El poder no es eterno, tiene límites. Su pérdida es el fin para quienes ostentan jerarquías presidenciales o de cualquier otro orden. El poder pierde ante la capacidad del hombre libre que no quiere dejarse llevar por el dominio. Para esos hombres la rebeldía y la rebelión llenan de fuerza sus espíritus de lucha. Mientras un pueblo esté unido, allí está la fuerza de su poder.  El poder en cabeza del poder opresor requiere legitimación. Legitimación que se predica con el discurso engañoso que siempre oculta la verdad, verdad que al final siempre triunfa.

 

En las instituciones de gobernanza se habla del poder como instrumento de control social, pero es confundido con el atropello social. Por eso salen a relucir las fuerzas públicas quienes siempre van más allá de sus funciones llegando a los excesos exhibiendo el rótulo de corromper, de abusar, de degenerar. Quienes están en el poder olvidan el pasado, olvidan lo que fueron, lo que hicieron y pensaron. El poder negado es el tributo a la mediocridad y a la incapacidad revistiendo a sus practicantes del uso de las caretas miserables que los despoja de los valores civiles, éticos y morales. Digamos como el papa, curas a las calles, digámosles a los políticos, congresistas, ministros y al presidente mismo vayan a los pueblos del país donde se viven las necesidades, donde se vive la acción que destrona el poder improductivo que hace de los gobernantes una vergüenza. Gobernantes y líderes institucionales trasladen sus poltronas a las periferias y dejen de gobernar con poder omnipotente que solo se le ha dado al orden sobrenatural. El caos estatal es producto de la falta de poder social que no compromete. Porque el poder reinante es el poder para joder a quienes no tienen como defenderse, poder para darle mucho a quien tiene mucho y quiere más. Un poder sin conciencia social se diluye en la ingobernabilidad para convertirse  en un instrumento cínico que esparce arbitrariedad y desigualdad que subasta la democracia y la constitución.

 

Construir procesos de paz implica encausar el poder perpetuo de los partidos causante de las guerras sociales perpetuas.  Hacer un diagnóstico sobre el poder difícilmente produce resultados esperanzadores porque se ha perdido la praxis humana que aviva el espíritu rebelde. El poder social reafirma la convicción humana vitalista para crear y conformar la unidad de una sociedad con todas las fuerzas de su movimientos sociales.

 

Política, poder y autoridad son parientes sedientos en una sociedad donde la democracia esta fragmentada y la religión se ha convertido en desilusión producto del poder clerical que solo sabe de homilías dogmáticas que aún no quieren oler a ovejas. Ejercer el poder es tener una firme posición y la estricta conciencia de una ética y una moral social que defienda los valores constitucionales  y democráticos que se hayan encomendado por el constituyente primario. Ser y poder jalonan la vida, la existencia humana, la convivencia. Ser y poder deben despojarse de todo egoísmo, de toda ambición, de toda perversa lujuria política. El pueblo debe recuperar los espacios que le corresponden constitucionalmente. Se debe pasar de la democracia representativa a la participativa. No se pueden permitir sistemas cerrados a la participación político- social.

 

Doxa y praxis sobre el poder, de la humildad a la soberbia (Cuarta parte)

 

 

Mariano Bernardo Sierra Sierra

Abogado, egresado de la Universidad Libre de Colombia

 

 

 

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