El 5 de enero es dedicado al juego de negritos. Durante esta jornada se conmemora el día en que los esclavos de origen africano tenían libre para dar rienda suelta a sus desahogos lúdicos, y la gente juega y baila en las calles y en los lugares públicos de jolgorio a pintarse de negro, usando cosméticos elaborados con ese fin. El juego es sin lugar a dudas la identidad del carnaval de Pasto, lo diferencia de otros carnavales y eventos similares. En él participan como jugadores quienes acuden al carnaval; de ser espectadores pasan a ser actores. El día cinco de enero la expresión tradicional es la “pintica” o “juego caricia”, como lo denomina la historiadora Lydia Inés Muñoz Cordero. En él, sin distingos, se entrelazan los jugadores extrovertiendo su alegría y entusiasmo, que con travesura convoca a propios y extraños hasta llegar a una euforia colectiva. Aflora el niño reprimido, que aún a través del tiempo, vive en cada uno de nosotros. La “Pintica” es un rito al que nadie escapa. La gente se desplaza por calles, barrios, avenidas y plazas, jugando y pintándose unos a otros, recordando el origen del carnaval. En los tablados y casetas las orquestas animan el baile y la alegría de propios e invitados.

 

En relación a los antecedentes de la fiesta de los negritos, el investigador Germán Zarama Vásquez, señala lo siguiente:

 

“Durante la época de la colonia y a raíz de las condiciones infrahumanas en que vivían los esclavos negros, se empezó a escuchar un clamor general de esta raza por obtener por lo menos un solo día de descanso, luego de 365 días de ardua y extenuante labor. Por otra parte empezaron a suscitarse algunos levantamientos de los negros en Colombia, iniciando en la población de Remedios (Antioquia) en 1607. Este primer brote, al igual que otros que lo sucedieron, fueron aplastados por los representantes del Rey de España.  No obstante la rebelión de los mineros negros se extendió por todo el territorio colombiano y se mantuvo durante dos siglos. La forma más generalizada de manifestar su rechazo a la esclavitud era la creación de “palenques”, es decir, poblaciones, donde antiguos esclavos se congregaban para vivir en libertad. Estas poblaciones generalmente se asentaban en regiones selváticas, muy lejos de los centros urbanos”[1].

 

 

Muñoz Cordero subraya: “En Pasto, las celebraciones del 5 de enero, para el caso reseñado de 1887, se conjugan las mascaradas, los disfraces, y las cuadrillas de los jugadores de la “pintica”, que al parecer son jóvenes de clase social alta, quienes anuncian su visita mediante tarjeta oficial. Para esta época se trata de un juego de cortejo, galante y espontáneo que conserva su esencia carnavalesca. Otro elemento que se destaca, es la socialización que se provoca  y la diversión “espiritual” y “decente” según el canon ético de la época, pero también la reciprocidad por parte de los escogidos para la visita de los jugadores”[2].

 

 

Según Muñoz Cordero, “El 5 y 6, juego de negros y blancos, se realizaron en forma espontánea y libre, hasta 1927, fecha en la cual por primera vez se organizó en forma oficial un programa de carnaval para los días 5, 6 y 7 de enero. Con la elección de Rosa Elvira Navarrete, en su calidad de primera Reina de la Alegría. Así, se iniciaba la historia y memoria sobre el CARNAVAL ANDINO DE NEGROS Y BLANCOS en la ciudad de San Juan de Pasto. Fue la ocasión en la que desfilaron los primeros autos alegóricos o carrozas, que habían hecho su aparición reciente en el Festival Estudiantil de la Cultura”[3].

 

En el Palenque lúdico se vive un juego de extroversión progresiva que se inicia con la aplicación de cosmético de color negro sobre la piel, “la pintica”, donde grupos de cuadrillas, desde los barrios equidistantes a la Plaza del Carnaval se desplazan al son de tonadas que anudan las raíces del afrocolombiano, como: currulaos, bundes, jugas, abosaos, andareles y aguabajos, ritmos tradicionales del Pacífico; involucrando en su desplazamiento a los espectadores, quienes se suman en forma espontánea al desfile. En la tarde el gran concierto afrocolombiano en los tablados especiales que para efecto se han preparado.

 

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Tonadas que identifican las raíces del afrocolombiano, como el currulao o bunde, entre otros. Carnaval de Negros y Blancos. Fotografía John Alexander Rosero Pasur.

 

Moyano Ortiz señala lo siguiente, en relación al juego de Negritos en el marco del Carnaval de Negros y Blancos de Pasto:

 

“El cinco de Enero es el día de los negros. Se dice que ese día comenzó, un poco al norte, en las haciendas del Valle del río Patía o en los caserones de Popayán, como un reconocimiento a la libertad que los amos le concedían una vez al año a los esclavos. Lo cierto es que ese día sucede algo insólito: todos juegan a la pintica usando maquillaje negro, que comienza siendo un toquecito en la mejilla y se expande por todo el rostro.

 

Al final de la tarde miles de seres embebidos en el delirio dionisiaco, bajo el sagrado tatuaje de la pintura, son negros, bailan como negros, sienten como negros y afirman el yo disolviendo el ego, porque como no hay distinción de persona o de clase todos comparten el regocijo de la fiesta y la libertad que produce precisamente una tradición donde lo que se celebra es la expansión del espíritu y la posibilidad del contacto colectivo. En una ciudad donde, aparentemente, la gente es recatada y distante, se entra en comunicación directa, piel con piel. De hecho, la sensualidad y el juego le dan a la fiesta una importancia definitiva, para que la calidez humana y el fuego de lo placentero siga cultivándose en este crisol de las culturas”[4].

 

[1] ZARAMA VASQUEZ, Germán (1999). Luces y sombras del carnaval de Pasto. Primera Edición. Prisma III. Bogotá, p. 41.

[2] MUÑOZ CORDERO, Lydia Inés (2007). Op. Cit., pp. 143-144.

[3]  MUÑOZ CORDERO, Lydia Inés (2007). Op. Cit., p. 16.

[4] MOYANO ORTIZ, Juan Carlos (2003). En los Territorios sin Fronteras de la Memoria Colectiva. En www. Xexus.com.co. Consulta: 10-11-87.

 

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