Ha surgido una amplia reacción frente a la declaración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en relación con los inmigrantes de los países pobres, incluso el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos declaró que tal declaración solo podía calificarse como racista; estas fueron las palabras de Trump: “¿Por qué tenemos a toda esa gente de esos países de mierda llegando aquí?”. Se refería a países de Centroamérica y el Caribe, como El Salvador y Haití, y africanos como Kenia –recordemos que entre los migrantes de Kenia a Estados Unidos está la familia de Barack Obama–.
Me parece que hay cierta hipocresía en el ruido que se ha levantado –sin duda la causa de la protesta se deriva del uso de la palabra mierda– porque de hecho el racismo es propio del imperialismo. No solo el nazismo creía que había razas superiores e inferiores, también los colonizadores europeos lo pensaron respectos a los habitantes de sus colonias y, en general, los países llamados desarrollados lo creen respecto a los subdesarrollados.
El pensador norteamericano Immanuel Wallerstein lo plantea, con mucho rigor teórico, en estos términos: “El racismo no es xenofobia y el subdesarrollo no es pobreza ni un nivel bajo de tecnología. Más bien el racismo y el subdesarrollo, como los conocemos, son manifestaciones de un proceso elemental mediante el cual se ha organizado nuestro propio sistema histórico: un proceso que consiste en mantener gente afuera mientras se mantiene gente adentro” (Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI, págs. 91-92).
Lo más grave no es que los burgueses de los países centrales consideren que la población de los países de la periferia está compuesta por seres inferiores, lo peor es que en la periferia se crea lo mismo. Que esto es así, lo prueba, por ejemplo, la creencia general de que un pensador norteamericano doctorado en Harvard es superior a un pensador pastuso doctorado en la Universidad de Nariño.
lo peor es que en la periferia se crea lo mismo