una de las mayores de la historia de la humanidad, comparable con la Peste negra, que tuvo lugar a mediados del siglo XIV en Europa, y La gripa española de 1918 que alcanzó el mundo entero. Hoy la humanidad tiene la ventaja de los avances científicos de la medicina, para enfrentar una epidemia, pero tiene la desventaja de la globalización, las personas y las mercancías recorren el mundo entero llevando el virus de un lugar a otro en poco tiempo.
La Peste negra hizo presencia en Europa y unos pocos países asiáticos. La historia no registra presencia de la enfermedad ni en la India ni en la China y América aún estaba aislada del viejo continente. El número de muertes por la peste alcanzó una tercera parte de la población europea, que en aquel momento era de 80 millones de personas; la causa de la peste era una bacteria, Yersinia pestis, pero entonces no se conocían los antibióticos, la ciencia médica era prácticamente inexistente. Lo único que pudieron descubrir fue que la peste venía en la ropa de los comerciantes por la Ruta de la seda y sospechaban que se había originado en la Arabia feliz, actual Yemen. Por su parte, La gripa española, que cubrió todo el mundo, mató 50 millones de personas, que hace 100 años era el 3.3 por ciento del total de la población.
Las pandemias tienen irremediablemente relación con la economía. Se encargan, sobre todo, de poner al descubierto las debilidades de la organización económica de un país. Me voy a referir a dos aspectos: la insuficiente formación de los economistas, para enfrentar una pandemia, y la amenaza del modelo neoliberal.
Las noticias económicas, en Colombia y en el mundo, hablan fundamentalmente de la cotización de las acciones en la bolsa de valores y del posible freno del crecimiento del PIB. Pero, no entienden los economistas que el movimiento de la bolsa de valores no le calma el hambre a nadie ni cura ninguna enfermedad. También siguen preocupados por el déficit fiscal, dando más importancia a la regla fiscal que a la amenaza del Covid-19. Nada dice la teoría económica, por ejemplo, de las personas que viven del rebusque y, ante la necesaria medida de aislamiento, se quedan sin comida. Y los economistas no pueden decir nada sobre los temas de la vida real porque en los programas neoliberales de Economía, que son los del mundo entero incluido el de la Udenar, nada aprendieron sobre las necesidades de los seres humanos concretos, solo aprendieron sobre modelos matemáticos que nada tienen que ver con la vida de la gente.
La manera neoliberal de organizar la sociedad, que rige el mundo capitalista desde la década de los años ochenta, es enemiga de la vida, particularmente de la vida humana. En Colombia, desde los años noventa, se entregó el país a la empresa privada. El gobierno entregó al mercado la salud, la educación, la vivienda, las pensiones, la investigación científica, los servicios, los aeropuertos, las vías, etc. La pregunta fundamental que debemos hacernos hoy es esta: ¿la ganancia o la vida? En una sociedad privatizada, se plantea la falacia de sálvese quien pueda, es una falacia porque quienes pueden son quienes tienen, quienes no tienen dinero no se salvan. Ya empezamos a ver cómo se responde a la amenaza de la pandemia, desde los intereses privados. Compárese la respuesta de un estado responsable al servicio de su sociedad, como China, y un Estado neoliberal al servicio del capital, como Italia. China construyó en diez días un hospital para mil pacientes, cuando la amenaza apenas empezaba. Un país neoliberal tiene que esperar hasta que la amenaza esté desbordada y luego permitir que los empresarios “compitan” a ver quien se queda con el contrato y, después de asignado el contrato, lidiar con los engaños para aumentar el presupuesto inicial. Y, mientras tanto, los pobres siguen muriendo. El resultado es palpable. En china, con una población de 1.400 millones de personas, han muerto por el covid-19 algo más de 3.250 personas, mientras Italia, con 60 millones, donde el virus llegó después que a China, tiene cerca de 5.500 muertos.
Es claro que la responsabilidad del modelo neoliberal es de la clase burguesa, particularmente el ala de la derecha, pero en nuestro medio debemos identificar nombres propios. Primero está el señor Cesar Gaviria Trujillo, presidente de Colombia entre 1990 y 1994, quien en su discurso de posesión dijo: “bienvenidos al futuro”, con la idea de que el futuro era necesariamente neoliberal; se trataba de una consigna similar a la de Margaret Thatcher, uno de los cerebros mundiales del neoliberalismo, junto con Ronald Reagan: “There is no alternative”, fuera del neoliberalismo no hay alternativa, no hay futuro. La ley 100 de 1993, que privatizó la salud, tiene un responsable que se llama Álvaro Uribe Vélez. Y hay otros nombres que debemos conocer.
El actual gobierno parece muy preocupado por el problema, pero las medidas que ha tomado no superan los límites del modelo. Por su parte, la oposición se ha mostrado timorata en su apoyo al gobierno, sin exigir medidas de fondo. Estoy de acuerdo en que todos debemos, en estas circunstancias, apoyar al gobierno pero no incondicionalmente, porque sabemos que las medidas neoliberales no llevarán a los resultados que esperamos. Una de las medidas económicas del presidente Duque consiste en darle plata a las EPS, para que se responsabilicen de la solución del problema de salud. Pero, hay suficientes evidencias de que las empresas privadas no pueden resolver un problema de esta magnitud, la solución radical debería ser la nacionalización de la salud y el cambio del actual gabinete de ministros neoliberales por un grupo de hombres y mujeres que puedan comprometerse con la defensa de la vida de todos los colombianos.
Finalmente, quiero hacer un llamado a la calma. Yo sé que este no es un acto voluntario, pero ante lo irremediable la angustia no sirve de nada y seguramente con calma se pueden tomar las decisiones más adecuadas. El coronavirus no le teme a la angustia de sus víctimas, pero sí le teme a las manos limpias.
El coronavirus no le teme a la angustia de sus víctimas, pero sí le teme a las manos limpias.
Julián Sabogal Tamayo