Por crítica se suele entender muchas cosas. Por ser una categoría de mucha importancia en los tiempos que corren, los integrantes de la Asociación Colombiana de Economía Crítica tenemos, en este aspecto, gran responsabilidad frente al país. Hay consenso en que la pandemia traerá una crisis múltiple, tal vez inédita, frente a la cual hay diferentes opciones. Algunos querrán regresar al pasado y otros buscarán una salida aún más a la derecha, por eso los que tenemos un pensamiento crítico debemos unirnos entorno a una alternativa diferente, ni más de lo mismo ni una salida fascista.
Me propongo, en este corto artículo, compartir unas reflexiones sobre el concepto de crítica. Mi reflexión tiene como base fundamental los planteamientos al respecto de Estanislao Zuleta, particularmente en el epílogo a un libro reciente, una colección de textos de distintas épocas, titulado Platón. Por supuesto, no espero que la sola crítica teórica cambie el mundo, ya el joven Carlos Marx escribió en su artículo La cuestión judía (a los 25 años), lo siguiente: Es verdad que el arma de la crítica no puede substituir la crítica por las armas; la violencia material solo puede ser derrocada con violencia material. Pero también la teoría se convierte en fuerza material, cuando se apodera de las masas. Las fundamentales armas de las masas, que Marx tenía en mente, son la organización y la movilización.
El planteamiento de Estanislao es que la ciencia moderna hunde sus raíces en la Grecia Antigua, precisamente porque en esta sociedad existió la crítica. Entre los griegos de la época clásica no existía una verdad predeterminada, revelada; las concepciones mitológicas del mundo eran descritas por los poetas y contra los poetas no existe la herejía, por lo tanto, el pensamiento era libre. La crítica libre, junto con la lógica, también de origen griego, terminó por constituirse en una teoría del conocimiento.
Claro que la libertad, en este caso, tiene una cara que podemos llamar negativa. Existe el peligro de creer que no existe en realidad ninguna verdad sino solo verosimilitud, cosas que a uno le parecen verdaderas; cada cual tendría su verdad según le provoque… Cada hombre sería la medida de todas las cosas, cada cual tendría su propia verdad, porque no hay criterio alguno de verdad exterior.[1] Este peligro se hizo realidad con los sofistas contemporáneos a Sócrates y los posmodernos de finales del siglo XX.
En vista de que el concepto de crítica se ha tornado polisémico, cada quien parece utilizarlo según su conveniencia. Los integrantes de Acecri estamos llamados a construir una crítica que cumpla, a mi entender, dos requisitos: tener fundamento teórico y contribuir a la construcción de conocimiento.
Existen al menos tres clases de crítica:
1ª. La crítica vulgar, que se caracteriza por dirigirse contra la persona que opina, mas no contra su opinión. Un buen ejemplo de la crítica vulgar es la que practica el actual presidente de los Estados Unidos. Veamos un ejemplo. Jim Mattis, exsecretario de Defensa de Estados Unidos, se pronunció contra Donald Trump por no intentar unir al pueblo, a lo cual Trump respondió diciendo que Mattis es el general más sobrevalorado del mundo. A simple vista, esto podría significar que si Mattis fuera un gran general, su afirmación sería verdadera; pero realmente no es esa la idea, lo que espera Trump es que al desprestigiar al general nadie lo tenga en cuenta. Tenemos, en este mismo sentido, ejemplos en los panfletos de los políticos donde la crítica se constituye en verdaderos duelos de insultos y, al final, nadie recuerda qué le dio origen a ese duelo; esto, por supuesto, no le aporta nada a nadie, salvo la posible satisfacción subjetiva del insultador por haber utilizado el insulto más contundente. Por ejemplo, en las discusiones con los miembros del nuevo partido Farc, el calificativo más frecuente es de “asesino” o “narcopolítico”. Es obvio que quien utiliza estos calificativos sabe bien que con esto no aporta nada ni a la política ni a la solución de algún problema social, seguramente espera que al dar ese calificativo al contrincante hace que este no obtenga muchos votos en las próximas elecciones. Todo indica que el interés verdadero de los políticos tradicionales son las próximas elecciones.
2ª La crítica dogmática. Esta crítica se ejerce con base en la verdad de quien critica. La equivocación del otro no se busca en el contenido de su opinión, sino en la verdad que defienda; por ejemplo, los calificativos de comunista o castrochavista se toman como un argumento contundente contra determinada opinión.
3ª La crítica desde la razón. Esta crítica se dirige exclusivamente a las opiniones del otro, que deben refutarse con argumentos racionales o con pruebas de la realidad concreta. Los dos grandes críticos de la historia son, creo yo, Sócrates y Carlos Marx. El caso de Sócrates es evidente, como lo muestra Platón. Marx creó una teoría que llamó Crítica de la Economía Política –se entiende por Economía Política al pensamiento burgués– Marx no insulta al principal representante del pensamiento burgués en su momento que era David Ricardo, al contrario, lo trata con gran respeto. Lo que hace es lo siguiente, toma por ejemplo la teoría del valor de Ricardo, precisa su validez histórica y su punto débil y termina con una propuesta que lo supere. En este caso, lo nuevo es el carácter histórico del valor.
He invitado al filósofo Sócrates a que sostenga un diálogo con uno de los ministros del gobierno del doctor Duque.
Sócrates. Señor ministro, hace poco, ante la preguta sobre la posibilidad de que el gobierno apoye financieramente a la empresa Avianca, usted respondió que esa financiación era posible, pero que el interés del gobierno no es el de ayudar a la empresa ni a los accionistas sino a la capilaridad de la empresa. ¿Qué quizo decir?
Ministro. La idea es que nuestro interés es la capilaridad. Es decir, los recorridos que hacen los aviones transportando los pasajeros a los destinos que estos necesiten. Esta es nuestra preocupación, no la empresa ni sus accionistas.
Sócrates. Aunque la palabra “capilaridad” me parece innecesaria, ya empiezo a entender. Pero hay otros aspectos que aún no entiendo. El pasajero necesita, de una parte, un puesto en un avión, y, de otra, que el avión cambie de lugar en el espacio; que vuele, por ejemplo, entre Bogotá y Tumaco. Este beneficio nada tiene que ver con que exista una empresa o que esta tenga accionistas. Como el gobierno quiere garantizar que el pasajero obtenga esa utilidad (valor de uso), tendría dos opciones, una, ordenar que un avión se parquee en el aeropuerto de Bogotá y, después de que recoja los pasajeros, vuele a Tumaco y deje aquí los pasajeros y, una segunda opción, puede entregar a cada pasajero el dinero necesario para que compre un tiquete y obtenga el beneficio del traslado. De esta manera, cumple con la capilaridad. ¿Es esto lo que piensa hacer?
Ministro. Ninguno de los caminos que usted menciona son posibles. Las cosas en nuestro ordenamiento social tienen sus condiciones. Los servicios, como el transporte aéreo, los prestan necesariamente las empresas, como es el caso de Avianca, y estas tienen propietarios que, generalmente, son accionistas. El problema hoy es que, por la Pandemia, se han suspendido los vuelos de los aviones y, por lo tanto, la empresa ha dejado de recibir ingresos, que son las ganancias de los accionistas y esta es la razón de ser de la inversión de capital. Por lo tanto, debemos darle apoyo financiero a la empresa para que, de esa manera, funcione todo el mecanismo y se satisfaga la capilaridad.
Sócrates. Yo utilizaría otro mecanismo más sencillo y más directo para satifacer la necesidad de quienes necesitan viajar, por supuesto cuando la Pandemia lo permita. Me olvidaría de la empresa y de los accionistas, decretaría suspendida temporalmente la propiedad sobre los aviones y los utilizaría cuando fuera necesario.
Ministro. Esa es una propuesta castrochavista, inaceptable en una sociedad democrática de mercado libre, como la colombiana.
Sócarates. Ya voy entendiendo. Pero me queda la sensación de que lo de la “capilaridad” es una distracción que permite garantizar los rendimientos financieros de los accionistas de Avianca. Pero, como hay algunos conceptos que en mi época no existían voy a llamar a un amigo moderno, para que me explique. Este se llama Carlos Marx.
Sócrates. Carlos, despues de escuchar mi diálogo con el ministro, ¿podrías precisarme algunas cosas?
Marx. Con mucho gusto. Uno de los descubrimientos que hice, al estudiar el capitalismo, fue que lo que aparece en el mercado, lo que todo el mundo ve, es solo una parte de la realidad, la cara externa de la realidad, la forma en que la realidad se presenta. Pero la realidad tiene otra cara, la cara interna, que es su esencia. En el mercado todos somos iguales, intercambiamos cosas con igualdad de derechos. La relación entre el obrero y el capitalista (propietario de los medios de producción) también tiene la apariencia de equidad: el obrero trabaja y recibe a cambio un salario, además, lo hace libremente; en cualquier momento puede abandonar el trabajo y no hay manera de obligarlo a permanecer en él. Pero en la producción, lejos de las miradas de los transeuntes, el obrero entrega una cantidad de trabajo, que materializa en mercancías, que no es equivalente a la cantidad de trabajo que recibe en forma de salario. Entre la cantidad de trabajo que el obrero le imprime a las mercancías y la cantidad que recibe en forma de salario hay una diferencia que es la plusvalía, esta es creada por el obrero y apropiada por el capitalista, a cambio de nada. Además, la libertad del obrero para abandonar un empleo también es aparente. Puede abandonar a un capitalista pero no a la clase de los capitalistas. La disyuntiva del obrero es vender su capacidad para trabajar por un salario, siempre inferior al valor que él crea, o morir de hambre junto con su familia.
Estas verdades esenciales, que no están a la vista de todo el mundo, son sometidas a disputa permanente. De un lado, los pensadores que estamos del lado de los trabajadores por tratar de develarlas, de ponerlas al alcance de la comprensión de los trabajadores y, del otro lado, los pensadores que están del lado del capital por tratar de esconderlas cada vez más, por impedir que se comprendan.
Sócrates. Y, en tiempo de pandemia, ¿cómo es la cosa?
Marx. La pandemia impide trabajar. Como el trabajo es el que crea valor, hay crisis en la economía. Por su parte, los gobiernos pertenecen a los capitalistas, salvo escasas excepciones, no hay gobiernos de los obreros. La misión de los gobiernos del capital es defender sus ganancias. Pero no lo pueden hacer a luz del día, sino dando la apariencia de que defienden el interés de toda la población. Una de las formas de esconder sus verdaderas intenciones es inventar palabras encubridoras, echar sobre la realidad capas de frases, muchas de ellas incomprensibles para la mayoría de las personas, a fin de encubrir la defensa de los intereses del capital.
Estas sencillas reflexiones son solo una invitación a que pensemos en el tema. En estos momentos históricos el dilema es: el capital o la vida. Los gobiernos de derecha niegan el dilema para ocultar su opción por el capital. La pandemia pasará y luego los que sobrevivan (o sobrevivamos) deberán buscar opciones: regresar al mundo de antes de la pandemia, que no era bueno; ir hacia un mundo peor, el que propone la derecha fascista; buscar un mundo mejor, que no está escrito: se hace camino al andar. El mundo mejor tenemos que empezar a pensarlo ahora. El camino teórico para la búsqueda es la crítica, una crítica no vulgar ni dogmática.
[1] ZULETA, Estanislao (2019) Leer a los clásicos, Medellín: Sílaba editores, pág. 153.