El pasado 2 de octubre del presente año, el pueblo colombiano, mediante el plebiscito expresó su posición sobre el Acuerdo de Paz sellado entre el Gobierno y las Farc tras 52 años de confrontación armada. A la pregunta del plebiscito ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera? los colombianos que acudimos a las urnas respondimos, según la Registraduria del Estado Civil, en un 50.2% NO y el 49,7% SI, dejando en evidencia, una vez más, un conflicto nacional de más de medio siglo. Este resultado sorpresivo revela con casi un porcentaje a mitades que la nación colombiana se encuentra dividida y que el asunto de negociar un acuerdo trascendental e histórico para la nación y el mundo, ocupa su atención, sin tener la certeza de cuánto tiempo pasará para tener nuevamente esta oportunidad en los anaqueles de la gramática social del país.

 

Cuánto tiempo pasará para tener nuevamente esta oportunidad en los anaqueles de la gramática social del país

 

¿Qué deseamos entonces? ¿Qué debemos esperar? son algunas de las preguntas que ahora muchos intentamos responder; ya no se trata de un “Sí” o un “No” por contestación, ni de divisiones, ni de esperanzas con argumentos certeros o sin certeza, sino que estamos obligados a aceptar un acto democrático y sobreponernos los que dijimos “Sí” a los resultados obtenidos y levantar de nuevo la mirada para construir juntos discusiones pedagógicas sobre el conflicto sociocultural, político y económico del país, para entender de una buena vez que tenemos una hermosa herencia de mestizaje en cada una de las regiones de nuestro nación y que cada uno de nuestros actos influyen directamente en las identidades y diversidades que tenemos aglutinadas en cada rincón de nuestro país.

 

 

En un acto legítimo es necesario que quienes dijeron que NO se comprometan en un proceso constructivo a buscar puntos y enlaces de encuentro sensatos, críticos y reflexivos en orden a vincular a toda la sociedad teniendo en cuenta las diferencias que todos poseemos, la carga de valores que cada colombiano tiene en su historia de vida y de este modo podamos sentirnos satisfechos de nuestra pertenencia, de nuestras huellas campesinas y nuestros orígenes milenarios de pueblos afros e indígenas; seguramente tendremos que dialogar de nuevo, diálogo que debe girar en torno a entender, respetar y ver en el otro un reflejo real de nosotros mismos; no desconocer que nuestro pueblo sí ha sido violentado, sí hay muertos y desplazados que no deberían haber sumado la lista de atrocidades en nombre de la división extrema y la indiferencia.

 

Nos resta construir de nuevo, escuchar y preponderar la pedagogía como un acto transformador y veraz de la política nacional en aras de velar por una paz con criterios óptimos para Colombiana.

 

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