LA REFORMA LABORAL Y LA LUCHA DE CLASES

 

En este mundo traidor

nada es verdad ni mentira

todo es según el color

del cristal con que se mira.

Ramón de Campoamor

 

Las ciencias sociales defienden necesariamente algún tipo de intereses, sobre todo intereses económicos y, en general, intereses de clase. Entre las ciencias sociales, las que más se caracterizan por defender intereses de clase son las ciencias económicas. Un ejemplo claro de la defensa de intereses económicos, con argumentos de distintas ciencias económicas, son las discusiones del Proyecto de ley de la reforma laboral del Gobierno del Cambio. Todos los argumentos, por obvias razones, aparentan estar del lado de los trabajadores.

 

Empezaré con un par de citas de una corriente de pensamiento explícitamente declarada del lado de los asalariados. Este pensamiento se origina a mediados del siglo XIX en Alemania, por dos jóvenes llamados Carlos Marx y Federico Engels y, a pesar de múltiples vicisitudes, continúa vigente en la actualidad. La primera cita es de un gran conocedor de este pensamiento, llamado Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como V. I. Lenin:

 

En una sociedad erigida sobre la lucha de las clases no puede haber una ciencia social “imparcial”. De uno o de otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra sin cuartel a esa esclavitud. Esperar que una ciencia sea imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros en detrimento de las ganancias del capital.[1]

 

Por su parte, Carlos Marx en el Prólogo a la primera edición del tomo I de su obra El capital, escribió:

 

En el campo de la economía política, la libre investigación científica encuentra más enemigos que en otros terrenos. El carácter de los problemas aquí estudiados hace saltar a la palestra las pasiones más enconadas y más ruines que anidan en el pecho del hombre, todas las furias del interés privado.[2]

 

El cristal con que se mira la realidad, en ciencias sociales, es el método. Las ciencias económicas que defienden el capital sitúan su objeto de estudio en el mercado, en la apariencia de la realidad económica. A ese nivel de la realidad, todos los participantes son iguales. Este método supone que este lado de la realidad es toda la realidad. Marx resume esta situación de esta manera:

 

La esfera de la circulación o del cambio de mercancías, dentro de la cual se opera la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos innatos. En él operaban solamente la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. La libertad, pues tanto el comprador como el vendedor de una mercancía, por ejemplo, la fuerza de trabajo, actúan solamente al dictado de su libre voluntad. Contratan entre sí como personas libres y jurídicamente e iguales. El contrato cerrado por ellos es el resultado final en que sus voluntades cobran expresión jurídica común. Igualdad, pues solo se relacionan los unos con los otros en cuanto poseedores de mercancías, que cambian un equivalente por otro. Propiedad, pues cada cual dispone solamente de lo que es suyo. Y Bentham, pues cada uno de ellos se preocupa solamente de sí mismo. La única fuerza que los mantiene unidos y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, del provecho particular de cada cual, de sus intereses privados.[3]

 

El método propuesto por Marx, el Materialismo Histórico, reconoce esta parte de la realidad económica, el mercado, pero solo como una cara de la realidad, su cara externa, su forma de aparecer al sentido común. Pero la realidad tiene otra cara, la cara interna, el proceso de producción:

 

Al abandonar esta esfera de la circulación simple o del cambio de mercancías, de la que el librecambista vulgaris toma sus ideas, sus conceptos y el criterio para formarse sus juicios acerca de la sociedad del capital y del trabajo asalariado, parece como si la fisonomía de nuestros dramatis personae experimentase algún cambio. El que antes era poseedor de dinero avanza ahora como capitalista, seguido por el poseedor de la fuerza de trabajo, convertido en obrero; aquél, frunciendo el ceño como hombre muy importante y absorbido por sus negocios, éste, tímido, vacilante y reacio como el que lleva al mercado su propia pelleja y al que no le espera otra suerte que la de ver como se la tunden.[4]

 

Marx dividió el pensamiento económico en dos grandes ramas: el pensamiento económico vulgar, el que se queda en la apariencia, la realidad que está al alcance del vulgo, del sentido común; aquí se sitúan las ciencias económicas que se enseñan prácticamente en todos los programas de economía del mundo. Y el pensamiento económico científico, el que va más allá del mercado, llegando al proceso productivo, al lugar donde el trabajo transforma las materias primas en nuevas mercancías; aquí están los clásicos – William Petty, los Fisiócratas, Asma Smith y David Ricardo – y, por supuesto, el pensamiento de Marx, Engels y sus seguidores.

 

El pensamiento vulgar ve cómo en el mercado se enfrentan dos propietarios de mercancías, en igualdad de condiciones: uno entrega dinero, en forma de salario, el otro entrega trabajo. El pensamiento científico, por su parte, se traslada al lugar oculto, la fábrica, y allí las cosas tienen otro aspecto. Lo primero que se encuentra es que el trabajador, ahora convertido en proletario, no podía vender el trabajo, porque el trabajo aún no existía, lo que vendió fue su fuerza de trabajo, su propia pelleja; en la fábrica, el capitalista es propietario temporalmente de la fuerza de trabajo, porque la compró en el mercado, y es también propietario de la mercancía que el propietario produce, porque además de ser dueño de esa fuerza de trabajo es también dueño de los medios de producción. Se descubre también que la mercancía producida posee un valor mayor que el que tenía la fuerza de trabajo, posee un plus, una plusvalía, que el capitalista se apropia gratuitamente: esto se llama explotación del trabajo ajeno. Esto no puede verlo el pensamiento económico ortodoxo, porque éste no cruza los linderos del mercado. Otra característica de la ortodoxia es que le huye a la historia, trata las categorías económicas sin preocuparse por saber de dónde vienen ni para donde van, como si fueran eternas. Este aspecto lo plantea Marx, de esta manera:

 

Los economistas presentan las relaciones de la producción burguesa – la división del trabajo, el crédito, el dinero, etc. – como categorías fijas, inmutables, eternas…  Los economistas nos explican cómo se lleva a cabo la producción en dichas relaciones, pero lo que no nos explican es cómo se producen esas relaciones, es decir, el movimiento histórico que las engendra.[5]

 

Esta diferenciación entre el pensamiento ortodoxo y el pensamiento marxista es muy importante para entender la actual discusión sobre la Reforma laboral. No tiene mucho sentido tratar de demostrar quiénes tienen la razón y quienes están equivocados, cada posición teórica tiene sus razones frente a los intereses que defiende, son posiciones de clase: una del lado del capital y la otra del lado del trabajo.

 

La visión del lado del capital, lo que es igual, la visión contra el proyecto de Reforma laboral, plantea que el camino para disminuir el desempleo y la informalidad es mantener salarios bajos y aumentar la jornada de trabajo; la propuesta de la ortodoxia es aumentar salarios lo más cerca a la subida de los precios, es decir, no aumentarlos, y prolongar la jornada de trabajo hasta donde sea posible, por ejemplo, convirtiendo las horas extras en parte de la jornada normal.

 

Contrario censo, podríamos argumentar que, si la precarización de salario disminuyera el desempleo, éste ya hubiera desaparecido, porque la situación de la clase obrera en el país siempre ha sido precaria; en Colombia se necesitan casi tres salarios mínimos para comprar la canasta familiar.

 

El problema del desempleo debe ser mirado de manera distinta, nada tiene que ver con que el salario sea precario o no lo sea. La realidad es que, si la técnica se desarrolla constantemente, cada vez se requiere menos trabajadores para la misma cantidad de producción. El capitalista aumenta la producción de una mercancía sólo si hay más demanda para ella en el mercado, a unos precios que incluyan la ganancia. Si hay esa demanda, el capitalista calcula qué es más favorable si contratar nuevos trabajadores o conseguir una nueva técnica que aumente la productividad del trabajo de los obreros ya contratados; incluso, si la nueva técnica aumenta mucho la productividad del trabajo, el capitalista puede contratar menos obreros que antes. Es decir, el aumento o disminución del empleo nada tiene que ver con que los salarios permanezcan bajos.

 

Pero, en todo caso, si se tratara de intercambiar argumentos, en contra y a favor de la reforma, los ortodoxos nos llevarían ventaja, porque tienen más formas de hacerlo: tienen todos los economistas asalariados del capital, tienen casi todos los llamados medios de comunicación, que son realmente empresas capitalistas creadoras de opinión y tienen, infortunadamente, la mayor parte de los profesores de economía del país. La defensa de la reforma, entonces, no se logra intercambiando argumentos teóricos, sino mediante la identificación, por parte de quienes defendemos la Reforma, de quiénes están del lado de los capitalistas y quienes del lado de los trabajadores y, a partir de aquí, el único argumento válido es la organización y la movilización de los trabajadores y sus amigos.

 

El hecho, comprobado por la historia, es que no existe capitalismo sin desempleo, éste es consustancial al sistema capitalista. El desempleo desaparecerá, solamente cuando desaparezca el empleo, es decir, cuando la relación del productor con el proceso productivo no sea salarial, cuando los productores sean propietarios de los medios de producción.  Mientras eso llega, solo queda la lucha por el mejoramiento de la situación de la clase de los trabajadores. Y el actual es un momento propicio, ya que el interés del actual gobierno coincide con los intereses de los trabajadores. Por su parte, la derecha tiene razón para estar preocupada, si las reformas del gobierno de Petro tienen éxito, se alejará la posibilidad de que la derecha vuelva al poder.

 

 

 JULIÁN SABOGAL TAMAYO 

Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas

Socio Fundador de la Asociación Colombiana de Economía Crítica.

 


 

[1] LENIN, V. I. (1976) Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo.  En Obras Escogidas, en12 tomos, Moscú: Editorial Progreso, tomo V, pág. 5.

[2] MARX, Carlos (2015) El capital, tomo I, México: Fondo de Cultura Económica, pág. 11.

[3] MARX, Carlos, op. cit., págs. 160-161.

[4] Ibid., pág. 161.

[5] MARX, Carlos (1970) Miseria de la Filosofía, Buenos Aires: Ediciones Signos, págs. 84-85.

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Julián Sabogal Tamayo
Profesor Titular y Profesor Emérito de la Universidad de Nariño, adscrito al Programa de Economía; ha sido profesor de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, UNAN. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, Doctor Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla. Socio fundador de la Asociación Colombiana de Economía Crítica, autor de 18 libros, autor de artículos publicados en revistas y periódicos de Colombia y del exterior.

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