Hay mujeres que luchan un día y son buenas.
Hay otras que luchan un año y son mejores.
Pero hay mujeres que luchan toda la vida.
Esas son las imprescindibles.
Recreación de un poema de Bertolt Brecht
Año 2000: Una mujer está cantando una de sus canciones favoritas: “La vida no vale nada” del compositor cubano Pablo Milanés. Y se detiene especialmente en el primer cuarteto:
“La vida no vale nada
si no es para perecer
porque otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama”.
Canta con la pasión del que siente que cada uno de estos versos nació grabado en sus entrañas.
Pero ¿quién es esta mujer
Dispuesta a perecer
porque otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama?
Se llama Adriana Benítez y es estudiante de décimo semestre del Programa de Economía de la Universidad de Nariño. Nació en Pasto el 31 de octubre de 1975 y es la tercera de cinco hermanas. Alguien le inspira un miedo que la paraliza, y que la persigue desde su infancia: su padre. Un hombre del que alguna vez, ella, su madre y sus hermanas, hastiadas de sus constantes agresiones logran huir. Fue así como terminaron viviendo durante un año en un internado de la ciudad de Pasto.
Tenía diecisiete años y culminaba el bachillerato en el Liceo Integrado de la Universidad de Nariño cuando se convirtió en madre.
Tiene un gran sentido del humor, y con sus manos hábiles, fabrica su ropa, y hace esculturas de plastilina.
Le fascina bailar, irse de farra con sus amigos (que no son pocos), y escudriña con la paciencia de un topo en los libros de Marx y Engels.
Creció bajo el influjo de su madre, Aura Esther Perugache, una mujer que a diferencia de los muchos politiqueros de este país, especialistas en hablar en público de justicia y dignidad pero que en privado no hacen sino tramar nuevos obstáculos para impedir el desarrollo de quienes más lo necesitan, desde el sindicato de la empresa para la cual trabajaba, se empeñó siempre en reclamar justicia y en velar por los derechos de sus compañeros.
La vida que es experta en abrirle nuevos caminos a quien se atreve a vivirla, empujó a Adriana Benítez a vivir en carne propia lo más vil pero quizá también lo más hermoso de la condición humana. Tiempos en casa en que no había para comer, y un día tampoco hubo casa y se vio obligada con su madre y sus hermanas a vivir durante un tiempo en las instalaciones del estadio Libertad cuya cuidadora era su abuela Elba Benítez. La pobreza si bien le puso trabas a sus sueños le reveló también la difícil situación de muchas mujeres que como ella dejaban a sus hijos en un hogar infantil para poder trabajar, y no en condiciones dignas y con un salario justo, sino obligadas a hacerlo por un sueldo miserable y soportando todo tipo de agresión. Esto fue tal vez crucial en la formación de su pensamiento ya que la impulsó a luchar por los derechos y las garantías de todas estas mujeres. Pero fue en la universidad cuando este y otros proyectos cobraron mayor vigor tras el surgimiento del movimiento estudiantil “Radicales Libres” y al que primero perteneció su hermana Mónica Benítez y un año después se vinculó ella junto a su otra hermana Carolina Benítez. Las tres tenían posturas diferentes con respecto a la manera de encaminar su pensamiento social, político y económico y, en opinión de su hermana Carolina, Adriana fue la más radical. Le interesaron todos los movimientos sociales y sin esperar nada a cambio luchó hasta el final por todo aquello que consideró justo y necesario, sacrificando incluso su bienestar y el de su hija.
En 1999 promovió y dirigió las protestas contra el Plan Nacional de Desarrollo y organizó el primer Foro Departamental en oposición al Plan Colombia. En agosto del año 2000, el Comando Departamental Unitario al que también estaba vinculada consideró necesario organizar un paro cívico con el propósito de lograr la rebaja del transporte urbano en Pasto, y fue ella quien se encargó de realizar el estudio financiero sobre la tarifa vigente en aquel entonces. La consigna de esta protesta era “por los $450 del bus” y a ella se sumaron varios sectores de la ciudad logrando un gran apoyo por parte de la comunidad. Estudiantes de la Universidad de Nariño retuvieron a las afueras de esta institución varios buses de las empresas de transporte urbano con el fin de incitarlas a negociar una nueva tarifa, y a raíz de todas estas protestas se logró finalmente una importante rebaja. En alianza con la comunidad del corregimiento de Morasurco lideró también las movilizaciones contra el llamado Sanitario Santa Clara II y realizó una importante labor social con líderes barriales y madres comunitarias de la ciudad de Pasto.
En los llamados Diálogos de Paz instaurados por el gobierno de ese entonces, Andrés Pastrana Arango, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, celebrados en el municipio de San Vicente del Caguán, o en la también llamada Zona de distención o de despeje, y en los que varios líderes sociales expusieron sus propuestas para la solución del conflicto armado en Colombia, intervino en representación de la Universidad de Nariño. En uno de los apartes de esta intervención, afirma lo siguiente: “debe rescatarse el pensamiento social y preservar su pluralidad dentro de la universidad. Porque es justamente esta la fuente de riqueza y baluarte para toda la humanidad. Por lo tanto, nos declaramos a favor de la vida y rechazamos la muerte y la persecución de estudiantes, trabajadores y profesores universitarios”.
En Colombia, un país cuyos gobernantes invierten más en balas que en educación, como si les importara más formar grandes criminales que personas de bien, tal vez porque les resultan mucho más útiles a sus viles intereses, estas palabras pronunciadas por Adriana Benítez hace 20 años, pareciera haberlas dicho esta mañana.
Pues todavía continúa la masacre sistemática de líderes sociales y la persecución a estudiantes, trabajadores y profesores universitarios. No obstante, algunos dirigentes cuyo cinismo está a la altura de su vileza, afirman que en este país mueren más personas por robo de celulares que por ser defensores de derechos humanos. Esto desde luego no constituye ninguna sorpresa, tratándose de un país en donde no importa que la sangre de millones de colombianos continúe siendo pisoteada, siempre y cuando no sea la sangre de nuestros gobernantes ni la de sus hijos o familiares.
Porque al fin y al cabo tal como afirma el novelista Fernando Vallejo: “en este país basta un partido de fútbol para borrar incluso a los muertos más importantes”. De esos que se ocupan los noticieros y llenan las páginas de diarios y revistas; porque de los millones de muertos sin nombre, de aquellos que se fueron sin haber sido escuchados, sin haber tenido la más mínima posibilidad de vivir con dignidad y respeto, de esos solo se acuerdan los gusanos. Esos “gastrónomos expertos” como diría el poeta francés Charles Baudelaire.
Sábado, 14 de octubre del año 2000
Son aproximadamente las nueve de la mañana y antes de salir de casa Adriana Benítez sostiene una fuerte discusión con su hermana Mónica, quien le recuerda que no ha lavado los uniformes de su hija y le advierte que no salga porque la van a matar. Le pide a su madre que la detenga pero Adriana hace caso omiso y se marcha.
En horas de la noche asistirá a un bingo bailable organizado por el grupo Paz y Libertad, conformado por mujeres de la tercera edad del barrio Santa Bárbara, que se realizará en Shirakaba Factory, pleno centro de la ciudad.
Mientras tanto, balas insomnes continúan soñando su muerte. Pero tampoco el tiempo duerme y su fluir es implacable y son ya alrededor de la ocho y quince de la noche: dos hombres le están disparando, ella intenta huir pero como quienes tienen la certeza de que si algo no falta son balas, le disparan hasta derribarla. Su cuerpo yace a la entrada de Shirakaba Factory, y tiene además impactos de pistola en el pecho. Dos mujeres y un hombre resultan heridos, y es también asesinado Arturo García Moreno, de 40 años, oriundo de Granada Cundinamarca.
Su asesinato provoca tal repudio e indignación tanto en la comunidad universitaria como en la ciudadanía en general, que durante más de una semana se realizan varias protestas. Quizá una de las más importantes la organizada por el Magisterio y algunas comunidades defensoras de derechos humanos de diferentes municipios del departamento de Nariño.
Años después, el Bloque Libertadores del Sur, de las Autodefensas Unidas de Colombia, comandado por Guillermo Pérez Álzate, alias Pablo Sevillano, a través de un comunicado difundido en los medios regionales se atribuyó el asesinato.
El portal digital VerdadAbierta.com en un artículo publicado el 9 de julio del año 2009 destaca lo siguiente: “Según la versión de miembros desmovilizados del bloque que comandó “Pablo Sevillano”, el crimen fue ordenado directamente por Carlos Castaño, quien la señaló de estar trabajando con las Farc en el Caguán”.
Cuenta su hermana Carolina, que los amigos que acompañaron a Adriana Benítez al Caguán, le confesaron que momentos antes de que ella realizara su intervención, le había solicitado al guerrillero Simón Trinidad, (uno de los negociadores por parte de las Farc en estos diálogos), no figurar en la programación de dicha audiencia pero él le había contestado que eso no era posible en vista de que no había otra persona que hablara en representación de los estudiantes de la Universidad de Nariño.
En el caso de que hubiera logrado no intervenir en esta audiencia, a lo mejor otra sería la historia. Pero tratándose de una líder con el coraje y la resistencia de Adriana Benítez dispuesta siempre a defender su dignidad y la de su pueblo, difícilmente hubiera podido escapar a tantas balas enemigas de la paz y del verdadero progreso de Colombia.
Porque también ella hubiera podido decir, lo que afirmó alguna vez Franz Kafka:
“El mundo ha caído de tal manera en manos de los demonios, que muy pronto el que quiera hacer el bien tendrá que hacerlo a solas y en secreto”.
Lo importante es que sus ideas sobrevivieron al plomo, y en un mundo donde unos cuentan su dinero mientras otros cuentan a sus muertos, donde si bien sobran las balas pero no mueren nunca los sueños, constituyen una coraza inquebrantable contra las diarias embestidas de la vileza humana.