Después de un periodo de experiencias alternativas en América Latina: la Venezuela de Chávez, la Argentina de los Kirchner, el Ecuador de Correa, el Brasil de Lula y la Bolivia de Evo; parecía haberse instalado de nuevo la derecha extrema, es decir, el neoliberalismo en Nuestra América. Macri tomó el poder en Argentina, Moreno en Ecuador, Piñera en Chile, Bolsonaro en Brasil y, finalmente, provocaron un golpe de estado en Bolivia. En Venezuela no han podido porque su pueblo en armas lo ha impedido, a pesar de los grandes esfuerzos de la derecha mundial encabezada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, con sus alfiles latinoamericanos, Duque, Bolsonaro y Piñera. Evo Morales cometió la ingenuidad de creer en la democracia burguesa, no tuvo en cuenta la experiencia de Salvador Allende –solo la fuerza del pueblo puede defender las conquistas revolucionarias–. La derecha neoliberal ha hecho lo que era de esperarse: abrir las puertas de sus países a los organismos financieros internacionales, es decir, al imperialismo y revertir las conquistas populares de los gobiernos de izquierda; el gobierno brasileño ha vuelto a prácticas que se creían olvidadas, propias del fascismo: el racismo, el machismo, la homofobia, etc., la burguesía boliviana tomó frente a los pueblos nativos la misma actitud que los españoles en la época de la conquista; los españoles dudaban de que los indígenas tuvieran alma, que fueran humanos, los burgueses bolivianos dijeron que Evo Morales era un animal, o sea que no tenía alma. La derecha extrema siempre regresa la humanidad a las peores épocas de la historia.
Pero, una vez más, el carácter contradictorio de la marcha de la historia hace presencia. No tenían razón quienes creían que la derecha había regresado para quedarse. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina son una prueba de ello y, de otra parte, los golpistas bolivianos no la han tenido fácil y las movilizaciones de Chile y Colombia prueban que los pueblos de América Latina no han bajado los brazos. El presidente de Chile que “ignoraba” la existencia de desigualdad en su país tendrá que enterarse. El presidente de Colombia, heredero de la marrullería legendaria de la burguesía del país, que ha podido hacerle creer a parte del mundo que la colombiana es una democracia perfecta, tendrá que entender que el pueblo es inteligente, sabe lo que le conviene y puede identificar a quienes obstruyen el logro de sus aspiraciones.
Iván Duque, en su discurso del día de las movilizaciones del 21 de noviembre, afirmó lo siguiente: somos un Gobierno que escucha y que construye… El diálogo social ha sido la bandera principal de este Gobierno. Debemos profundizarlo con todos los sectores de nuestra sociedad y acelerar nuestra agenda social… En ese momento creí que era un lapsus, cómo era posible que después de una movilización multitudinaria, de todos los sectores sociales, que le pedían cambiar el rumbo de su gobierno, el presidente pudiera decir que escuchaba a los sectores que estuvieran de acuerdo con su agenda social –¿será un problema de autismo?–.
En todo caso, la actuación posterior del gobierno ha demostrado que no era un lapsus, sino que efectivamente es lo que está pensando: conversar solo con los que estén de acuerdo con su agenda. Por eso invitó a “conversar” a todo el mundo, para no tener que comprometerse con nadie. De ahí su reticencia a negociar con el Comité de Paro, porque sabe que este no va a apoyar su agenda sino a exigir otra agenda, la que llevó a los trabajadores y al pueblo colombianos a ponerse en pie de lucha, sintetizada en los trece puntos ya conocidos: 1) Retiro del Proyecto de Ley de Reforma Tributaria en tránsito en el Congreso de la República; 2) derogatoria inmediata del Decreto 2111 del 2019, por el cual se crea el Holding Financiero; 3) derogatoria de la Circular No. 049 de 2019 sobre estabilidad laboral reforzada; 4) disolución del ESMAD y depuración de la Policía Nacional; 5) no tramitar la reforma al Sistema de Pensiones; 6) no tramitar reformas laborales y derogar los artículos 193, 198, 240 y 242 del Plan Nacional de Desarrollo; 7) no adelantar proceso alguno de privatización o enajenación de bienes del Estado independientemente de su participación accionaria; 8- cumplimiento de acuerdos a estudiantes universitarios, organizaciones indígenas, trabajadores estatales, Fecode y campesinos; 9- tramitar necesidades de los productores agropecuarios, como Tratados de Libre Comercio y la producción; 10) cumplimiento e implementación de los acuerdos de paz firmados en La Habana; 11) trámite inmediato en el Congreso de la República de los proyectos de ley anticorrupción; 12) derogatoria del impuesto o Tarifazo Nacional relacionado con el tema de Electricaribe y 13) definición de las políticas ambientales, protección de páramos y con los representantes de las organizaciones.
Finalmente, ante la posición decidida del Comité de Paro a continuar con el movimiento hasta que el gobierno se siente a negociar, el gobierno aceptó una reunión con el Comité, pero envió a la misma a un par de reconocidos manzanillos, uno de ellos es Angelino Garzón. Angelino fue alguna vez un hombre de izquierda que, a la primera prueba difícil, se pasó a las huestes del enemigo y allí empezó a sufrir el síndrome del apóstata, que al cambiarse de “religión” debe esforzarse por demostrar que lo hizo sinceramente, que no es un infiltrado.
No hay duda de que el Comité de Paro no representa a todos los que se han venido movilizando, que son todos los sectores que no pertenecen a los partidos de extrema derecha que detentan el poder político ni a los empresarios, que junto con el gobierno creen que la solución a todos los problemas del país pasa por pagar salarios de hambre – los salarios bajos dicen estos, por ignorancia o con mala intención, aumentan el empleo, frenan la inflación y estimulan el crecimiento; falta que digan que pone fin a la desigualdad –. Pero, por una parte, los sectores movilizados que no están representados por el Comité de Paro no son los que están conversando con Duque y, por otra parte, podemos pensar que si ellos lo desean pueden unir sus representantes al Comité de Paro. En todo caso, la estrategia simple del presidente es convocar a conversar a todo el mundo, para finalmente decidir él qué tiene en cuenta de lo conversado y qué no tiene en cuenta: además ya lo dijo en el discurso del 21N, tendrá en cuenta solo lo que corresponda a su agenda.
La realidad es que la movilización actual de los trabajadores y el pueblo colombianos no es una inspiración momentánea, sino la indignación acumulada por muchos años de política económica neoliberal, desde cuando el gobierno liberal de Cesar Gaviria hizo realidad el modelo neoliberal, con el nombre de apertura económica. Con esa decisión, Colombia se sumó a los estados neoliberales que se habían iniciado con el Chile del genocida Augusto Pinochet, que, a propósito, no ha sido desmontado por los llamados gobiernos democráticos del país austral y que es la causa de las actuales luchas de los hermanos chilenos.
Creo que América Latina está viviendo un momento histórico, que puede conducir a cambios significativos en nuestros países. Es un momento para no desfallecer sino para aportar cada uno y cada una lo que esté a su alcance. La historia la hacen los pueblos y en Colombia y en América Latina la estamos haciendo.
Julian Sabogal Tamayo
Profesor Titular de Pensamiento Económico de la Universidad de Nariño, Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, Socio de Número de la Academia Nariñense de Historia.