“Las horas festivas crecen y mi humanidad es miserable y padece tormento pues soy una parturienta. ¿Hacia dónde me arrebata, oh Dios? Él es lo eternamente vacío y lo eternamente lleno. Nada lo iguala y él iguala todo. Eternamente oscuro y eternamente claro. Eternamente abajo y eternamente arriba. Doble naturaleza de lo simple. Simple en lo múltiple. Sentido y contrasentido. Libertad en el estar atado. Sometido cuando victorioso. Viejo en la juventud. Si en el no”.

(“Los encantamientos”. Tomado de El Libro Rojo. C.G. Jung. El hilo de Ariadna, 2012).

 

 

Si estamos seguros de algo en este tiempo (pandemia -coronavirus), es que todo en lo que hemos sustentado nuestra realidad cotidiana está derrumbándose por algo que no vemos y no alcanzamos a entender, y como no lo podemos ver, se convierte en una amenaza de esas muy oscuras que sólo se materializa una vez que la advertimos retorciéndonos el cuello, asfixiándonos en pesadillas interminables de encierro y hambre, en donde la restricción punitiva hace que no se vea escapatoria. Los pocos que se atreven a salir en su locura desenfrenada o en su estúpido sentido de la negación, son los que deben vivir la pesadilla o el sueño aletargado de andar como zombies en una ciudad fantasma en donde la amenaza viene de un dios gigante que duerme con un ojo abierto esperando a que caigas impunemente en sus garras.

 

Sin duda fabricamos un dios poderoso y contemporáneo que nos pasa la cuenta y el dinero cuando vamos de compras; que nos hizo pensar en la moda y en las cosas más innecesarias para hacer que el deseo se haga cada vez más intolerable, como una adicción que debemos cubrir a toda costa y que nos ha vuelto esclavos sin cadenas o con cadenas elegantes. Hasta los que viven de nuestra basura son los adictos que no queremos ver, son los espejos que tememos ver y a los que sin remedio vamos a alcanzar; ¡sí, nosotros! los denominados “los del sándwich”, los que nos llamamos estratos medios, los que creemos que dar una vuelta en un centro comercial y comer MC Donals o Subway una vez al mes es una realización per se, con la que alejamos los espejismos de la marginación, estado, donde una dosis de capitalismo es necesaria para sobrevivir.

 

El sistema es un dios gigante que tiene muchos brazos, ojos, narices, bocas y manos; muchos órganos sexuales de todos los tamaños, colores y sabores, un monstruo enorme que sabe de entretenimiento y administra justicia como si se tratara de un gran erudito. Hay para este monstruo arte y ciencia a su disposición, para el gusto de cualquiera, hasta religiones que le alaban y le sostienen. Es un dios que te hace probar el paraíso al precio justo de la entrega de tu vida y de tu evolución. Un dios enorme al que hemos alabado sin darnos cuenta, al que hemos venerando generación tras generación. El becerro de oro detrás de la cortina en la que pensábamos que el santísimo estaba expuesto.

 

Es un aparato tan grande que nos hemos olvidado de que lo creamos nosotros y que no es más que una fantasía montada para darle sabor al mundo, por eso, vino con la sal y su comercio… todo vino con la sal… es así; pero como el cuento lo inventaron nuestros ancestros, nosotros somos los niños ingenuos que seguimos creyendo que el monstruo es verdadero. Claro, en esta su realidad, en la realidad del tablero de juego, en el monopoly en el que se habita (países, ciudades y pueblos, principalmente), este monstruo te mata y te devora hasta el hueso, pues hasta muerto tienes de donde sacar para hacerle más fuerte. En su terreno y en su realidad parece invencible y con sus propias armas no podemos derrotarlo porque él se alimenta de sus excrementos, así fabrica armas, así construye ejércitos.

 

Pero resulta que el confinamiento es la cárcel del monopoly y si no tienes nada que ofrecer, entonces, mientras no mueras, sólo generas pérdidas. Ahí es donde está el punto oscuro y ciego del juego, es la puerta de salida y la oportunidad de reconocer al gigante como una gran fantasía. Si no te dedicas a ver tu ombligo, a quejarte del encierro, por duro que sea este proceso de abstinencia; pronto verás que es toda una gran fantasía y te podrás ubicar como el observador externo del juego. Retirarte del juego por un momento te permite develar al monstruo como una creación de origami, si, es muy grande, pero sin peso, porque sólo es papel moneda, es algo que te ha aplastado sólo con el encantamiento de la palabra vacía.

 

El proceso de desintoxicación es difícil, pero necesario y no se pueden dar paliativos para el dolor, los opiáceos sólo retrasan el proceso; por eso es necesario que veamos la muerte de frente, la enfermedad y la miseria a las que nos ha llevado este juego de dioses… es importante el hartazgo con toda clase de información presidencial y estadísticas maquilladas que ocultan la basura debajo de las pantallas de los televisores. La depresión y la aceptación de la pérdida serán llevaderas en la medida que te des cuenta de que esta pérdida es vacía de peso, es sólo una fantasía.

 

Precisamente C. G. Jung[1] es quien en este punto tiene la clave, pues en su obra “El Libro Rojo” habla del encuentro con un gran dios mitológico al que hiere y debe cargar, pero sólo puede hacerlo cuando se da cuenta de que es una fantasía, sólo así puede llevar en sus hombros al gigante. Esto hace posible el rescate del dios, darle su lugar en la mente del analista para finalmente poder sobrellevar todo el esfuerzo. Es decir, se trata de hacer que esta vivencia o circunstancia no sea en vano, ni tampoco una experiencia vivida únicamente desde la queja, el sufrimiento y el miedo, sino que la asumamos como un valioso aprendizaje, estamos ante el arquetipo preciso para el nacimiento de un nuevo paradigma[2].

 

Este proceso de despertar debe ser sostenido por una masa crítica de personas para lograr que el juego se detenga y termine irremediablemente; por eso, esta es una oportunidad de oro, y debemos estar alertas y conscientes, ya que tirarse al ocio con los opiáceos que nos ofrece el juego sólo es una trampa más para enrollarnos nuevamente en él. Las vacaciones pagas a las que se aspira, la asistencia médica y la t.v., basura con contenidos que nos hacen enchufar como sea, no pueden mantenerse eternamente.

 

Este es el dios al que conocemos desde la salida del paraíso como la serpiente que tentó a Adán y a Eva, se debe recordar que es solo una serpiente mítica y se muerde su cola, por eso se está muriendo con su propio veneno. Pero no se trata de que muera por su cuenta sin que le demos el reconocimiento que merece, es importante que se doble el tablero y se guarden las fichas para que nos acordemos que ese juego ya lo jugamos y que ya sabemos de qué se trata, y así, inventarnos un nuevo juego, divertido, con retos que no tengan que ver con cárceles y muerte, para no solventar monopolios que sólo unos pocos pueden disfrutar.

 

Entonces, la segunda parte de este despertar es aceptar que hemos entrado en la cárcel del monopoly y que el dios está herido de muerte. Estamos cerca del final del juego, debemos ubicarnos y estar listos para crear nuevas formas para caminar hacia donde la muerte se convierte en un parto y nacimiento. Para eso, nos vestimos de blanco puro, nos retiramos a nuestro lugar para parir y sentir los dolores, o experimentar el éxtasis de abrirse y dar nueva vida, seguros de que, como dice Silvio Rodriguez: “La era está pariendo un corazón”, porque el anterior se estalló por una sobredosis…

I PARTE: Nacimiento de una nueva humanidad, camino para afrontar la pérdida

 

Carolina Benítez Perugache

Psicóloga Universidad de Nariño

Terapeuta clínica y profesora de Yoga

 

 

[1] Para saber más: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jung.htm

[2]JUNG, Carl Gustav. El libro Rojo. P.p.285-290. Ed. El hilo de Ariadna. Compilación. 2012

 

 

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