Los efectos en el mundo contemporáneo, de la decadencia al renacer o el principio del fin.
Tal vez, no se sabe por qué los actores encarnan el valor de sus génesis, de los magistrales menesteres del orden social, la justicia y la gobernanza humana, como del control de los procesos de la sociedad en aras del desarrollo y la evolución del orden productivo para el bien común, para la transformación del mundo. Los pecados los vemos incursionar como un signo trágico universal cuya tendencia controvierte los principios, la ética y la moral en detrimento del espíritu humano con enlaces condenatorios disruptivos.
Los reveses pecaminosos nos llevan a incursionar la historia y el memorial de una epifanía donde profundas disfunciones hacen historia para examinar los efectos de la corrupción, alcanzando resultados evolucionistas ante sistemas diabólicos con la dicotomía de las distintas instituciones. En su rigor, se ha sostenido el orden en medio de infernales comedias. Se trata de reconsiderar la democracia cuyos valores debemos defender; la memoria histórica y la metamorfosis nos permiten ahondar la evolución para proceder a la protección, pero atacando al enemigo que solo busca beneficiarse con los colapsos de las distopías humanas.
Las faltas humanas tienen enmarcados sus sentidos de transgresión en la línea del tiempo y sus espacios, haciendo estrecha relación hombre – sociedad, bajo las conducciones con el yo social y el yo político, y en esa dimensión originan pecados que van en incremento en la medida que los actos rompen el conocimiento y los excesos de desorden en la vida política. La inteligencia humana delira, no hace praxis cuestionar siempre, se deja seducir por los actos indebidos dejándose llevar por las pasiones y sus devaneos.
Nuestros pueblos que sufrieron la contienda colonizadora dieron nacimiento en su proceso de lucha a uno de los más grandes pecados políticos, la ambición, la codicia, de donde se desprendieron violentos odios que el tiempo hizo nacer conflictos, tiranías, muertes, desolación y ruinas. Pero otro pecado político dio a luz en ese laberinto de pasiones que consistió en la conformación de constituciones cortoplacistas, porque nunca se supo gobernar para el futuro, ese pecaminoso contubernio ha impedido, ha frenado el desarrollo social, económico y político, dejando el campo libre para que se extendiera una oleada de transgresiones para muchas generaciones, facilitando todo tipo de tramoyas lucrativas. Ese “dejar hacer, dejar pasar” configura verdaderos y desmesurados actos de lesa humanidad que siguen dejando huellas en el corazón de nuestros pueblos.
La política y el orden social conlleva a una gran cadena interminable de pecados, todos ellos hollando con la miseria humana a través de periplos bifrontes donde las arcadias se pierden en mundos donde la paz se desencanta, donde se despoja a los pueblos de su esperanza. Inhumana política, porque los anhelos por esos nefastos procederes encarnan emociones contra quienes encarnan la opción humanista. En estos desenlaces infecundos rizomas de poder violan la democracia, la debilitan, se vuelve indiferente ante la realidad, sacudida por vectores de odio que ata a la verdad, que no aguanta los embates del monstruoso poder y así poco a poco se desvanece quedando un poder sin política y la poca fluye, se diluye, dando paso a dictadura, a imperios con sus transgresiones armamentistas que bloquean, que conjuran los anhelos de libertad de los pueblos cuya esperanza también se diluyo gracias al pecado del multiculturalismo con su expansión absorbente. Aceptemos el mensaje de un politólogo “deroguemos todas las leyes funestas”.
La impolutes de los políticos y del orden social llenan de avidez sus pasiones y deseos insaciables, sin límites. Entre transgresiones, concupiscencias y desmesura se ahogan en ambiciones, queriendo obtener todo y de promiscuidad en promiscuidad se hace resaltar el pecado, extrayendo de sus entrañas las propiedades fatídicas, para lo cual no hay ley terrenal, pues hecha la ley, hecha la ley trampa a la vista de los jueces de mármol para quienes primero está la ley y después el hombre. El pecado es de aquí y de allá, es fuerza que ejecuta pulsiones por todos los pueblos, desarrollando hechos que concitan a prácticas cuya afectación es proclive a afectar con procesos donde cunde con aporofobia hacia los más débiles, hacia aquellos que claman por el despojo de sus tierras, a aquellos objetivos militares de unos y otros, hacia aquellos que el mundo les niega un pan, que ni siquiera una oración se eleva al cielo para aliviar sus penas.
Transgresor, es aquel que rompe todas las estructuras de un pueblo, contra el raizal, contra el indio, contra el campesino que sacude su sudor con la fuerza de sus callosas manos, es aquel ávido de la práctica de la esclavitud contra quienes vienen conquistando su ser permaneciendo en el frío y el calor con dolor y deshonor, y como decía Gandhi que le es lo mismo un puñado de tierra, una piedra o el oro, quien ha perdido sus sentidos, pero su espíritu humanista tiene la fuerza de una roca. Todos los ávidos de poder, carentes de humanidad, afectan el quehacer colectivo bajo actos hipertróficos, sin ningún asombro filantrópico, con fobocracia y sardonismo se confabulan en sendos conjuros politiqueros para conseguir sus maléficos propósitos.
Sociedad, gobernantes y políticos del horror están por fuera de la acción justa que los lleve a generar política o gestión de amor a los seres vivos. Estos maleantes de la oscuridad, de la gobernabilidad, pervierten la justicia, politizan lo fundamental, llevando a la comunidad al evangelio de la acción rebelde, acción que lucha contra el fanatismo irracional, contra el intransigente poder, contra la unidad económica dentro de un devenir de unas políticas sociales para la gente. La realidad del pecado social y político en todas las admoniciones están pasando los límites de proliferación, acaecidos por el nuevo orden tecnológico, el voraz desarrollo y en especial por las multifacéticas formas imperiales de dominio a mayor y menor escala, cuya característica es la difusión de técnicas de violencia con los nefastos efectos poblacionales de guerras fratricidas. Donde la única razón es la destrucción humana.
A pesar de nuestras vulnerabilidades, la existencia nunca será en vano, somos vulnerables ante el pecado de allí que nos convoquemos a pensar en enlazarnos existencialmente con integración ética para proyectarnos hacia el cambio social y político. Nuestra humanidad cascabela porque flaqueamos dejándonos llevar por el apasionamiento hedonista y por las exageradas convulsiones de pensamientos escépticos que solo sienten por su conciencia vacía, les brillan los oropeles efímeros con enclaves de poder imaginario perdiendo sociabilidad e identidad pública. Al ser humano le falta sinceridad, cada voluntad quiere tener su verdad, sabemos que cada voluntad esconde su interior, no acepta sus errores, aquí vale la pena mencionar la parábola de la prostituta ante Jesús, quien dijo a los presentes que quien no tengan pecado, tire la piedra. Todos callaron, tomaron sus caminos, primero los ancianos, todos eran culpables.
Abocamos complacidos, el tema para lo cual hacemos uso del devenir de la filosofía, pues ella nos allana caminos para cuestionar la conducta humana. Y son precisamente las conductas humanas las que concitan al plano social y político con sus alomancias ejecutorias contra la comunidad. De allí han nacido las imposiciones de mecanismos como la globalización, el neoliberalismo, que lo único que han hecho es azotar a piases débiles, al unísono de geopolíticas adversas hacia el plano climático, o hacia conformar prácticas de embargos, o conformar bloqueos económicos, o establecer cumbres de países para arremeter hacia otros con claras maniobras de poder armamentista.
La oscuridad que deja el devenir de los pecados político – sociales es un llamado penitencial a encantos retóricos en los distintos pensamientos universales que, como el humanismo, son la fuerza de compromiso permanente que se revela como la unidad de una esperanza útil para afrontar el presente apático, lleno de incertidumbres, esperando una luz en el túnel que nos aclare caminos de libertad. Pecado social y político se adentra en las entrañas de la existencia en medio de las desigualdades y el compromiso que le atañe a la humanidad, perfilándose con rigor para afrontar el tiempo presente lleno de avatares. Insistir en las desigualdades es ver que allí hay un existencialismo humanista que para nadie es una sinrazón para responder a la irreflexiva unidad social, y así entender el magno concepto de persona para ser y para ser en el ser que salvaguarda la vida y la naturaleza. Dice la expresión: “Soy humano, nada humano me es ajeno.” No podemos deshacernos del otro, de ese que cabalga por el mundo al encuentro del otro.
Nacimos y evolucionamos, nos necesitamos como personas, porque entonces nos deshumanizamos, ¿Por qué permitimos que el pecado nos asedie, nos desintegre, nos destruya? Reaccionemos, seamos personas, como el agua que a través de sus caudales atraviesa el mundo uniéndose con fuerza vitalista de vida, esencia humana. La fuerza vitalista, política y social, como filosofía de vida, emerge en el contexto emancipador como trincheras del pensamiento que sostiene la democracia como principio social y práctica de libertad.
Al mundo lo recorre la destrucción creativa del pecado, con su arquitectura decadente, con su estela tóxica, con sus debilidades de gobierno y de fragilidad social. La destrucción social implica una innovación disruptiva con intercepciones súbitas de actividades para generar discordias provocadoras de desórdenes, formación de clases determinantes para el avance del sistema económico desregulador que frene cualquier cambio social. Por una ética pública y una lucha rebelde nos acogemos contra la perversidad político social, actividad cuál lobo al asecho que metamorfosean los ambientes al estilo mitológico de los licantrópicos infectado con la discordia, profiriendo distanciamientos bajo sesgos llenos de insinuaciones y mantos de duda.
Pecados políticos y sociales, como todo el acervo de conflictos contra los derechos universales, no pueden seguir gravitando sobre la miseria y las desigualdades de los pueblos, ni sobre el dolor humano, y tampoco gravitaran sobre los principios del sentir humano, y menos aún lo hará aprovechándose del vacío espiritual, producto de la carencia de fe, debido a la apariencia de la misma que se vive, al ser sustituida por ritos, ceremonias, símbolos y reliquias donde entra en juego la doble moral. El mundo sigue viviendo grandes holocaustos, no solo por el perfilamiento armamentista, sino también por las conductas del hombre, creadora de imperios dominantes de gran poder que ha llevado a pensadores a exclamar. “El holocausto de la humanidad nos sepultará a todos y habrá triunfado la muerte sobre la vida con un triunfo del olvido.”
Es imperativo que luchemos por un nuevo concepto de convivencia. Donde el pecado deponga sus fines ante el orden humano que suspenda la idea antagónica que nos flagela, y la no violencia sea el nuevo devenir de nuestros pueblos. ¡Mea culpa, mea culpa! Es un sentir que tortura, es un no amar, es relativizar la vida desconociendo al hermano que merece nuestra solidaridad. El pecado social y político se embriaga con las patologías modernas que calan en las entrañas del cuerpo social. La democracia fallida promueve el pecado político que carcome el entorno fecundando el odio.
Examinar los errores humanos ofrece oportunidades y esperanzas, llenando de inspiración el sentir de la vida a quienes se acojan a abrir caminos de amor y servicio. Como caminantes entre sombras que huimos del pecado social, buscamos la sentencia que libere el pasado y llené de luces el futuro, descargando el peso de los errores. La teología de la liberación se ofrece al mundo con su fuerza espiritual para romper todo esclavismo y todo obstáculo que se interponga contra la paz del mundo, paz que viene siendo embriagada con los conjuros de la politiquería y la canalla gobernanza que con su bazofia quiere hacer trizas la unidad de los pueblos.
La razón universal y el pensar libre se hallan en la profundidad existencial que se alimenta del sentir humanista cuyo fin es despojar de la vida, todo hito violento que debemos clamar con valor patriótico.
Mariano Bernardo Sierra Sierra
Abogado, egresado de la Universidad Libre de Colombia.