El virus biológico abrió las compuertas para que ingresara con fuerza determinante la tecnología relacionada con la comunicación, con la virtualidad, con la informática en general, internet, WhatsApp, facebook, twiter, video-conferencias y otras alternativas que facilitan la interacción social, aprovecharon esta hora para penetrar aún más y de forma acelerada y contundente, su destino es quedarse para siempre.

 

El “monstruo COVID-19” tomó por sorpresa al país y puso en evidencia numerosos problemas: escasa formación en el manejo de las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación social); universidades con elevados porcentajes de estudiantes sin computadores u otros medios para acceder a la virtualidad; extensas zonas de la periferia sin conectividad, sectores rurales sin energía eléctrica; carencia de políticas públicas para garantizar el derecho ciudadano a la información; privatización de las comunicaciones; emisoras comunitarias endeudadas y cerradas por el no pago del uso del espectro, en fin, un panorama desolador que esta pandemia desnudó y permitió que los colombianos pudiésemos observar la debilidad de este esquelético paciente que impide el acercamiento ciudadano a través de las “redes sociales”.

 

En Colombia ya estamos viviendo como ocurre con la salud, las consecuencias de la privatización de los medios de comunicación, los grupos financieros que adquirieron y concentraron estos medios tienen poder decisivo sobre la información, éstos determinan, de acuerdo con sus intereses la divulgación que se debe impartir, no hay, por tanto, una información libre que trascienda los intereses de los monopolios, a esta situación hay que sumarle la alianza que estos grupos establecen con el poder público, el cual, en vez de regular, promover y apropiarse de las tecnologías de la información y la comunicación en favor de los ciudadanos, otorga ventajas a la propiedad monopólica. Detrás de todo, hay una reproducción de la ideología dominante para una sociedad que ya luce dominada.

 

Surgen interrogantes, ¿Cómo contrarrestar el monopolio de las industrias de la comunicación por parte de las empresas transnacionales y nacionales? ¿Cómo regular el servicio y la protección de los usuarios? Este escenario, sobre el cual no hay conciencia ciudadana exige además del estudio y la atención, nuevos principios y sustentos jurídicos para democratizar la información y proteger al consumidor. Las ciencias jurídicas tiene un enorme reto frente a las nuevas tecnologías y un novedoso ámbito de estudio, por cierto, muy amplio porque tiene que ver con lo nacional y lo mundial.

 

Colombia llegó tarde a estos procesos de modernización tecnológica, situación que nos condena a consumir los productos que otros países producen, es decir, nos beneficiaremos de los conocimientos ya acumulados lo que implica fortalecer dependencias. Los sociólogos y economistas nos dicen que más grave y riesgosa es la dependencia tecnológica que la económica. No perdamos de vista que los países industrializados ya se encuentran en el escenario de la “sociedad del conocimiento”, mientras nosotros apenas nos asomamos a la “sociedad de la información”, hacer el tránsito requiere tiempo y una voluminosa inversión en infraestructura técnica, en desarrollo científico y en la formación de recursos humanos.

 

Este rezago tecnológico hay que tratar de superarlo porque en el futuro casi que inmediato las sociedades se fundamentarán en la información y en el conocimiento. Décadas atrás decíamos: “Quien tiene tierras y capital, tiene poder”, después, “Quien tiene conocimiento, tiene poder”, hoy, expresamos, “Quien tiene información y conocimiento, tiene poder”. En corto tiempo, se consolidarán y surgirán nuevas ciencias, el “acontecimiento” científico surgirá del trabajo transdisciplinario y ello contribuirá a mejorar o desmejorar las condiciones de vida, todo depende de la ética en la aplicación del conocimiento.

 

En el panorama actual ya se insinúan nuevos paradigmas los cuales empiezan a mostrar sus perfiles, el “trashumanismo” en vía hacia el “poshumanismo” se experimenta en los sofisticados laboratorios de los países que van a la vanguardia en la investigación sobre nuevas tecnologías, éstas otorgarán al ser humano la capacidad de cambiarse y mejorarse a sí mismos, podrán en el futuro mejorar su talento humano, incrementar sus capacidades físicas y psicológicas, los “super-hombres”, que parecía ciencia ficción, ya están de forma real en el escenario del mundo industrializado.

 

El crecimiento tecno-científico creará un mundo más excluyente, las desigualdades sociales serán radicales y profundas, por un lado estarán los que pueden, mediados por el dinero, hacer uso intensivo de las tecnologías y por otro, los que no podrán acceder a ellas quedando al margen del nuevo sistema mundial de comunicación hasta cuando se popularicen los artefactos y productos generados por las industrias que jalonan el desarrollo tecnológico, mientras tanto, seguiremos consumiendo lo que nos boten los países industrializados porque la producción de bienes informáticos en nuestro país es escasa.

 

Colombia desde décadas atrás ha sido advertida sobre la necesidad de invertir en ciencia, investigación e innovación; intelectuales, investigadores, comisiones de alto nivel como la “Comisión de Sabios”, en fin, han clamado y en veces exigido al gobierno adoptar políticas públicas para involucrar, por ejemplo, en el sistema educativo el componente tecnológico, capacitar a los docentes y estudiantes en el dominio de las TIC, aprovechar los avances técnicos, trabajar en conectividad, generar investigación en el campo de la informática a fin de disminuir la “brecha tecnológica”, sin embargo, las sugerencias han sido poco escuchadas, los esfuerzos son mínimos y, hoy, registramos un atraso desesperante.

 

Ante este escenario de creciente cambio tecnológico preocupa el giro que está presentándose en la sociedad, en el futuro, será más intenso. Se trata de la vigencia del humanismo reemplazado hoy día por la razón instrumental, el utilitarismo, el pragmatismo, la experimentación y la objetividad. Estamos de acuerdo en hacer realidad el sueño de transitar hacia la “sociedad del conocimiento”, pero, la formación en las nuevas tecnologías y en las nuevas ciencias deben tener un alto componente humanista, por su parte, las ciencias tradicionales deben fortalecerlo aún más, en otras palabras, se trata de humanizar las ciencias hecho que pasa por un diálogo entre las ciencias naturales y básicas y las ciencias sociales y humanas, para ponerlas al servicio del ser humano en la perspectiva de que éste sea más feliz. El diálogo debe aportar una ética orientadora de la acción humana en el mundo.

 

En los últimos tiempos vivimos una paradoja inaceptable: El ritmo del proceso tecnológico se presenta hacia arriba en progresión geométrica y el ritmo en humanismo hacia abajo en progresión aritmética, la brecha es cada vez más profunda, hay una crisis del humanismo, los principios morales, la ética, la dignidad, la solidaridad humana, el altruismo, el respeto, en fin, nada importan. Todos los valores de la sociedad se han deteriorado, la persona en la sociedad de consumo es un objeto y poco a poco se va convirtiendo en un ser pragmático y utilitarista. La intensidad de las fuerzas espirituales ha decrecido, por eso, soy partidario de priorizar la formación del ser humano y del ciudadano antes que la del profesional, sin esas dos grandes fundamentaciones el profesional puede ser muy eficiente en el dominio de su ciencia pero siempre será incompleto, la profesión es importante en la medida que vaya acompañada de una preparación para la vida, el profesional integral, es también una mejor persona.

 

La pandemia nos ha puesto a reflexionar sobre múltiples y complejos temas, uno de ellos es el desarrollo de la técnica y la tecnología como fruto de la investigación científica, en este sentido, el llamado es aumentar recursos para la investigación, incrementar la capacidad tecnológica y formar recursos humanos con sentido humanista, es decir, que la hegemonía de la técnica no exalte el hacer por encima del ser.

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Gerardo León Guerrero Vinueza
Licenciado en Ciencias Sociales; Especialista en Historia Social y de la Cultura, Universidad Pablo de Olavide, España; Magister en Administración Educativa, Universidad New México (E.U.); Dr. en Historia de América, Universidad Complutense, Madrid-España; Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador; Miembro de Número de la Academia Nariñense de Historia; Ex-Vicerrector Académico, Ex-Vicerrector de Investigaciones, Postgrados y Relaciones Internacionales; Rector Encargado de la Universidad de Nariño; Autor de varios libros sobre Historia Nacional y Regional, Investigador y Docente Jubilado Universidad de Nariño.

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