Desde las montañas de Nariño hasta las estrellas

¿Qué posibilidades tiene una niña nacida en una vereda remota, rodeada de cafetales y caminos de tierra, de convertirse en astrofísica? La respuesta, al menos en mi caso, está escrita en las estrellas y en el corazón terco de quienes sueñan desde los rincones olvidados.
Nací en Belén, un municipio pequeño escondido entre las verdes montañas del norte de Nariño, Colombia. Crecí en una vereda donde el cielo estrellado era más brillante que las oportunidades que conocíamos para construir un futuro. Mi niñez estuvo marcada por el trabajo cotidiano en el campo, las largas caminatas, los animales, la vegetación exuberante de los bosques andinos, los cafetales, y una profunda tranquilidad que solo el campo puede ofrecer, hasta que llega la guerra, claro, que también ha marcado épocas tormentosas en estos territorios. A esa edad no sabía exactamente qué quería ser, pero había algo especial en ese cielo que me cautivaba durante las eternas noches de verano.
Para llegar al colegio debíamos caminar casi una hora, bajar de la montaña y luego volver a subir, a veces bajo la lluvia o el sol implacable. Pero mis padres, campesinos trabajadores, nos enseñaron que la educación era un acto de resistencia. Y desde entonces supe que ese camino no sería fácil. Con esfuerzo y amor, ellos hicieron posible lo que parecía imposible: que sus hijos estudiaran.
Fue en los últimos años del colegio cuando mi interés por la física y las matemáticas creció. Descubrí que eran las herramientas para entender el mundo y explicar muchas de las cosas que me fascinaban del cielo. Aunque nadie en mi entorno había seguido ese camino, sabía que para estudiar las estrellas debía comenzar por las ciencias fundamentales. Así fue como decidí estudiar Física en la Universidad de Nariño.

Fue una etapa llena de retos y aprendizajes. Al principio, la ciudad me abrumaba y la universidad también. El nivel académico era muy distinto al del colegio rural del que venía, así que me costó mucho adaptarme. Recuerdo que la primera vez que me fui a Pasto, regresé a los ocho días; gasté todo el dinero que tenía en el pasaje de vuelta. Eran otros tiempos, y las cosas eran más difíciles. Con el tiempo me fui adaptando: aprendí a estudiar, a organizarme, a trabajar mientras estudiaba. Durante la mayoría de mis clases y sobre todo en los últimos semestres, era la única mujer en un grupo de hombres, lastimosamente, eso es algo muy común en estas carreras. Me fui enamorando de la física y convenciéndome cada vez más de que ese era mi camino.
Me acerqué más a la astronomía, tomando los cursos disponibles, primero como alumna y al final como monitora del Club de Astronomía de la universidad, bajo la supervisión del profesor Alberto Quijano Vodniza, compartiendo con estudiantes más jóvenes esa fascinación por el cielo. Realicé mi tesis en esta área, con el trabajo “Construcción de un radiotelescopio de 83 centímetros de diámetro en la banda de 12 gigahertz en el Observatorio Astronómico de la Universidad de Nariño”, un proyecto que me conectó directamente con la radioastronomía.

Ya entonces tenía la firme convicción de continuar mis estudios. Logré obtener una beca para la Maestría en Ciencias con especialidad en Astrofísica en la Universidad de Guanajuato (México), donde pude aprender a profundidad sobre los procesos que rigen el funcionamiento de los cuerpos celestes y las teorías que explican la formación y evolución del universo. Fue una etapa hermosa; ya no me costaba obtener buenas notas, y gracias a la beca pude vivir tranquila, dedicándome a estudiar, aprender y conocer la cultura mexicana: sus costumbres, sabores y colores. Siempre es difícil estar lejos del hogar y de la familia, pero también es un privilegio conocer nuevos lugares y formas de ver el mundo. Esta etapa fue verdaderamente transformadora.

En los últimos semestres de la maestría, tuve la oportunidad de integrarme a un proyecto de investigación liderado por el doctor Sergio Dzib, del Instituto Max Planck en Alemania. Tras una entrevista y la revisión de mi perfil académico, me invitó a formar parte de su equipo. Ese proyecto se convirtió en la base de mi investigación y en mi tesis de maestría, centrada en el estudio astrométrico de objetos estelares jóvenes binarios utilizando observaciones en longitudes de onda de radio con interferometría de líneas de base muy largas (VLBI, por su sigla en inglés). Gracias a esta experiencia, profundicé en técnicas de alta precisión para estudiar estrellas binarias en formación, lo que marcó un antes y un después en mi camino como investigadora.
Posteriormente, logré obtener una beca para cursar el Doctorado en Ciencias – Astrofísica en el Instituto de Radioastronomía y Astrofísica de la UNAM, lo cual me llevó a la ciudad de Morelia. Allí, la pandemia golpeó fuerte. Me contagié de COVID poco después de llegar. Estuve muy enferma, y fue una experiencia que me marcó profundamente: estaba sola, sin red de apoyo, sin conocidos en esa nueva ciudad. Pero sobreviví como pude, y al recuperarme me sentí más fuerte, resiliente y dispuesta a seguir adelante.

Durante el doctorado, profundicé en la línea de investigación sobre sistemas estelares binarios, utilizando observaciones de VLBI para estimar uno de sus parámetros más importantes: la masa. Con ello buscamos refinar los modelos de evolución estelar temprana, cruciales para entender cómo se forman y evolucionan las estrellas. En el primer trabajo que realizamos junto con mis asesores, los doctores Sergio Dzib y Laurent Loinard, descubrimos que uno de los componentes del sistema binario llamado S1 tiene una masa mucho menor de la que se había reportado previamente. Esta fue una gran noticia, publicada incluso por la Gaceta UNAM a nivel nacional en México. Gracias a mi investigación, tuve la oportunidad de asistir a congresos internacionales en Europa y Estados Unidos, compartiendo mi investigación con el mundo. Mi tesis doctoral, titulada “Masas dinámicas de objetos jóvenes binarios en regiones de formación estelar cercanas”, incluyó dos artículos publicados en revistas internacionales de alto prestigio, un artículo en revisión, próximo a publicarse, además de tres artículos de colaboración.

El 18 de marzo de 2025 obtuve oficialmente mi título como Doctora en Ciencias – Astrofísica. Ese día abracé a la niña que miraba el cielo desde la vereda, en medio de esas imponentes montañas. No solo era un logro personal: era la prueba viviente de que los sueños también germinan en la tierra. Un logro que alguna vez vi lejano, pero que, con esfuerzo y dedicación, alcancé con el corazón lleno de gratitud y orgullo.
Hacer ciencia desde América Latina no es fácil; ser mujer en la ciencia, menos aún. Pero ambas cosas me han enseñado a resistir, a cuestionar, a construir caminos y a tejer sueños. Hasta donde sé, soy la primera mujer nacida en el departamento de Nariño en obtener este título. Escribo esto con la esperanza de que pueda llegarle a alguna niña, allá en las montañas de mi tierra o en cualquier rincón de Colombia, para que sepa que sí es posible lograr sus sueños. Que ningún origen humilde impide el pensamiento profundo. Que el camino puede ser difícil, pero no inalcanzable.

A las niñas que vienen detrás, a las que sienten que no encajan, que piensan que no son “suficientemente inteligentes”: sí lo son. Solo que se atreven a cuestionar lo establecido, y al mundo no le gusta ver cuando la convicción de una mujer es más fuerte que el sistema. A las que vienen de lugares lejanos: quiero decirles que sí se puede, que su voz importa, que no están solas. Que, a pesar del sacrificio, al final la recompensa llega. Y cuando lo logras, puedes decirle al mundo que todas podemos lograrlo.
Por más mujeres en las ciencias, por todas las que alguna vez miraron el cielo: nunca bajen la mirada. Porque cuando lo haces con valentía, tarde o temprano, las estrellas responden.