“CÁNDIDO AMBICIOSO”
_ CUENTO _
Al señor Rosales ya le pesa los años; sin embargo, Carolina, una adolescente, le escribe frecuentemente mensajes insinuantes; éste, entusiasmado, para conocerla, la invitó a tomar un café en un lugar elegante, donde la adolescente se sintió inquieta y le dijo:
_Señor Rosales_ yo vengo de un pueblito de clima cálido y, aunque mi familia es dueña de una finca cafetera y me enviaron a estudiar a un colegio privado, no estoy acostumbrada a frecuentar estos lugares elegantes; el señor Rosales, sonrió y la invitó a un restaurante.
Mientras degustaban el café, éste le habló con cierto descaro:
_ Mi amor _ mirándole de arriba abajo eres una mujercita encantadora.
_Señor Rosales_ no vuelva a decirme “mi amor”, porque no lo soy; y, sí soy encantadora; y usted, señor Rosales, nunca me ha interesado para nada; lo único que he querido proponerle es que conozca a mi mamá; ella también es encantadora, tiene cincuenta años y se encuentra sola en la finca, porque mi papá la abandonó.
El señor Rosales quedó estupefacto y, después de exhalar profundo, le respondió:
_ Bien, tienes razón; entonces, dime: ¿dónde está la dichosa finca?
_ ¿Dígame usted, señor Rosales, ¿cuándo podríamos ir en su carro? Sería un lindo paseo y podría conocer todo el entorno; además no queda a más de tres horas.
_ De acuerdo, respondió el viejo, el próximo domingo iremos al pueblito para visitar a tu madre.
_ Mi mamá no está en el pueblo, ella vive sola en la finca, a tres kilómetros de distancia, con sus perros, gallinas y cuyes que le acompañan.
Ese domingo amaneció el cielo despejado y muy temprano dejaron la ciudad; en el viaje, el viejo iba mirando el paisaje montañoso y con cañones profundos; pero, para fortuna, la carretera estaba en buen estado. A las 9:30 am llegaron al pueblito, bajaron del carro, caminaron un poco, bebieron un refresco y retomaron el camino, rumbo a la finca cafetera; veinte minutos les tomó para llegar al lugar, por un carreteable destapado y polvoriento.
_Aquí es, señor Rosales, mire esa es la casa; el viejo calculó con los ojos unos treinta metros de distancia del carreteable hasta el lugar; arrimó el carro a la cerca y bajaron, caminaron hacia el patio y ahí, recostada sobre una hamaca, a “pierna suelta”, estada doña Emilse.
_ Café de la finca_ dijo Emilse_ sírvase con esos panes de maíz, están calientitos.
Mientras el señor Rosales degustaba los deliciosos panes de maíz y los pasaba con café caliente, doña Emilse le señalaba la extensión de la finca sembrada de café, con las cerezas amarillas y rojas, a punto de cosecha.
Era una finca de unas diez Hectáreas, con una mínima parte plana y el resto pendiente; pero muy bien mantenida; y, además de árboles de café, también los había de guama, naranja, aguacate, guayabos y unas pocas plantas de plátano y
yuca; y se veía matas de veraneras y otras flores y, alrededor de éstas, hermosas mariposas multicolores y lindas aves canoras que alegraban la estancia.
_Es una maravilla de finca_ dijo el señor Rosales; y lo más encantador es la finquera.
Emilse era una mujer de belleza campesina, con su cara, brazos y piernas bronceados; con una cabellera abundante, negra y ondulada, que la llevaba recogida en un moño; al viejo le pareció sensual y atractiva; y, aunque no emitió comentarios, Emilse se percató que le miraba morbosamente.
Luego, los dos emprendieron el camino descendiente para disfrutar del aroma y la vista del cafetal; Carolina se quedó en casa preparando el almuerzo; no caminaron mucho trecho y se sentaron para descansar y conversar.
Emilse, es una mujer de pocas palabras, pero de una gran capacidad de expresión corporal; con lo cual lo tenía embobado; pero el viejo disimulaba su entusiasmo y, más bien, dirigía la conversación hacia el conocimiento de su trabajo, como finquera.
Tan pronto la muchacha les llamó para almorzar, retornaron a la casa; todos tomaron un refrescante baño en el chorro del huerto y pasaron a la mesa; degustaron unos platos preparados con buena sazón, en medio de una amena conversación que luego la continuaron en el corredor de la casa, con una buena taza de café caliente.
Se retiraron y Emilse se tiró en su hamaca a descansar, “a pierna suelta” y, esta vez, dejando descubierta una buena parte del muslo; el viejo no pudo descansar; más bien, mandó por cervezas frías y la conversación resultó entretenida e interesante; en ésta no participó Carolina; pero, cuando el sol estaba sobre la colina y sus rayos eran de color cobrizo, insinuó que era la hora de regresar a la ciudad.
_ ¡”Ni de fundas”! Gritó la anfitriona_ hoy no puede viajar el señor Rosales; falta conversar sobre algunos temas importantes.
_ Llámame Alcides, me siento mejor.
En la noche, una botella de aguardiente, una mujer con pocas prendas y el invitado bien entusiasmado, dio para todo.
En la mañana siguiente, un desayuno abundante y una buena taza de café caliente fueron suficientes para recuperar fuerzas y emprender el viaje de regreso a la ciudad.
En la ciudad, Alcides sacó la plata necesaria y se la entregó a Emilse, quien regresó satisfecha a su finca cafetera.
El día martes, Alcides estuvo durante todo el día llamando a Emilse; pero ésta no le contestaba; también enviaba mensajes a Carolina y tampoco le respondía; entonces, muy temprano, tomó la determinación de volver en su búsqueda y a la 10:00 am llegó a la finca cafetera; la casa estaba vacía y las personas a quienes les preguntó, no le dieron razón; por fin, una chapolera que subía a la casa por unos canastos, le dijo que la persona a quien buscaba no se llamaba Emilse, sino Jésica y que no tenía hija alguna.
El pobre hombre, luego, en medio de su desencanto, le había comentado al abogado que los cien millones de pesos se los había entregado porque ésta le había dicho que necesitaba comprarle la mitad de la finca cafetera a su exesposo y así, la compartirían y seguirían viviendo como pareja, sin problemas.
Los testigos, finalmente, informaron que esta fulana, prácticamente estuvo en el lugar sólo veinte días y quien hizo todas las diligencias fraudulentas fue aquella adolescente que, supuestamente, se hacía llamar Carolina.
El Juez del caso, con ademanes ceremoniosos y tono autoritario, dijo:
_La finca cafetera, según consta en las escrituras de la Notaría local, es una propiedad de don Modesto Montero; quien, comprobó que solamente había arrendado la casa y no la finca, a Mariana Delgadillo; por tanto, el nombre de Emilse no aparece por ningún lado y nadie la conoce; lo único real es que el señor aquí presente ha sido vilmente esquilmado.