“Soltaron su desnudez se hicieron caracolas impusieron sus manos a la tierra tentaron las madrugadas, ya no apaciguan su aullido, danzan en los abismos y sus cantos quiebran la jauría”

 

 

En estos tiempos en que persiste el odio, o mejor el miedo a lo distinto, en que se mantiene latente la invitación a atomizar la humanidad en pequeños morrones de huesos y carne fructuosos que no piensan en la otredad, en estos tiempos de asesinatos a mujeres trans, de rechazo a las disidencias, de maternidad obligatoria cual vacas productivas de mano de obra, en estos tiempos sin educación sexual mirar hacia un lado y hacer que la palabra y todo su poder se transforme en acción, es un acto de rebeldía, es vivir en sonoridad.

 

Tomando las palabras de Marcela Lagarde antropóloga e investigadora mexicana, etnóloga, representante del feminismo latinoamericano, la palabra sonoridad se deriva de la hermandad entre mujeres, el percibirse como iguales que pueden aliarse, compartir y, sobre todo, cambiar su realidad debido a que todas, de diversas maneras hemos experimentado la opresión. Experimentar sonoridad comprende la amistad entre quienes han sido creadas en el mundo patriarcal como enemigas. En las amigas las mujeres encontramos a una mujer de la cual aprendemos y a la que también podemos enseñar, es decir a una persona a quien se acompaña y con quien se construye. Es el espejo de las otras lo que permite a las mujeres reconocerse a través de la escucha, de la crítica y el afecto, de la creación, de la experiencia. Así el feminismo propone que este concepto va más allá de la solidaridad. La diferencia radica en que la solidaridad tiene que ver con un intercambio que mantiene las condiciones como están; mientras que la sonoridad, tiene implícita la modificación de las relaciones entre mujeres.

 

Nos juntamos para transfórmarnos a nosotras mismas y a nuestro entorno machista, a todas las formas políticas y económicas que nos oprimen alimentadas por el recuerdo de Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft, a Christine de Pizan y a Émilie du Châtelet, a Sor Juana Inés de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, a Sojourner Truth y Emmeline Pankhurst, a Rita Mae Brown, Emma Goldman y Bell Hooks, a Iris Pavón y Clara Zetkin, a Adelita del Campo y Elizabeth Cady Stanton, a Marisela Escobedo y Betty Friedan, a Emilia Pardo Bazán y a Victoria Prieto… A Lilith, la primera que se opuso al orden patriarcal; a las que murieron en la hoguera acusadas de brujería en plena Edad Media para arrebatarles todo su saber; a las sufragistas que nos consiguieron el derecho a votar; a las obreras de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York; a todas las mujeres anónimas que trabajan cada día por un mundo más justo, igualitario y libre de violencia para las mujeres; a las supervivientes de violencia machista y a las que no lo consiguieron…Nos Hermanamos, nos hacemos jauría cuando encontramos a la mujer salvaje que intentaron por siglos domesticar, acallar como sumisas mascotas que hicieran parte del ornamento de la casa; nos hermanamos, nos hacemos jauría cuando descubrimos que lo femenino no es un símbolo de debilidad, inferioridad o causa de ridiculización; nos hermanamos, nos hacemos jauría cuando nos juntamos en una sola lucha y se desdibujan las ambiciones individualistas; nos hermanamos, nos hacemos jauría cuando llamamos a las putas, a las obreras y obreros, al estudiantado, a las y los transexuales, a todas las disidencias sexuales y formas posibles se ejercer resistencia rebelde desde el cuerpo.

 

Que se abracen en nuestra lucha los sueños amorosos de las madres luchadoras a quienes la guerra, las injusticias o el patriarcado complaciente e irresponsable les arrebató su compañero, de las estudiantes que desafían los preceptos del pasado, de la indígena sabedora de los secretos de la Pacha, de las obreras que reivindican su clase; las putas, las negras, las mal vistas, las rebeldes, las insumisas, las que le plantan cara al egoísmo y alimentan la ilusión de un mundo nuevo. Nuevos ríos de esperanza se tejen ante los desafueros de una sociedad horrible e inclemente; la tristeza, el desangre, las inequidades y sufrimientos de nuestro pueblo y nuestra tierra sucumbirán cuando la humanidad oprimida se una sin distingos en un solo clamor de dignidad. Este es un grito reivindicatorio de las sonrisas alegres y sediciosas que ya no nos acompañan, de las Adrianas, Rosas, Manuelas, Simones, Marias, Polas, Nadhezdas que resuenan con encanto invitando al fermento de la revolución, a ser una sola voz.

 

La Colectiva Feminista Crepidula Fornicata

 

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