Nuestra sociedad está cambiando, la crisis sanitaria en la cual nos vemos envueltos ha modificado nuestra forma de relacionarnos, de interactuar, de sentirnos con el otro.
Cuando se declaró la alerta sanitaria, y posteriormente, la pandemia, la sociedad no se encontraba preparada para los retos que implicaría enfrentarse a un microorganismo de inesperado comportamiento, del cual aún hay bastante por estudiar. No obstante, más allá de las implicaciones en la salud, resulta de especial importancia comprender cómo ha afectado nuestra percepción de la realidad, más aún, dentro de un contexto tan influenciado por la violencia, fruto de inequidades sociales y económicas que desencadenaron en un conflicto armado que ha desarrollado dinámicas de relacionamiento tan acostumbradas a la normalización de la muerte en condiciones no dignas.
En el momento, los medios de comunicación se encuentran bombardeándonos de noticias referentes a la ocupación de las unidades de cuidados intensivos; a la necesidad de realización de pruebas de manera oportuna; al comportamiento de la curva epidemiológica de acuerdo a la velocidad de contagio detectada; a la muerte, en primera instancia del personal sanitario que está en primera línea, y de la población en general, con sus contrastes en cuanto a que está muriendo con mayor frecuencia la población vulnerable del adulto mayor, quien en su mayoría cursa con enfermedades crónicas, fruto de inequidades en salud en cuanto a acceso a programas efectivos de prevención de la enfermedad; así mismo, poblaciones indígenas, campesinas y afrodescendientes con menor garantía del derecho a la salud, dadas las condiciones generales de nuestra ruralidad. Dentro del contexto de ciudad, cabe mencionar a la gran mayoría de trabajadores en condición de informalidad que les condicionan en cuanto a cómo lograr su aseguramiento al sistema de salud y seguridad social.
De esta manera, suman y suman cifras cada día. Cuando por primera vez sucedió la muerte de un médico, asociada a Covid 19, el país reaccionó demostrando su indignación y tristeza. En la actualidad, la cantidad de personal sanitario que fallece pasa desapercibida, se constituye en cifras que suman a la cuenta general. No nos centramos en las historias de vida de estas personas, en su muerte, fruto de la atención que nos brindan, de su vocación y preocupación por la salud y el bienestar general.
La muerte de la población en general la hemos normalizado, se trata de adultos mayores, tal vez consideramos que en términos de productividad para la sociedad en la cual nos desenvolvemos, no se trata de trabajadores activos, además, nos han acostumbrado a silenciar su voz en la toma de decisiones. Por su parte, la población rural se encuentra en situación de abandono estatal, esta, difícilmente tiene garantizado los derechos de educación y salud, no cuenta con carreteras en adecuadas condiciones para el acceso a su residencia, y tampoco se escucha su voz en la toma de decisiones.
Acerca de los trabajadores informales, se trata de una clara manifestación de las precarias condiciones de vida digna en nuestras ciudades, trabajadores que viven del día a día, que requieren pagar por su cuenta derechos laborales como salud, pensión y riesgos laborales, es decir, una serie de condicionantes que no permiten viabilizar un proyecto de vida dignificante.
Estas muertes no cuentan para el imaginario colectivo, no nos cuestionan, no nos invitan a solidarizarnos, no nos tocan en el sentir y el accionar, situación que orienta a cuestionarnos ¿cómo estamos valorando la vida?. Se podría retomar el fenómeno de los líderes sociales asesinados diariamente en defensa de la naturaleza y de sus comunidades, por ejemplo. Cifras que suman a las noticias igualmente.
De allí que, en atención a estas consideraciones, propondría cuestionarnos como sociedad, en cómo valorar las voces de los adultos mayores, sus experiencias y sabiduría; así mismo, en cómo aprender y estimar a nuestras comunidades rurales y su relación con la naturaleza. En general, estimar a todas las personas en la comprensión de nuestra función social, independientemente de nuestro quehacer. Como seres humanos debemos salvaguardar la vida en todas sus expresiones, cuidarnos de manera colectiva, más aún, en una sociedad tan afectada por la violencia en todas sus manifestaciones. Que la contingencia que ha representado el Covid 19 nos permita avanzar en esa comprensión.
Como seres humanos debemos salvaguardar la vida en todas sus expresiones y cuidarnos de manera colectiva
Ennue Fajardo
Médica Cirujana. Universidad Nacional de Colombia.
Magister en Enfermedades Tropicales. Universidad de Salamanca.