Ambicioso propósito resulta escudriñar la lengua;
ya que con ella te arrullas, ya que sin ella te desmayas,
te envaneces y desquicias;
te acompañas y te aíslas en el dolor
y, cuando las lágrimas corren por tus mejillas,
te enfureces entre significados sin sentido.
La lengua alimenta tu imaginación y crea tu verdad;
tu fantasía le da paso a tu realidad
y tu creatividad anida en tu cerebro
y vuela con la sociedad.
Entonces, en este intríngulis, no es la palabra,
sino que son los eventos de habla, los que cuentan;
porque, la palabra no es tanto lo que significa,
sino lo que sirve para significar.
Por eso, los eventos del habla no son lingüísticos,
son sociales, son culturales, y tampoco están vivos,
pero sí dan vida, en un lugar sin tiempo,
en un sistema inventado y momentáneo.
Esto es lo que someramente ocurre en un Evento de Habla:
catalogo el momento y las características del Receptor,
por medio de la información semiótica que me transmite;
reflexiono sobre la pertinencia de mi discurso;
busco si hay algo compartido en el tema,
utilizo vocablos de acuerdo con la información captada,
que está en mis posibilidades de lenguaje – pensamiento;
¿Cuánto tiempo necesita el cerebro para ejecutar esta labor?
Creo, que deberá medirse en unidades cuánticas (¿?)
¿Y, entonces, la escritura?
Pues, se devanea entre la dictadura de la gramática,
el hilo del relato y la locura del verso;
se confunde entre la originalidad y la imitación;
como la moda y la explotación,
en una imposición disfrazada,
con el negocio publicitario.
A esto auméntale el valor que le imprime el uso
con el léxico consignado en la cuenta del texto
y asegurado con los signos de puntuación;
que, en una caída de la Bolsa,
también tu discurso se devalúa.