El virus que se mueve como el viento, que desde un país lejano se levantó como monstruo para espantar a la humanidad, ha puesto al mundo de rodillas, ricos-poderosos; pobres-miserables; grandes y prepotentes imperios; pequeños y humildes pueblos; ancianos y niños, mujeres y hombres, todos hemos sido humillados, de nada ha servido el dinero, el capital, las tierras, los bienes; la población del planeta ha mostrado impotencia a su paso arrollador, ataca a todos por igual, muchos caen abatidos y no obstante la fortuna que poseen mueren sofocados implorando una dosis mínima de aire, otros, son abandonados y nadie quiere mirar el gesto y la marca que el monstruo dejó en su rostro, algunos sufrirán dos incineraciones, la de ésta miserable tierra y la del más allá en algunos de los círculos que poéticamente Dante describió. A disfrutar el goce de la paz eterna, pocos irán.
El pequeño-gran monstruo de nombre COVID-19, en su indetenible paso ha generado una red de contaminación entrecruzada, indescriptible, es como un tejido sin diseño por donde se mueve libremente, si te atrapa y caes en esa enmarañada red te devora como hacen las arañas con los pequeños insectos, si por suerte evades su letal ataque y vuelves a vivir, ya no serás el mismo, algo cambiará y la mutación de tu vida, con seguridad, será para bien.
El virus biológico ha puesto al descubierto otros virus que llevan mucho tiempo incrustados en el cuerpo de este país, estos se han vuelto crónicos, al igual que para el COVID-19 no se visualiza vacuna alguna, en algunas partes del organismo ha hecho metástasis pero, en actitud masoquista padecemos resignadamente el dolor sin pretender hacer nada por erradicar la enfermedad, lo sufrimos con una paciencia que hasta el mismo Job, aquel hombre bíblico resignado y paciente como nadie, se admiraría. En Colombia, al lado de todos los dolores seguimos ostentando el record de ser “los más felices del mundo”, tamaña paradoja e inmensa y brutal conformidad.
¿Qué devela esta pandemia en nuestro país?. Ha sacado a luz lo que significa privatizar los servicios públicos como la salud. Si el monstruo atacara como lo hizo en Italia o España, entre nosotros sería un verdadero sunami de impredecible magnitud por la carencia de recursos, laboratorios, medicamentos, tecnología biomédica, falta de profesionales de la salud, bajos salarios para estos, robo físico del dinero por parte de los “carteles” que aprovecharon todos los intersticios del sistema de salud para penetrar y generar crisis en hospitales y centros de atención. Los que acechaban las cajas y manipulaban la facturación pudieron engordar sus cuentas y como corolario, debilitaron más aún a los enfermos. No es una queja plañidera, todo esto lo han comentado los medios de comunicación y los mismo “héroes” que enfrentan la batalla. A propósito, estas personas están arriesgando la salud y la vida por los demás, gesto humano encomiable. Lo cierto es que nos apabulló la sorpresa cuando el monstruo se asomó y se asentó en nuestras tierras. La salud que estaba en cuidados intensivos tuvo que, en medio de la debilidad, reorganizar la vida
El virus que padece el mundo hizo visible un virus que asola nuestro micro-mundo, Colombia, es el virus de la política y de los “profesionales” de esta que laboran en el congreso, entidad a la que se refirió Marx de la manera más desobligante. La mayoría de sus integrantes no tiene propuestas de fondo para esta emergencia, lo que devela una falta de visión y de creatividad. Con un simplismo abrumador han salido a decirnos que “no salgamos de casa” y que para prevenir “nos lavemos las manos”, esto de lavarse y limpiarse las manos aplica para muchos de ellos. Los colombianos, además de prevenirnos del coronavirus debemos prevenirnos de este otro histórico virus que padece la nación desde el mismo momento de su constitución. En estos días, los “padres de la patria” se han replegado a sus regiones, a sus nichos donde claramente se ve la marca del olvido, este se refleja en la ausencia de servicios y en la multiplicidad de problemas sin solución. Dicen que reconocen sus raíces pero no piensan en opciones.
De tiempo en tiempo recorren las entrañas de todos los lugares buscando vorazmente los votos de aquellos que hoy son los más afectados por la pandemia, unos lo hacen para llegar y otros para aferrarse más al “palo encebado” de la más criticada institución estatal. Al triunfar aseguran su tranquilidad personal y como pájaros migrantes no regresan sino después de largos años, algunos retornan más por complacer a las amistades que por convicción política, atrás quedan las veredas, los corregimientos, los municipios ostentando la pobreza centenaria, es decir, sin protección social, sanitaria, medioambiental, sin ingresos para sobrevivir y desprotegidos. El monstruo puede incrementar la desigualdad social, como ocurrió en España con la pandemia de 1918 y no sería raro que, en esa situación los méndigos, los “habitantes de la calle” roben a los pobres.
Por esta hecatombe sanitaria, los “representantes” ¿hacen un alto en su arduo trabajo?, su ausencia temporal evidencia que no son imprescindibles, reúnanse o no, nada le pasa al país, excepto que hay que cumplir con sus escandalosas remuneraciones. Por ley le corresponde al pueblo colombiano sostener sus privilegios. El Estado fundado con la doctrina liberal del siglo XVIII requiere de esta célula cuya característica tiene que ser la calidad en vez de la cantidad que solo hace coro. ¿Cuándo pensaremos seriamente sobre este virus que se reclama conductor del pueblo?. El filósofo francés Maistre dijo: “Cada nación tiene el gobierno que se merece”.
El viento maligno -COVID-19- que deambula como mensajero de la muerte por el espacio planetario ha corrido, en buena hora, el velo que cubría la miseria en que viven muchos compatriotas. En blanco y negro se ha develado una realidad oculta por las falsas estadísticas, por ejemplo, el empleo, hoy sabemos que del trabajo informal viven más de veinte millones de colombianos que carecen de lo mínimo y con lo poco que poseen no pueden satisfacer sus necesidades primarias, esto es, salud, vivienda, educación. E ahí la causa del desborde popular por encima de las más drásticas sanciones prohibiéndoles salir en busca del sustento primero de la vida. La otra cara de la moneda muestra la existencia de un reducido número de familias con excelentes servicios y sobrados recursos. Verdad es lo que Boaventura De Sousa dice: hay una “Línea de lo Humano”, por encima de esta línea se encuentra el “Ser”, lo humano; por debajo, el “no ser”, la deshumanización, en otras palabras, arriba se encuentran los poderosos, abajo los miserables y los que nadan en el fango de la pobreza absoluta; arriba, hay paz perpetua; abajo, guerra perpetua.
El virus tiene doble propiedad, por un lado desnuda una realidad pero también regala la oportunidad de cubrir y silenciar otras. Antes de su llegada, la marea de protestas sociales en todo el país estaba contribuyendo a crear conciencia social sobre los ingentes problemas que muestran sus dientes por todo el territorio nacional, los diferentes sectores de la sociedad pusieron sobre el tapete muchos temas, entre ellos el de la paz. No sabemos el estado de ejecución del Acuerdo de La Habana, lo cierto es que se están incumpliendo; la “Fiesta de la guerra” aludiendo a Estanislao Zuleta continúa, los “señores de la guerra” aquellos que quieren conseguir la paz haciendo la guerra prosiguen el horrendo camino de acabar con la vida de los líderes y lideresas sociales, un virus político poco visible se confabula con el virus biológico para arrasar con los derechos humanos, entre ellos el derecho a la vida. Esta temática se invisibilizó con la llegada del Covid.
Johan Galtun, nos dice que hay tres tipos de violencia: Directa, estructural y cultural, modestia aparte agrego una, la violencia epistémica. Colombia ha padecido históricamente los cuatro tipos de violencia. Dentro de la estructural está la corrupción; de los dineros del Estado “pelecha” todo el que no tenga ni ética ni moral. Se están robando el país y nosotros presenciamos impasibles el saqueo. Se aprovechó el arribo del virus para callar sobre este cáncer que carcome a la sociedad.
Por el COVID-19 sabemos la debilidad del régimen laboral, los “héroes” están desprotegidos y con salarios de miseria, algo más, todos en contra de la ley 100, la ley reguladora de la salud atropella a los trabajadores de la salud. Otra situación poco solidaria es la actitud de muchas empresas que suspendieron contratos o que despidieron, sin consideración alguna, a buena parte de sus trabajadores, hinchando sus capitales, aportando pocos impuestos e incumpliendo, con el beneplácito del gobierno, el compromiso de generar más empleo. Los bancos aprovecharon la pandemia para recibir más dinero que les provee el gobierno, recursos proveniente de las regiones que estas tenían para el pago de pensiones. Pocos bancos se han comedido en ampliar el plazo para pago de créditos causados, los intereses permanecen, estos son intocables. La economía está bien pero lo social, como la famosa piedra de Sísifo, va en picada vertiginosa cuesta abajo.
Ante la hecatombe, el gobierno, como velero en medio de la tormenta actúa desconcertado dando timonazos para controlar la bravura de la pandemia, la cual le servirá como pretexto para justificar ante la historia la ineficacia. Después de esta tormenta sobrevendrán tempestades económicas, sociales y políticas porque las dificultades, los problemas, la crisis, en general aumentará. La recuperación del país exige que el pueblo colombiano empiece a pensar en un mejor futuro. Ojalá no tarde mucho el paso del monstruo por nuestro país, si prolonga su estadía, el capitán de este barco tiene plena confianza, así lo manifestó, que la Virgen de Chiquinquirá lo ayudará en el manejo de la salud pública.
El monstruo nos está obligando a pensar en el modelo educativo que tenemos, su virulento ataque ha hecho posible hablar de solidaridad, de unidad, de reciprocidad, de respeto a la naturaleza que nos está cobrando la inmensa irracionalidad con que la tratamos, los pueblos ancestrales de América incansablemente nos han advertido que esta es un sujeto y no un objeto, pero el salvaje y sordo capitalismo la degrada constantemente, hoy es necesario la reconciliación con la madre dadora de vida.
En otras palabras, a la educación le hace falta el componente humanista para permear al ser humano de valores como la ética y la moral. ¿Cómo exigir respeto al “otro” sin formación para ello? ¿Cómo manifestar respeto a la tierra, a la cultura, a la mujer, al bien público, fundamentados en una filosofía hedonista que impide la comunicación y el diálogo con los demás?. No habrá solidaridad si no hay alteridad. La tragedia humana, nos lleva a pensar en la necesidad de humanizar la ciencia que significa ponerla al servicio del ser humano para su felicidad y para la vida.
Cuando la ciencia privilegia la instrumentalización, la praxis, la objetividad y echa de menos la reflexión filosófica, la educación es incompleta y positivista, NO habrá solidaridad si no hay alteridad. Los procesos educativos sin la enseñanza de valores tienen como un resultado la indelicadeza frente a los bienes públicos. ¿Dónde se educaron los corruptos de este país?. En nuestras escuelas, colegios y universidades públicas y privadas, ¿qué pasa entonces con la educación?. Hay una paradoja preocupante, el ritmo de la tecnología, de las ciencias naturales y básicas se presenta hacia arriba -ello está bien- en progresión geométrica y, el ritmo del humanismo hacia abajo, en progresión aritmética, la brecha es cada vez más profunda. No es una herejía plantear la inversión del paradigma. Se aprovechó el arribo del virus para callar sobre este cáncer que carcome a la sociedad.
Cuando el monstruo se aleje y continuemos con el mismo modelo seguiremos reproduciendo una sociedad indolente, antidemocrática, irrespetuosa de los derechos humanos, sin espíritu comunitario, sin altruismo ni dignidad.
Algún día el virus biológico desaparecerá, nos quedaremos con estos otros virus que asolan al país. ¿Se asoma alguna esperanza de cambio? Todo depende de nosotros. La esperanza se puede cristalizar con su actuar a conciencia. Un país, una sociedad, que padece injusticias no puede cancelar la esperanza.
San Juan de Pasto, abril 14 de 2020
Gerardo León Guerrero Vinueza
Doctor en Historia de América