Año 1933: Un político alemán asegura ser el ángel redentor de su país y un poeta también alemán sospecha de su coterráneo que en verdad es un monstruo y no un ángel y se atreve a quitarle la máscara y confirma su sospecha: es un monstruo llamado Adolf Hitler.

 

El poeta y también dramaturgo es Bertolt Brecht quien por un acto como este, se vio obligado a abandonar no sólo su país, sino también una Europa ya presa en las garras del Nazismo. Tras quince años de exilio entre Estados Unidos, Moscú, y Suiza, logra volver a Alemania y se instala en Berlín Oriental. A principios de 1949, se dirige a Berlín Este, donde siete años después, la muerte lo destierra también de este planeta, a la edad de cincuenta y ocho años.

 

En “La excepción y la regla” una de sus piezas más acabadas, desafía al ser humano a desconfiar de sus propias percepciones sobre la llamada Realidad, y sobre todo a no declinar jamás en su lucha por una vida mucho más digna. “Examinen, sobre todo, lo que parezca habitual” – propone –  “No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempos de desorden sangriento, de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar”.  Insiste.

 

Colombia, un país azotado por una guerra de más de cinco décadas, un país cuyos gobernantes cultivan con esmero la pobreza, el miedo, el odio, la confusión de sus habitantes, un país que pareciera coleccionar sus errores y fracasos como si se trataran de piezas de museo, un país donde la muerte se ofrece a domicilio y su menú es tan variado que puede pedirse todo a la carta, comenzando por sus criminales. Un país en donde sus mujeres madrugan a lavar las aceras, temerosas de que algún transeúnte pueda pisotear la sangre derramada; el desafío planteado por Brecht ha saltado de las páginas de sus libros a las calles, a los parques, a las plazas de mercado, impulsando a varios de sus artistas a descubrir la música de tan viejas heridas.

 

Porque al fin y al cabo como él mismo se preguntaba ¿por qué no cantar también en tiempos sombríos?

 

Uno de estos artistas que continúa cantando en estos tiempos de tantos jóvenes muertos, de tantas mujeres obligadas por un fusil a abrir las piernas, de tantas voces silenciadas por denunciar al Ladrón, al Genocida disfrazado de ángel redentor, de honorable señor. Uno de esos cantores en estos tiempos sombríos es sin duda el maestro Julio Eraso, director, actor, dramaturgo, gestor cultural y quizá el artista nariñense más influido por el pensamiento de Bertolt Brecht de cuya obra es un asiduo lector. Nace en pasto el 23 de julio de 1971 y se inicia como actor en el año de 1986, en un montaje realizado por el Liceo Integrado de la Universidad de Nariño, institución a la que se encuentra vinculado desde hace 28 años, como coordinador del grupo de teatro La Chispa. En esta misma institución promueve el Proyecto Teatral Liceísta que consiste en la formación actoral de estudiantes de básica primaria, básica secundaria y en ofrecer talleres de zancos, monociclo y malabares.

 

 

Su pasión por las artes escénicas y su fuerte compromiso ético y estético lo impulsaron a fundar importantes grupos de teatro como es el caso del Grupo Teatral El Muro, (fundación escénica y cultural), Unicornio, (grupo teatral de la Universidad Mariana), Calle Teatro, (de la Universidad de Nariño), Teatro La Guagua, entre otros. Como dramaturgo ha escrito cerca de veinte piezas, siendo las más celebradas por el público y la crítica: “Escenas de un hombre sin memoria” “Cielo en venta” “Breghk & Cía.”  “Pedro Bombo”  y “Leño cruzado”.

 

En alianza con profesionales de distintas ramas del conocimiento funda en el año 2008, la Corporación Escénica de Pasto La Guagua, institución cultural dedicada a recoger y salvaguardar la memoria de las comunidades indígenas.

 

Actualmente es miembro del Comité Pro Reactivación del Teatro Pasto, una iniciativa de la junta directiva del Barrio Lorenzo de Aldana, Asociación de Juntas Comunales de la Comuna 4, y de la Corporación Escénica de Pasto La Guagua.

 

Por su labor como director escénico y gestor cultural ha sido merecedor de importantes reconocimientos a nivel regional y nacional, entre ellos, el premio al mejor director en el festival regional de teatro universitario, Ascun, de la ciudad de Cali, y una beca de creación teatral del Ministerio de Cultura de Colombia, por su obra Breghk & Cía.

 

En una sociedad agazapada en el más cruento individualismo, la propuesta teatral del maestro Julio Eraso, busca en primera instancia el crecimiento en comunidad, fortalecer el trabajo en equipo, reconociendo al otro como un creador de sentido, capaz de enriquecer su propia experiencia y la de los demás. No en vano casi la mayoría de sus montajes han sido creaciones colectivas, deseando entablar una aproximación más directa con el público. Este es el caso de su obra más reciente: “Zarzuela de la revolución” un proyecto que se comienza a gestar desde el año 2006, a raíz de la conformación del  Grupo de Formación Humanística “Ciudad teatral” del cual es su coordinador y que apunta a la transformación ciudadana a través del teatro. El proyecto se tituló en sus inicios “La cantata de la revolución” y nació tras varias preguntas formuladas entre todos los integrantes del grupo en torno a uno de los acontecimientos históricos más importantes de la ciudad de Pasto: El asesinato del recaudador de impuestos José Ignacio Peredo, quien según el historiador nariñense José Elías Ortiz, tras intentar imponer nuevos tributos a los pastusos en plena festividad de San Juan Bautista, patrono de Pasto, es perseguido y asesinado por un indígena de apellido Naspirán, en La Cruz de Catambuco, el 24 de julio de 1781.

 

Se suele repetir que Pasto es una ciudad absolutamente monárquica y un hecho como este, no sólo lo desmiente, sino que además hacen visible la rebeldía volcánica de un pueblo que a lo largo de su historia ha rugido con vehemencia frente a las trampas establecidas por el poder. Por ello los integrantes del Grupo de Formación Humanística de la Universidad de Nariño, consideraron necesaria la creación de una obra que profundizara en estos hechos históricos pero que a su vez reflejara las hazañas de los nuevos revolucionarios nariñenses, asesinados por los criminales a sueldo de este país, y fue así como terminó consolidándose esta Zarzuela de la revolución.

 

La zarzuela es una composición dramática y musical originada en España cuyo nombre procede del Palacio de la Zarzuela, lugar donde se representó por vez primera. Dicho palacio fue construido en el siglo XVII por orden del rey Felipe IV como pabellón de caza y su nombre obedece a la presencia de zarzas o también conocidas como zarzamoras.

 

Pero en el caso de la propuesta del maestro Eraso, se trata de una zarzuela que, si bien cuenta con los principales componentes del género clásico, es decir, música en vivo, actores cantando, texto hablado, y danza, es notablemente andina. Y es esta particularidad la que le otorga una fuerza poética inusitada puesto que todo cuanto acontece en ella, contagia al espectador de la magia y el misterio de las culturas andinas.  Esto logra percibirse hasta en el intenso colorido del vestuario de algunos de sus personajes y sobre todo en la danza cuyos movimientos y cadencias típicos de los Andes, provocan una poderosa sensación de retorno a Casa.

 

A lo mejor, un crítico teatral, amigo íntimo de los cánones, diría que esta obra no es una zarzuela; pero si algo ha fortalecido el quehacer teatral y el arte en general, es esa vocación de riesgo de los grandes artistas que los ha impulsado a descubrir nuevas formas de expresarse. Tal es el caso del mismo Bertolt Brecht quien el 31 de agosto de 1928 estrenó en Berlín, la que es sin duda una de sus obras más célebres: “La ópera de los tres centavos” y que aún en la actualidad continúa generando debates sobre si es una ópera con actuaciones o una puesta en escena con canto. No obstante, se trata de una pieza que cambió la manera de ver y hacer teatro en su época, convirtiéndose tiempo después en un hito fundamental de la cultura del siglo XX.

 

En el caso de “Zarzuela de la revolución”, más allá de la discusión sobre si cumple o no con las características del género convencional, es una obra que logra por momentos entablar una relación tan profunda con el público que este pareciera en verdad estar viviendo en ese mundo que describe y no en una función de teatro. Da la impresión de que sus personajes estuvieran más vivos que los mismos espectadores. Adriana Benítez, Jario Moncayo, Tito Libio, líderes cuyo sueño de ver nacer una nueva Colombia les costó la vida, en esta obra continúan cantando; invitando a derrotar los odios y a una verdadera reconciliación;  porque como diría Aurelio Arturo, un poeta que también está entre nosotros: “Mas los que no volvieron viven más hondamente, los muertos viven en nuestras canciones”.

 

 

Carlos Ferreyra

 

 

 

 

 

 

 

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