En el marco de la conmemoración de los 116 años de la Universidad de Nariño, se rinde homenaje a Gustavo Álvarez Gardeazábal, docente de Literatura entre 1970 y 1972 de esta Institución
Intervención del profesor Manuel Enrique Martínez Riascos, Director del Departamento de Humanidades y Filosofía – Udenar
Desde la veraniega y apacible localidad de “Güairabamba”, bellísimo vocablo, de pura estirpe del quechua primigenio que, en castellano, designa al “hermoso valle” que se asentaba en cercanías al municipio de Chachagüí, les presento un afectuoso saludo a los integrantes de la Mesa de Honor y al insigne escritor, mi Maestro, Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien, en ocasión de celebrarse los 116 años de creada la Alma Mater de los nariñenses, nos acompaña para recibir el reconocimiento de parte de la Universidad, que fue y será siempre su casa, no solo por haber iniciado en las aulas vetustas del campus de Torobajo su trayectoria como docente de Literatura y de Humanidades, sino, también, como una forma de enaltecer, ante las generaciones presentes y futuras, su ejemplar y destacada vocación que, como escritor, supo labrar desde estas tierras de los Andes, custodiadas por el guardián milenario, el “Urcunina”.
Este año 2020, próximo a terminar sus calendas, nos ha brindado significativos acontecimientos para la Universidad de Nariño y la región surcolombiana que la acoge, pero, de modo singular, desearía evocar esa época de los setenta, cuando, recién graduado en Licenciatura en Letras, Gustavo Álvarez Gardeazábal arriba a la “Ciudad sorpresa” de Colombia, en el mes de agosto de 1970, un joven profesor, que se distinguía de los demás foráneos por su acento valluno y su presencia física, que combinaba la sencillez con la elegancia, complementada casi siempre por su “mochila” inseparable, en la cual traía su Tesis de grado: “La novela de la violencia en Colombia”.
En esa época, todavía bajo la tutela de la Constitución centenaria de Caro y Núñez, la de 1886, a los rectores de las universidades públicas los nombraba el gobernador de turno y, en el Departamento de Nariño regía sus destinos Laureano Alberto Arellano, conocido como el “mono” Arellano, quien ejerció ese cargo durante 1970 y 1971.
Y le correspondió posesionar al recién llegado catedrático Álvarez Gardeazábal, al Dr. Francisco Vela Herrera, “el Pacho Vela”, como le decían sus amigos y allegados…fue durante el gobierno del conservador Misael Pastrana Borrero, último estadista del célebre pacto que firmarían Alberto Lleras Camargo (como representante del partido liberal) y Laureano Gómez (como representante del partido conservador), llamado Frente Nacional, en Benidorm, 24 de julio de 1956, y en Sitges, 20 de julio de 1957, localidades españolas; un acuerdo [de paz] que instauró el bipartidismo, para contener la violencia y el derramamiento de sangre que, a lo largo y ancho de la geografía colombiana, se había desatado a raíz del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán…
Entoces, el profesor Álvarez Gardeazábal se vincularía al Departamento de Humanidades, en la antigua Facultad de Educación, cuando existía también el Departamento de Filosofía.
Al año siguiente de 1972, se designó como rector de la Universidad de Nariño al ilustre académico, científico e investigador, Luis Eduardo Mora Osejo, quien, durante la gobernación del conservador Francisco Muriel Buchely (quien no terminó su mandato) y Francisco Javier Revelo Huertas, propiciaría un proceso de reforma de la Alma Mater y, para ese efecto, presentó a consideración de los estamentos y consejos universitarios el documento Planteamientos básicos para la reforma de la Universidad de Nariño, una aspiración que se vio truncada porque, por los avatares azarosos de la política, al Dr. Mora Osejo lo separaron de su cargo…
Bueno, se necesitaba describir, de cierta forma, el contexto que enmarcaría la permanencia y actividad del profesor Gustavo Álvarez Gardeazábal en suelo pastuso y en la Universidad de Nariño en particular, en la cual alternaría la docencia, como se ha dicho, con la creación y producción literarias, que evidenció de un modo muy concreto, pues fundó el primer Taller de Escritores que tuvo la Universidad, que convocó a estudiantes y profesores amantes de la literatura y de seguir la senda tortuosa de Cervantes… y dejaría la simiente para que, dos años más tarde (1974), se creara el Taller de Escritores “Awasca”, denominado así por concurso, taller que funciona hasta la actualidad, adscrito al Departamento de Humanidades y Filosofía.
Pero, también, se debe decir, la ciudad de San Juan de Pasto, enclavada en las faldas del Volcán Galeras, le serviría de inspiración para escribir su novela “Cóndores no entierran todos los días”, cuyo primer texto data de 1970 y, como reza en sus páginas, la escribió en Torobajo (nombre del predio donde se había construido la nueve sede de la benemérita institución); de ahí que, en este año (también) se cumplen los 50 años de ese inspirado nacimiento, cuyo título emblemático y metafórico aludía a una de las aves que anidaban en las estribaciones del Urcunina y que se perderían para siempre, para quedar solo como un eferente simbólico en el escudo patrio; y seremos testigos de excepción del lanzamiento de la edición conmemorativa.
¡Cómo es la vida! Yo había terminado mis estudios de bachillerato, en julio de 1970, en el Instituto Champagnat, regentado por la comunidad de los Hermanos Maristas (de origen francés) y, al año siguiente, me presenté a inscribirme al Programa de Licenciatura en Educación, con Especialidad en Filosofía y Letras de esta Universidad, que formaba parte, en ese entonces, de la Facultad de Ciencias de la Educación; fui admitido y así inicié mis estudios y ya cursábamos los diez admitidos el primer semestre y compartíamos las aulas y auditorios con estudiantes de otros programas de Licenciatura, porque, en esos tiempos, había un currículo común, denominado de “componentes o estudios básicos”, que nos obligaba a ver materias como biología, matemáticas, estadística, etc., más ese primer momento de nuestra experiencia como universitarios se interrumpió, porque cerraron la U (como se decía y se sigue diciendo en la actualidad); era como a mediados de abril de 1971.
Se retornó a clases en el segundo semestre a partir de agosto y nos tocó estrenar nuevo Plan de Estudios; aquellas asignaturas mencionadas del componente básico habían desaparecido; para sorpresa nuestra encontramos nuevas, y solo las referidas a la carrera, entre las cuales estaba la de Introducción a la Literatura; el primer día de clase, los diez compañeros –siempre fue un grupo pequeño- estábamos expectantes por conocer a los nuevos profesores y fue así como, puntual y preciso, apareció en la puerta del salón (en el desaparecido Bloque 1) el docente que la impartiría, y que hoy se ha hecho presente el Maestro, mi Maestro, GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL…
(Para quien solicito un aplauso). En el aula y bajo su orientación y saber conocimos y nos familiarizamos con las corrientes y escuelas literarias de Latinoamérica y de Europa; era la época del conocido Boom Latinoamericano, “fenómeno literario que surgió entre la década del ’60 y del ’70 y que consistió en el afloramiento de la narrativa latinoamericana, con obras que se difundieron por todo el mundo, para convertir a sus autores independientes y relativamente jóvenes, en íconos de la literatura [Fuente: https://www.caracteristicas.co/boom-latinoamericano/#ixzz6cOgfgBSH].
Iniciaríamos también nuestros primeros ejercicios de composición literaria en narrativa, escribiendo algunos cuentos, que se leían, corregían y evaluaban con el rigor que caracterizaba al profesor Álvarez Gardeazábal… Recuerdo que entre otros temas de la literatura nos adentramos en el “género de la novela; era la época del análisis estructural de Wolfgang Kayser; leímos: “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde; “El alférez real”, de Eustaquio Palacios; “Cuatro años a bordo de mí mismo”, de Eduardo Zalamea Borda y “Cien años de soledad”, de G. García Márquez, de igual manera, nos llevó a la poética de los simbolistas franceses, de quienes leíamos y analizábamos en clase los textos de los considerados “poetas malditos”, como Arthur Rimbaud, Stéfane Mallarmé y Paul Verlaine, del siglo XIX, pero con bastante arraigo e influencia a ambos lados del Atlántico hasta nuestros días; recuerdo en especial el poema “Una carroña”, de Charles Baudelaire, precursor del simbolismo y otro de los poetas malditos, que forma parte de su libro, harto conocido, y traducido Las flores del mal.
Evoco este pasaje de una de las tantas y amenas clases que recibimos del joven profesor, quien tenía una especial disposición para leer poesía…
Pero, no solo se daría a conocer en estas tierras del Sur por su actividad dedicada a la docencia y a la escritura, sino, también, revelaría un talante crítico y directo en asuntos de política y administrativos, hasta el punto que, en el tiempo de su estadía en Pasto y su vinculación con esta Universidad, tuvo asiento en el Máximo Organismo de Gobierno, el Consejo Superior Universitario, como delegado del Ministro de Educación [Luis Carlos Galán Sarmiento].
En un paréntesis muy breve, la década de los 70 fue una de las más convulsionadas en la historia del país y del siglo pasado; en el último gobierno del Frente Nacional sucedieron muchas revueltas y paros cívicos, como el que se gestaría en Nariño pro construcción de la gran refinería de Occidente en el puerto de San Andrés de Tumaco; las protestas en las universidades públicas fueron una constante y, a consecuencia de ellas, el gobierno de Pastrana Borrero, y los siguientes, apelando a las medidas excepcionales –previstas en la Constitución– decretó el Estado de Sitio y se cerraron 18 universidades (entre ellas la de Nariño).
Bien, en referencia a la prolífica actividad literaria del Maestro Gustavo Álvarez Gardeazábal, se recordará que su primera novela, “Cóndores no entierran todos los días”, fue ganadora del máximo galardón en el concurso Manacor de las Islas Baleares, de España en 1971; es decir, al año siguiente de haberla concluido en el campus de Torobajo; considerada por los estudiosos de la literatura latinoamericana como la mejor en su amplia producción como escritor, como narrador; obra que también se llevaría al cine, por el realizador Francisco Norden, en 1984, y sería la primera producción del cine colombiano en participar en un Festival Internacional tan afamado, como el de Cannes, en la Riviera francesa…
“El oficio de escritores se ve complementado con una importante trayectoria en el mundo académico de las universidades, a través de la publicación de ensayos y, en algunos momentos, con la participación en periódicos, con la publicación de columnas de opinión”; una muestra de ello, se dio entre 1972 y 1980, cuando estuvo vinculado como profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle; durante ese tiempo, fundó la revista Logos, de la cual fue su Director, y el Taller de Escritores.
También vivió el mundo inhóspito de la política al frente de la Alcaldía de Tuluá, en dos oportunidades (su ciudad natal) y, después, en la Gobernación del Valle; con posterioridad, se desempeñó en el medio radial, en el espacio de “La luciérnaga”, como periodista de opinión.
Para concluir, es importante relievar “el papel social y político del literato”, del escritor, como se intitula el escrito –bastante extenso y muy interesante– que recoge una “entrevista con (…) Gustavo Álvarez Gardeazábal”, realizada en Medellín en el mes de mayo de 2008, por Dairo Correa Gutiérrez, en cuya parte introductoria se lee: “En el plano de una actitud no conformista con la realidad política del país se ubican las obras narrativas de Antonio Caballero, Fernando Soto Aparicio y Gustavo Álvarez Gardeazábal”. “La obra literaria de Gardeazábal alberga diversos testimonios sobre la política de los últimos cincuenta años en el país, principalmente aquella relacionada con la región del Valle del Cauca”.
Así fue el inicio de la entrevista: “El primer tópico sobre el cual vamos a hablar es la construcción narrativa de su novelística y cómo percibe la utilidad que puede tener el discurso ficcional de la literatura para representar o testimoniar fenómenos sociales en Colombia”. Y así respondió:
“Yo no he hecho sino eso a lo largo de todas mis novelas (…). Siempre ha sido sobre un discurso que permita reflejar a futuro la realidad de un momento que los historiadores no contaron. En algún momento lo escribí con ilusión y algo de ingenuidad, como cuando escribí Cóndores, creyendo que, en este país, si yo escribía una novela contando todo lo que había pasado, las nuevas generaciones no iban a cometer el mismo estúpido error. Perdí el tiempo, porque aquí siempre se busca algún pretexto para seguirse matando. En todas mis novelas, hasta en las más tenues, no he hecho más que reflejar esa realidad y ese contexto histórico y social que permite la solución teórica o la crítica acerba o la desilusión total y, en el fondo, yo soy el novelista crítico de la segunda mitad del siglo XX. Y terminé de historiador, haciendo novela”.
Muchas gracias
San Juan de Pasto, noviembre 5 de 2020. Conmemoración 116 años Universidad de Nariño