En La República, una de las obras más célebres de Platón, el filósofo griego afirma que resulta contradictorio ser lo suficientemente rico y al mismo tiempo lo suficientemente bueno. Algunos empresarios contemporáneos cuyo afán de lucrarse es tan descomunal que no les importa pisotear la dignidad de los demás ni tienen el mínimo respeto por el bienestar del planeta, sentenciarían cínicamente que ser buena persona nunca ha sido rentable.

 

 

El escritor mexicano Juan José Arreola (1987), en uno de sus cuentos más logrados titulado “En verdad os digo” inspirado en las célebres palabras que Jesús les dice a sus discípulos, en un pasaje del Nuevo Testamento: “En verdad os digo que difícilmente un rico entrará en el reino de los cielos” y aun os digo más: “es más fácil el pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de los cielos”.

 

Cuenta la historia de un científico llamado Arpad Niklaus, que a diferencia de los sabios mortíferos que manipulan el uranio, el cobalto y el nitrógeno, ha decidido salvar el alma de los ricos y para lograrlo se propone desintegrar un camello y hacerlo pasar en un chorro de electrones por el ojo de una aguja.

 

El primer obstáculo en que tropieza el científico Niklaus es el de no poseer una planta atómica propia. Con lo único que cuenta es con la aguja y con el camello, y eso gracias a la Sociedad Protectora de Animales que ve con buenos ojos el proyecto, y le permite sacrificar todos los camellos que sean necesarios con tal de que una causa tan noble como la suya logre tener éxito.

 

Un proyecto tan misericordioso como el que se proponía sacar adelante el doctor Niklaus no podía ser indiferente a todos los poderosos de la tierra que si algo saben es hacer buenos negocios y que en vez de gastar millones de euros o dólares derritiendo toneladas de cirios y haciendo obras de caridad, prefirieron patrocinar un proyecto que de forma científica les garantizara la vida eterna.

 

Pero como bien lo dice el autor de este cuento: “Como todos los propósitos humanos, el experimento Niklaus ofrece dos probables resultados: el fracaso y el éxito. Además de simplificar el problema de la salvación personal, el éxito de Niklaus convertirá a los empresarios de tan mística experiencia en accionistas de una fabulosa compañía de transportes. Será muy fácil desarrollar la desintegración de los seres humanos de un modo práctico y económico. Los hombres del mañana viajarán a través de grandes distancias, en un instante y sin peligro, disueltos en ráfagas electrónicas. Pero la posibilidad de un fracaso es todavía más halagadora. Si Arpad Niklaus es un fabricante de quimeras y a su muerte le sigue toda una estirpe de impostores, su obra humanitaria no hará sino aumentar en grandeza, como una progresión geométrica, o como el tejido de pollo cultivado por Carrel. Nada impedirá que pase a la historia como el glorioso fundador de la desintegración universal de capitales. Y los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras inversiones, entrarán fácilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja), aunque el camello no pase”.

 

Y en realidad a quién le importa verdaderamente que el camello no pase, será la pregunta que algún lector nos formulará en este mismo instante. Y en verdad que no está de más preocuparnos por el bienestar de los camellos porque, aunque carezcan de alma como sostienen los teólogos, son seres vivos y el dolor y el sufrimiento de estos no son inferiores a los nuestros, aunque sólo a nosotros se nos permita entrar al tan codiciado reino de los cielos.

 

Pero ya dejemos en paz a los camellos que suficiente tienen con que Dios no les haya reservado un lugarcito en su reino como para continuar metiéndolos en cuentos.

 

Aunque pensándolo bien hasta los cuentos que nos venden la publicidad y el marketing han hecho de los camellos sus protagonistas. Sino miren como en Arabia Saudí, utilizan a estos animales en las campañas publicitarias para reforzar la identidad cultural de un país que cada vez parece resquebrajarse más. No se discute el hecho de que se presente a este animal como símbolo de este país, pero sí de la forma en que la publicidad los acomoda a sus intereses meramente económicos con el disfraz de la identidad cultural. De acuerdo con un reportaje hecho por el diario El País de Madrid, presentado el 23 de enero del año 2018, algunos de los más reconocidos empresarios árabes ofrecen a las principales agencias publicitarias de Arabia Saudí, camellos con implantes de bótox para mejorar según ellos el registro fotográfico de los mismos. Igualmente sucedió en el King Abdulaziz Camel Festival, una especie de concurso de belleza en la que se elige a los mejores camellos de Arabia Saudí. En la segunda edición de este certamen se descalificaron doce camellos ya que tras la inspección del jurado se comprobó que sus dueños les habían inyectado bótox para mejorar su apariencia.

 

En un mundo acorralado por un feroz capitalismo, lo sorprendente sería que, aun conociendo el comportamiento de los mercados, las grandes compañías no se vieran desafiadas a explorar todas las estrategias de marketing para promocionar sus productos. No obstante, sabemos de algunas empresas que sin contar con una presencia fuerte en las plataformas virtuales y en los medios masivos como la televisión y la radio, logran mantenerse en el mercado gracias a la calidad de sus productos. Sus clientes terminan convirtiéndose en los principales difusores del mensaje que dichas empresas desean transmitir.

 

Por otra parte, gran parte de la publicidad se ha apoyado en lo que podríamos llamar una estética ficticia para conquistar al consumidor y para cultivar sus clientes.

Los niveles de verosimilitud que alcanzan dichas estrategias solo se justifican desde un imaginario colectivamente aceptado y perpetuado por los mismos medios de comunicación. Resulta, por ejemplo, alarmante que en un país como Colombia, que hace tanto alarde de la astucia de su gente nadie se pregunte si ese producto tan popular conocido con el nombre de Frutiño contiene en verdad vitaminas, y si el Head Shoulders quita la caspa de por vida como se atrevieron a decirlo en un comercial protagonizado por Sofía Vergara. Si no hubiese sido por la labor de la Superintendencia de Industria y Comercio, SIC, que se dio a la tarea de comprobar que se trataba de una de las típicas mentiras que sólo se fabrican en este país, a lo mejor un alto porcentaje de colombianos continuaría creyendo en tan hermosa y exuberante falsedad.

Pero lo cierto es que este chistecito le costó  una multa por el valor de 439 millones de pesos por publicidad engañosa. 

 

La ley 1480 de 2011 por medio de la cual se expide el estatuto del consumidor, concebido según la Constitución Política de Colombia para proteger, promover y garantizar la efectividad y el libre ejercicio de los derechos de los consumidores, así como para amparar el respeto a su dignidad y a sus intereses económicos, al parecer como todas las leyes que se fabrican en este país ha terminado siendo devorada por muchas ratas.

Lo inaceptable es que las grandes compañías continúen valiéndose de tan repugnantes medios para conseguir el dinero de los consumidores. Pero como bien lo dijimos anteriormente en un mundo donde se codicia lo que es de Dios y también lo que es del César, esto y más hacen parte de nuestra tradición de la pobreza.

No en vano el gran filósofo alemán Friedrich Nietzsche en su libro Así habló Zaratustra, afirmó que también nuestras virtudes nos harían perecer y pareciera que en una época tan caótica y fascinante como la nuestra, entre más acumulamos riquezas, entre más soñamos máquinas e inventamos deslumbrantes artefactos; más cercanos estamos de la destrucción del planeta.

 

 

Carlos Ferreyra

 

 

 

Comentarios de Facebook