El conflicto armado interno en Colombia supone un proceso de larga duración; sus raíces remotas se hunden en la violencia partidista de los años 40 y 50 del siglo XX; se recrudece en los años 60 al surgir los grupos guerrilleros y más tarde los carteles de la droga, el narcotráfico, los paramilitares como fenómeno político de fuerza militar que atrajo las masacres, persecución, desaparición y muerte de líderes sociales y la extinción de partidos políticos de izquierda como la Unión Patriótica (UP).

 

Es en la década de los años 80 cuando se sufren cambios radicales en la producción económica, dada “la transición de Colombia de país cafetero a país minero y cocalero”, con el fomento de los cultivos ilícitos que extendían sus corredores hacia el oriente del territorio nacional.

 

Según los estudiosos “en la segunda mitad de la década de 1990 es cuando el conflicto entra en su fase más salvaje, ya que se generalizan las intervenciones armadas a la población, las desapariciones forzadas, las masacres indiscriminadas de civiles, el desplazamiento forzado masivo y los secuestros colectivos de civiles, militares y políticos”, hecho que detonaría deserción escolar, aumento de la pobreza, del desempleo, crisis social, la orfandad y ausencia de un estado de derecho con la compulsión de los más elementales derechos humanos.

 

La racha de tánatos en esta guerra es impresionante: “En 2013 un estudio cifró en 220.000 las muertes causadas por el conflicto desde 1958”, y el número de víctimas ya “superaba los seis millones” de afectados.

 

En aquel panorama de cresta del conflicto reinaba solo “tánatos” la muerte, el miedo, el horror. En declaración reciente del escritor colombiano Mario Mendoza expresaba que en el ambiente social del país ha predominado precisamente ese imaginario de “Tánatos” sobre “Eros”, es decir de la muerte y destrucción sobre el amor y la vida, apreciación muy profunda por el carácter filosófico de lo que representa y que compartimos.

 

La responsabilidad de la muerte en Colombia subyace en tres actores, según reporte “Basta ya: Colombia: Memorias de guerra y dignidad” (2013): los grupos paramilitares son responsables del 40% de las muertes civiles; los grupos terroristas del 25% y agentes de Estado del 8%”. O sea que a todos compete la culpa de la prevalencia de tánatos contra eros en la realidad colombiana.

 

Con la firma del Acuerdo de Paz en 2016 entre el Gobierno de la República de Colombia y las FARC-EP, se comenzaba un nuevo proceso donde se iniciaría “la desmovilización y reinserción de los ahora ex insurgentes a la sociedad civil”, previo desarme de sus fuerzas.

 

El tránsito de un “estado de guerra” a un “estado de paz” no es inmediato ni automático, exige un proceso largo, agotar fases, restañar heridas y más que nada cambiar el chip de la violencia y agresión, el imaginario de la existencia del enemigo que se hace necesario eliminarlo, para sustituirlo por la otredad pero en forma alternativa, el conciudadano y conciudadana en su diferencia y singularidad.

 

Así entendido y bajo el contexto del gobierno actual en Colombia, el estado de la paz, el propiciar la aclimatación de ese reto del pos acuerdo que involucra esfuerzos mancomunados y múltiples para insertar estrategias de movilidad social de índole pedagógica, formar y propiciar consensos, organizar mingas de pensamiento, cabildos abiertos como metodologías de convivencia ciudadana… Esto significará dar curso y aplicación a lo que dicta la Constitución en lo que tiene que ver con que Colombia es un estado de derecho, república democrática y la democracia no es solo de nombre o representativa, sino de índole participativa y estas son palabras mayores, su presencia en el ámbito nacional es horizontal donde debe prevalecer el arraigo histórico, cultural y las premisas de defender a eros, a la vida misma sobre tánatos.

 

 

“Acuerdo de Paz. Punto 5: Acuerdo sobre las víctimas del conflicto. El centro de este punto es el derecho a la VERDAD y la NO impunidad, a través de la creación del Sistema Integral de verdad, justicia, Reparación y no Repetición”.

 

…debe prevalecer el arraigo histórico, cultural y las premisas de defender a eros, a la vida misma sobre tánatos

 

 

 

Lydia Inés Muñoz Cordero

Historiadora, escritora

Presidenta de la Academia Nariñense de Historia

 

 

 

 

 

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