Mientras en un extremo se acumula la riqueza, en el otro se acumula la miseria.
Una investigación reciente de Oxfam* demuestra que la desigualdad en el mundo no ha cesado de crecer. Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante. En 2015, sólo 62 personas –53 de ellas varones– poseían la misma riqueza que 3.600 millones (la mitad más pobre de la humanidad); en 2010, eran 388 personas las que igualaban al 50% de la población. En los últimos 30 años el tamaño de la economía mundial se ha más que duplicado, mientras que en solo cinco años la riqueza en manos de la mitad más pobre de la humanidad se ha reducido en un 41% y las 62 personas más ricas han visto crecer su riqueza en 44%.
Los estados, que en todo el mundo están en manos de los ricos, favorecen a estos en contra de los pobres. Por ejemplo, el pago de impuestos se carga a los pobres con impuestos indirectos, como el IVA. Los ricos, por su parte, reciben todo tipo de exenciones además de que tienen los medios de evadir y eludir el pago de impuestos. Una de las maneras de no pagar impuestos es escondiendo su dinero en los llamados paraísos fiscales; los depósitos de capitales en estos paraísos asciende ya a 7,6 billones de dólares; para tener una idea de lo que esta suma significa, digamos que es equivalente al PIB del Reino Unido y Alemania juntos. El multimillonario Warren Buffett –el cuarto hombre más rico del mundo, según la revista Forbes– ha dicho que él paga menos impuestos que la persona encargada de la limpieza en su oficina. Eso es lo que en Colombia llaman “confianza inversionista”. La comisión “independiente” de especialistas en Colombia, que hizo recomendaciones para una reforma tributaria, apunta en el mismo sentido, más impuestos indirectos –que son los que pagamos todos– como el IVA y menos impuestos directos –los que pagan más los que más tienen–.
Lo que dice la teoría económica es que se debe estimular al empresario para que invierta, con lo cual aumenta la producción y todos saldríamos ganando. Los hechos, en cambio, son tozudos y muestran una y otra vez que el crecimiento de la producción no significa beneficio general, sino más riqueza para unos pocos e igual pobreza para la mayoría; en lo que va corrido del presente siglo, la mitad más pobre de la población del planeta sólo ha recibido el 1% del incremento de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa “nueva riqueza” ha ido a parar a los bolsillos del 1% más rico. Pero los economistas –al menos en su inmensa mayoría– no se dan por aludidos y siguen repitiendo la misma afirmación contraevidente.
La desigualdad está no solo en la riqueza, sino también en los ingresos por salarios o sueldos. Por ejemplo, el presidente de la principal empresa de tecnología de la información de la India gana 416 veces más que un trabajador medio de esa misma empresa. Y entre la desigualdad de los salarios, las mujeres en general reciben salarios más bajos que los hombres. Una prueba de esto es que entre 2001 y 2011, los salarios de los trabajadores del sector textil disminuyeron en términos reales en la mayoría de los 15 principales países exportadores de este producto; en esta rama de la producción la mayor parte del personal ocupado pertenece al sexo femenino. Además de tener los salarios más miserables, las trabajadoras tienen su vida en mayor riesgo; en abril de 2013 murieron 1.134 trabajadoras en el derrumbe de la fábrica Rana Plaza en Daca Bangladesh y solo en ese momento el mundo tuvo noticia de las condiciones de trabajo semiesclavo de estas personas, ellas recibían un promedio de 30 dólares al mes.
Incluso en el cambio climático mundial se puede apreciar la diferencia entre ricos y pobres. La mitad más pobre de la población mundial tan solo genera el 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, pero son los pobres, por vivir en zonas más vulnerables, los que más sufren las consecuencias del cambio climático. La huella de carbono* media del 1% más privilegiado de la población mundial podría multiplicar hasta por 175 la del 10% más pobre. Para dar un ejemplo, digamos que Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos, a pesar de ser un abanderado de la lucha contra el cambio climático, posee un Jet privado por lo cual la huella de carbono que provoca es infinitamente mayor, por el consumo de combustibles fósiles, que la de un pequeño campesino que los únicos gases de efecto invernadero que aporta son los de la respiración y el estiércol de su vaca de leche.
La desigualdad seguirá creciendo indefinidamente, mientras se siga difundiendo la falacia de que en la economía existe la libre competencia. Esta competencia dejó de ser libre desde finales del siglo XIX –la competencia libre solo sigue existiendo en los textos de Microeconomía– y la competencia realmente existente es la monopólica, que es una competencia entre desiguales –entre zorras y gallinas– por lo cual es fácil predecir quién gana y quién pierde en tal competencia. Es decir los ricos serán cada vez más ricos, ganadores en la competencia, y los pobres cada vez más pobres. Los estados capitalistas no pueden intervenir en favor de los más pobres, porque los políticos son ricos o se deben a los ricos. Basta ver lo que sucede en las negociaciones del salario mínimo en Colombia.
Los hechos históricos indican que el incremento de la desigualdad en el mundo es una tendencia irremediable: mientras en un extremo se acumula la riqueza, en el otro se acumula la miseria. Un pensador alemán lo había dicho hace 150 años, estas son sus palabras:
La ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación… determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario…acumulación de miseria…**.
A mi modo de ver, Oxfam no llega al fondo de las causas del problema de la desigualdad, porque considera que la solución al problema estaría en la voluntad de los políticos. La pregunta es la de la fábula de Lope de Vega: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
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* La huella de carbono es la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por efecto directo o indirecto de la acción de un individuo, organización, evento o producto.
** MARX, Carlos (1976) El capital, tomo I, Bogotá: Fondo de Cultura Económica, pág. 547.
Fotografías: Jaime Cañizares, colaborador Udenar Periódico.