Promueve la comprensión de nuevos sentidos basados en principios de autonomía y democracia en el ámbito escolar.

 

Abordar el estudio de la evaluación en educación desde una perspectiva contemporánea, es también asumir la revisión teórica del currículo pensado y diseñado desde la racionalidad crítica. Esta posición toma distancia del enfoque técnico, el cual ha influido de manera determinante en la pérdida del rol protagónico de los profesores y en su responsabilidad como intelectuales y trabajadores de la cultura. Y como la costumbre se hace ley, en la mayoría de los casos, el desempeño de los profesionales de la educación ha estado dependiendo, como lo describe Giroux, H. (1990), de lo pensado por los técnicos y expertos externos a la escuela. El mencionado autor plantea que la tarea de los profesores se reduce a la de “técnicos superiores” que desarrollan las decisiones de especialistas ajenos al ámbito escolar; agrega que la tarea central de los profesores debe ser una tarea intelectual, aludiendo a la propuesta de que ellos se deben convertir en “intelectuales transformativos” de sus prácticas cotidianas. En consecuencia, la mirada instrumentalista se inscribe en el denominado proyecto de colonización de las conciencias, de la cultura y de la autonomía, la cual persiste en instaurarse en todos los ámbitos de la actividad humana, en contraposición a los movimientos de resistencia ya conocidos y liderados por el profesorado en favor de la libertades de enseñanza, de cátedra y de investigación en el contexto educativo.

 

La intencionalidad de los sistemas que promueven y propician una concepción técnica del currículo y de la evaluación, conciben al docente como un simple operador, como un ser enajenado de su condición de sujeto, cuya función es la de apropiarse del conocimiento que enseña (portador del saber) para ser trasmitido en forma instrumental, bajo un discurso culturalmente homogeneizado, en respuesta a los proyectos economicistas de los planificadores de la educación. Contrario al anterior planteamiento, se privilegia el enfoque crítico que se refleja el tránsito del maestro “portador” de saber, al maestro “productor” del saber que enseña. En consecuencia, tanto el currículo como las evaluaciones que cotidianamente se desarrollan en el aula, deben ser el resultado de la condición histórica de los profesores, considerados como sujetos sociales y no como objetos al servicio del sistema educativo en el cual desarrollan su enseñanza.

 

Por estas consideraciones, el Maestro hoy, más que un “enseñante” debe ser un “Sujeto Político” (Gutiérrez, F. 1985), con dimensión ética y pedagógica, capaz de liberarse de los intereses técnicos e instrumentales que prevalecen en la educación. Sin embargo, es necesario reconocer que a pesar de todos estos “males”, el Maestro ha sido siempre un actor silencioso que construye un mundo de sentido, más allá de estas políticas de sujeción, y a la vez promueve la formación de sujetos históricos diversos, libres y autónomos al interior de la escuela que tanto se critica. Por tanto, es pertinente aludir que al contrario del sujeto ideal, uniforme y acrítico, producto de políticas economicistas globales, es necesario fortalecer, desde la escuela, la formación de un sujeto diverso, polifónico, autónomo, que reste eficacia al impacto histórico de las políticas de estandarización y medición propiciadas a través de la evaluación de los aprendizajes. En consecuencia, cobra vigencia el debate a partir del interrogante ¿cuál es el rol asignado al Maestro en el contexto de la complejidad del currículo, de la evaluación de los aprendizajes y de los estándares en el marco de las políticas de Estado?

 

el Maestro hoy, más que un “enseñante” debe ser un “Sujeto Político” (Gutiérrez, F. 1985), con dimensión ética y pedagógica, capaz de liberarse de los intereses técnicos e instrumentales que prevalecen en la educación.

 

La segunda consideración, es la relacionada con los ambientes pedagógicos de las instituciones educativas, a propósito del análisis del currículo y la evaluación con enfoque crítico. Es pertinente recordar que la autonomía y la democracia son los ejes fundamentales sobre los cuales se construyen los ambientes pedagógicos en las instituciones educativas. Sin embargo, este propósito se tergiversa por factores sociales políticos y económicos externos ligados a las políticas y modelos que limitan toda posibilidad de desarrollo, de participación, de equidad y de compromiso, frente a la toma de decisiones colegiadas al interior de las comunidades educativas.

 

Por otra parte, el análisis sobre la categoría “Evaluación de los aprendizajes” en el contexto de los ambientes educativos, lleva a deducir equivocadamente que se trata de la concepción del “Estado evaluador”, con una intencionalidad orientada al control económico de los recursos de la educación, de la salud y del bienestar comunitario. Es evidente que esta política de Estado busca óptimos niveles de rendimiento, mayores controles y evaluación por resultados y no por procesos. Así, la evaluación se ubica en el centro de la acción pedagógica, a la cual se le otorga un rol destacadísimo en la medición de los aprendizajes, propiciando el control externo de las actividades de los profesores y de las instituciones en un ejercicio minucioso de la tendencia oficial de la rendición de cuentas.

 

 

Desde esta perspectiva, se puede afirmar que, tanto al currículo como a la evaluación se le otorgan las funciones de control social, de poder y de clasificación, lo cual ha generado la evidente discriminación y exclusión de niños, niñas y jóvenes del sistema educativo. En consecuencia, el enfoqué técnico instrumental del currículo y de la evaluación propician un debilitamiento de la autonomía y la democracia escolar, de la participación de los profesores, estudiantes y padres de familia en las diversas actividades, debido a las características de un currículo centralizado y único, y de una evaluación estandarizada.

 

Lo anteriormente descrito, sobre la realidad educativa latinoamericana, genera enfoques teóricos emergentes como la propuesta del currículo y la evaluación críticos, inscrita en el paradigma epistemológico cualitativo – interpretativo, que promueve la comprensión de nuevos sentidos basados en principios de autonomía y democracia en el ámbito escolar, orientados a la construcción de ambientes de aprendizaje propicios para el desarrollo humano. De esta manera, la perspectiva crítica del currículo y de la evaluación debe contribuir a la construcción de un proyecto de sociedad justa y equitativa con una dimensión de futuro que supere la incertidumbre y la ausencia de esperanza.

 

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