El hombre es un animal desobediente porque tiene dignidad

Juan Carlos Monedero

Programa Podemos (España)

 

 

 

Para el sicoanalista francés Jackes Lacan los verdaderos viajes empiezan cuando los caminos se terminan. Para George RR Martin, en su obra de ciencia ficción, canción del hielo y fuego cuyo primer libro se llama “Juego de Tronos”, la acción política se desarrolla entre el delgado hilo de la vida y la muerte, creando una atmósfera claro-oscura y violenta del poder; los diálogos entre actores crispan los nervios, es una época de un mundo ficticio con largos, peligrosos y fríos inviernos, donde numerosos caballeros montados en briosos corceles se exterminan unos a otros permanentemente, con el solo objetivo de sentarse en el trono de hierro forjado por miles de espadas de los perdedores de las diferentes guerras, un trono incómodo, pero atractivo, donde la encarnación del poder, el Rey, se sienta en los símbolos de los vencidos para recordarles permanentemente quién monopoliza la fuerza y quién es el dueño absoluto del porvenir de los vasallos de los siete reinos; su espaldar erizado por afiladas espadas de acero valyrio, es muestra de que la guerra se ha dilatado durante años y los pequeños oasis de paz que han existido son solo cortos periodos de rearme para forjar nuevas espadas que adorne el belicoso trono.

 

Mientras tanto Gramci nos recuerda que la guerra hace parte del tablero de ajedrez de lo político, en donde los actores tratan de ganar por la fuerza lo que no han podido arrebatar en la confrontación partidaria y de ideas y en donde los objetivos inmediatos se concentran en la derrota final de sus adversarios doblegándolos por la coerción de las armas, para luego del triunfo, avasallarlos y someterlos redireccionándoles nuevos roles sociales, que en palabras del austriaco Karl Von Clausewitz, la guerra es la política por otros medios.

 

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La tierra no debe sumar votos a los caciques políticos, sino multiplicar sueños y bienestar a nuestros abandonados campesinos. Fotografía Jaime Cañizares

 

Para el politólogo Gramci, lo realmente exitoso se da cuando la acción política supera el estado inercial del conflicto y surgen tangentes propositivas para crear y recrear nuevos escenarios políticos. Cuando las fuerzas en conflicto no avizoran a corto y mediano plazo una victoria, o cuando se acercan peligrosamente a las llamadas ganancias pírricas, es cuando se entra a procesos de conversaciones o procesos de paz, donde las fuerzas dialogan, ceden, se reprochan, se justifican y por ultimo firman un tratado donde no hay vencidos ni vencedores.

 

Así la ciencia política, que surgió para entender el poder, supera en su dinámica de análisis a la guerra; Maquiavelo prefiere asesorar al príncipe que al guerrero; la política debe regresar al pueblo de donde surgió y le fue arrebatada, por eso la paz, bien supremo, debe ser revalidada en grandes consensos, llámense estos referendos, consultas o plebiscitos, donde la inmensa mayoría de excluidos por los bandos en lucha, paradójicamente deciden, la mitad más uno, la sobrevivencia de los guerreros de uno u otro bando que iniciaron esta larga guerra sin nuestro permiso; los pactos de paz se hacen más allá del muro de los siete reinos, en territorio apache, en Cuba, una isla de ateos pero de buenos componedores, donde paradójicamente el presidente Santos, como acto simbólico regala un cartucho de ametralladora punto cincuenta convertido en lapicero al comandante Timochenko, que como en la novela de Martín, nos recuerda que la ley con sangre entra.

 

el presidente Santos, como acto simbólico regala un cartucho de ametralladora punto cincuenta convertido en lapicero al comandante Timochenko, que como en la novela de Martín, nos recuerda que la ley con sangre entra.

 

De esta manera, aunque se mueva el tablero de la política, aún falta jugar grandes partidas refrendadoras que reafirmen el nuevo consenso social surgido a partir del reconocimiento mutuo de los actores en conflicto; por lo tanto la justicia debe ser arrebatada a los guerreros y a los funcionarios corruptos, la salud a los comerciantes del dolor y de la vida, debe regresarse a la sociedad el dinero robado a la educación por el belicoso dios Marte; el conocimiento es la columna vertebral de la igualdad y de reinserción de las victimas (que somos todos los colombianos); la tierra no debe sumar votos a los caciques políticos, sino multiplicar sueños y bienestar a nuestros abandonados campesinos; la reforma agraria debe pagar la deuda de convertirlos por décadas en carne de cañón de esta guerra; la soberanía nacional debe ser la garante de estos grandes consensos. Sólo cuando esta dinámica de autocrítica institucional empiece a materializarse, la paloma de la paz tomaría un vuelo seguro que superaría las piedras que le tiran permanentemente los enamorados de la violencia.

 

Es hora de que la política deje de ser una táctica para justificar el conflicto, se debe construir complejas e imaginativas estrategias sociales y políticas que justifiquen la paz, que apacigüen los corazones violentos; además, luchar e insistir para que más tribus, que aún existen fuera del muro de los siete reinos, se reintegren a un nuevo pacto social en formación, el posconflicto. De esta manera, el trono de hierro forjado con afiladas espada pasará a ser una pieza de museo, como nos recuerda la rubia heroína literaria de Juego de Tronos, Daenerys Targarien, “estamos obligados a entregar un país mejor que el que nos entregaron nuestros padres”.

 

 

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