El problema con Venezuela, más allá de todos los episodios que divulgan las empresas monopólicas de la información –voceras todas ellas de la oposición al gobierno venezolano–, es que se trata de un gobierno de izquierda.

 

Hay una protesta muy fuerte por el hecho de que algunos dirigentes opositores estén en sus casas en condición de detenidos, pero la Dictadura de Pinochet envió a sus opositores al cementerio y la Argentina los lanzó vivos a los tiburones sin que la OEA protestara por ello ni los gobiernos latinoamericanos se reunieran para tomar medidas. Estados Unidos, hoy tan preocupado por la democracia de Venezuela, no solo no adelantó acción alguna contra el gobierno de Pinochet sino que había ayudado a organizar el golpe de estado contra Salvador Allende.

 

Esa es la historia de todas las revoluciones de izquierda, desde la bolchevique hasta la bolivariana. Después de la revolución rusa en 1917, el país fue atacado por ejércitos de las principales potencias europeas que se unieron a la oposición interna –el ejército blanco– con el fin de derrotar la revolución de izquierda. Cuando terminó la guerra en 1921, la producción del país se había reducido a un tercio de lo que era antes de la guerra; la escasez y el hambre impulsó a muchos habitantes, no solo los ricos, a salir del país y claro fueron acogidos en los países vecinos. Finalmente, la revolución no fue derrotada sino que se radicalizó aún más y, a partir del fin de la guerra, empezó un proceso de crecimiento económico pocas veces visto en la historia.

 

La revolución cubana se inicia en 1959, en 1961 Estados Unidos financió un grupo de exiliados cubanos, que debía desembarcar en Playa Girón, declararse gobierno y contar de inmediato con el apoyo imperialista para derrotar al gobierno revolucionario. Los invasores fueron derrotados y el efecto fue la radicalización de la revolución y la implantación del socialismo en Cuba. Estados Unidos optó por el bloqueo económico, que ha provocado escasez en la isla y el deseo de muchos cubanos de salir del país y, por supuesto, son bien recibidos en los países vecinos, sobre todo en los Estados Unidos.

 

En Chile, un presidente socialista, Salvador Allende, llegó al gobierno en 1970. Los empresarios chilenos y extranjeros con presencia en el país, apoyados por Estados Unidos, provocaron la escasez de productos alimenticios; las señoras de las clases altas salieron a la calle a golpear sus finas cacerolas. En vista de que la escasez no tumbaba el gobierno socialista, decidieron en 1973 asesinar al presidente e iniciar una masacre generalizada a la izquierda chilena.

 

En Nicaragua llegaron los revolucionarios al poder en 1979. Estados Unidos y los empresarios nicaragüenses empezaron a crear la escasez de alimentos y productos de primera necesidad, por ejemplo, agotaron totalmente la crema dental y el pan; todo el trigo que se consumía en Nicaragua venía de Estados Unidos y esas exportaciones fueron suspendidas de tajo –nótese que en los 43 años de la dictadura Somoza, primero Anastasio el papá, luego Luis el hijo y después el otro hijo Anastasio, no faltó trigo norteamericano en el país. El argumento de Estados Unidos fue el de siempre: defendemos la democracia, pero la dictadura Somoza no les había parecido antidemocrática.

 

En Venezuela se inicia un proceso revolucionario en 1999, pronto se inicia la primera etapa de la desestabilización que es la escasez, el proceso se agudiza en la presidencia de Maduro, al no ver resultados prontos, resolvieron presionar la renuncia del presidente Maduro, por todos los medios; para esto, Estados Unidos ha contado con la obediencia de los gobierno de extrema derecha, tipo Macri, Temer, Peña, Santos, etc. Y no tienen miramientos al acusar a un gobierno de dictatorial por hacer elecciones; eso es una contradicción en los términos.

 

El libreto de la desestabilización es el mismo y los resultados también lo son. El proceso sigue más o menos los mismos pasos: crear escasez de alimentos, medicinas y artículos de primera necesidad, luego hacer presión política y finalmente utilizar la violencia. El resultado es uno de dos: o la revolución resiste, se radicaliza y se fortalece o es derrotada y se regresa a gobiernos aún más de derecha que antes del proceso revolucionario. La disyuntiva no es entre democracia y antidemocracia sino entre derecha e izquierda; todo lo demás es retórica de encubrimiento.

 

 

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