En las variables del tiempo encontramos claves para desentrañar nuestro ser femenino, las culturas antiguas nos lo enseñan con su capacidad de encontrar a cada paso la fuerza de la vida

 

 

La Diosa madre, la madre tierra, se expresa en lugares enigmáticos, cavernas, montañas, fuentes de agua y en los aconteceres de la naturaleza: tormentas, vientos, mareas han sido lugares, fuerzas, enigmas, misterios con los que, en tiempos remotos, se buscaba comunicación y se asumían actitudes de veneración, creando auténticos lugares sagrados en centros activos de energías telúricas, localizados en distintos lugares del planeta.

 

Con los tiempos, han sido remplazadas unas creencias por otras, y sobre las creencias abolidas se suceden templos que ocupan siempre el lugar ancestral, el mismo en que se ha experimentado a través de los tiempos unión con el misterio, con lo sagrado, con lo divino.

 

Esa actitud de veneración de culto es esencialmente femenina. La tierra y todos sus aconteceres, al igual que la mujer, es creadora de vida, dadora de alimentos, la que permitía la supervivencia humana en las primitivas civilizaciones matriarcales.

 

Sociedades matriarcales que fueron desapareciendo por oleadas guerreras de distinto orden, según el lugar donde nos ubiquemos; las invasiones de pueblos denominados barbaros, por ejemplo, en Europa desde el año 5000 al 2000 a. de C. son expresión de un ánimo de conquista, de invasión, de guerra, de dominio, de poder; allí prima lo masculino, y lo que avasalla no encuentra resistencia en los pueblos matriarcales originales porque no eran guerreros y no estaban preparados para la defensa. Los vencedores imponen su ley, sus dioses y el varón gana preponderancia.

 

El culto a la diosa sobrevive hasta que se propaga el cristianismo y se sustituye totalmente; ahora los altares estarán ya siempre tutelados por una figura masculina. Sin embargo el arraigo del culto a la Diosa Madre continúa salvaguardándose y se identifica con imágenes que se hacen correspondientes a la virgen María y que se veneran en bosques, cavernas, cascadas, donde se van construyendo santuarios, como el de Las Lajas. Todas adoradas de forma particular y profundamente arraigadas al lugar donde aparecieron.

 

Seres, lugares, mujeres adoradas que pueden evocar infinidad de sensaciones, de imágenes: quietud, diosa, bruja, lagrimas, espíritu, silencio, pecado, amor, erótica, alma, corazón, amante, reír, soñar, implorar, demandar, odiar, blando, circular, pobreza, salud, condena, religión, comprensión, maldición, violación, flor, complacencia, candor, pasión, honor … Sentires gravados en siglos de dominio, de educación. El amor que nos atañe tan de cerca, por ejemplo, para la cultura griega, signo, símbolo de la cultura de nuestro tiempo, era un concepto muy elevado, don del cual solo podían disfrutar seres inteligentes, ciudadanos, políticos, con capacidad de filosofar. La mujer sin pertenecer a este grupo de seres humanos no era apta para el amor y, por lo tanto, se ejercitaba entre hombres. El matrimonio que ya existía era entonces para la reproducción y la estabilidad familiar.

 

Así desde entonces, pareciera nos urge buscarnos, saber de nuestra identidad, formarnos, informarnos, para perfilarnos en lo que podemos llegar a ser, para creer en una nueva realidad, para hacernos creativas, para encontrarnos, para encontrarse, para que florezcan pensamientos holísticos, para que vibren miles de vínculos en un segundo, para evolucionar, para mejorar y realizarnos como mujeres y como seres humanos.

 

Para que nos podamos encontrar con el varón desde la identidad que cada uno es; no desde una posición inventada, impuesta, porque al final, todos hombres y mujeres somos víctimas de una sociedad que nos esclaviza, que nos dice como tenemos que ser.

 

Esto solo será posible si lo buscamos, si rescatamos la memoria, si tenemos los sentidos abiertos al detalle de cada día, si encontramos a cada paso lo almado, lo sagrado, lo divino. Las culturas antiguas nos lo enseñan con su capacidad de encontrar la fuerza de la vida a cada paso, en lo que sea, en una persona, en un proyecto, en una idea. Así nuestras vivencias afectivas podrán llegar a ser experiencias de amor y tener otra amplitud, otra dignidad, otros parámetros si somos capaces de amar desde allí, desde esa Fuerza de la Vida que nos promueve como consciencia de vida.

 

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