Uno de los compromisos de la Universidad de Nariño es aportar a los tejidos de paz, por eso desde la Asamblea Universitaria y la Facultad de Ciencias Humanas consideramos necesario crear espacios para aportar a este propósito institucional.
Conocer y aunar esfuerzos para traer a Pasto la obra titulada “Ríos y Silencios” del maestro Juan Manuel Echavarría, expuesta en el Museo de Arte Moderno de Bogotá es generar conciencia sobre el horror de la guerra en Colombia, pues esta obra es una de las que mejor ha documentado, denunciado y trabajado este tema en el país.
Había leído y visto artículos y documentales sobre esta exposición “Ríos y Silencios”, pero estar allí… ver la historia del país en los últimos cincuenta años a través del silencio profundo de la ruina de las escuelas, de las fotografías, de las pinturas, de los cantos, de los vídeos, del mausoleo de los NN fue potenciar el conocimiento, el dolor … la conmoción ante el cruento hecho de la guerra.
En este breve escrito de ninguna manera pretendo hacer un análisis de la obra “Ríos y Silencios”, únicamente intento compartir con ustedes mi vivencia, sentimiento y pensamiento frente a esta exposición:
Silencio
Entrar a las Salas de la exposición es reflexionar, ver y hablar sobre esta dolorosa realidad que siempre estuvo delante de nuestros ojos, pero que no quisimos ni entenderla, ni verla en toda la dimensión de su horror.
Silencio, es la palabra que se lee sobre el tablero de esta escuela abandonada:
Silencio… silencio… silencio… ante una violencia vivida por nuestras niñas y niños campesinos. El silencio que guardamos los ciudadanos de bien ante tanta infamia, fue el síntoma de nuestra indiferencia frente a la tragedia que trajo la guerra a estos estudiantes.
Silencio con olor a muerte, de esas niñas y niños cuyos cuerpos y espíritus fueron marcados indeleblemente por la barbarie de quienes brutalmente lo hicieron, de esas niñas y niños que no volverán a jugar, a reír en las escuelas ¿A dónde se fueron? ¿Qué fue de sus vidas? ¿Hay algún registro de quiénes eran cuando llegó la guerra a sus escuelas? ¿Continuaron estudiando en otros lugares? ¿Tuvieron definitivamente que salir de su terruño? ¿Quedaron huérfanos? ¿Sobrevivieron a la guerra?
Silencio… silencio de un Estado indiferente, que, al menos en esas zonas, NO cumplió con su sagrado deber de velar, guardar, proteger la vida y honra de los niños y profesores que habitaban las escuelas; silencio de un Estado que NO implementó políticas para garantizar el derecho a una educación. No me explico cómo de esta manera pretendemos ser el “país mejor educado” de América Latina. Me pregunto si el Estado en su proceso de reparación tomará en serio a la educación como una de las víctimas de la guerra y por tanto tendrá que ser objeto de reparación.
Las fotografías de estas escuelas en ruina, víctimas de la violencia, muestran el “Mapa político de Colombia” de los últimos cincuenta años. (Sin palabras, dolor, indignación, impotencia).
En el tablero de esta fotografía está escrito: “CAMBIOS Y ETAPAS”. “VELASCO – ASEGURE EL KIT DE EXPLOSIVISTA”. “EL CARGADOR DE LA BATERIA”. ¿Queremos más evidencias sobre el hecho de que la educación ha sido víctima de la guerra?.
Rios
Si hay algo hermoso en la geografía colombiana son los ríos, las montañas, la vegetación, pero también estos espacios, en varias regiones del país, se convirtieron en testigos silenciosos de la guerra.
Cuando veía estas pinturas, pensaba: posiblemente a los citadinos les sea extrañas estas imágenes, porque la guerra sucedió lejos de ellos; pero en regiones como la Nariñense, se sintió, se olió, se vivió, por esto identificaba esas imágenes con nuestra realidad.
Las pinturas de los militares, ex combatientes de las FARC o de las autodefensas, muestran el horror de la guerra, en lugares tan olvidados que, posiblemente, ni siquiera hacen parte del registro geográfico de nuestro país, pero sí de la memoria de quienes recorrieron estos lugares como miembros de los grupos armados.
Aquí la narrativa es descarnada: descuartizamientos, incineraciones, asesinatos selectivos, combates, violaciones, suicidios, fosas comunes. Después de ver esta obra ¿Alguien puede seguir pensando que la guerra es el camino, el destino de los colombianos?, alguien puede continuar creyendo en los discursos que plantean la necesidad de la guerra para hacer justicia a las víctimas? Después de ver y escuchar los relatos de los excombatientes ¿quién duda de la necesidad de poner fin al conflicto? ¿De la necesidad del perdón y la reconciliación?, se requiere tener un corazón sin vida para pensar que la guerra es el camino; no quiero insultar a las piedras diciendo “Un corazón de piedra”, pues los taitas dicen que las piedras también tienen espíritu.
El Réquiem NN,
Es sobrecogedor llegar a esta Sala, pues en pleno corazón de Bogotá, en el Museo de Arte Moderno, hay un Mausoleo que da cuenta de las víctimas, de cientos de hombres, mujeres y niños asesinados en la guerra, que por la bondad de corazones generosos fueron rescatados del río Magdalena.
El Mausoleo es la representación de las tumbas marcadas como NN que se encuentran en el municipio de Puerto Berrío, región donde, según investigaciones del Maestro Echavarría (2006-2014), hay 286 desaparecidos. Allí, en la sala “Requiem NN”, esos desaparecidos volvieron a ser recordados y nombrados. Este espacio permite conocer cómo los habitantes de Puerto Berrío adoptando los cuerpos sin vida de los NN les dan “cristiana sepultura”, los re-bautizan, los adoptan como parte de su familia, les llevan flores, les arreglan su tumba y les piden favores.
Este Mausoleo de N.Ns que representa lo que dejó la guerra en Colombia, permite reflexionar sobre la “democracia colombiana”, pues a nombre de ella, en su defensa, se hicieron tomas y retomas: “Aquí salvando la democracia maestro”. Entonces los salvadores se convirtieron en verdugos. Los cementerios de Puerto Berrío como el de tantos otros lugares y regiones olvidadas de este país, da cuenta de los miles de asesinatos que a nombre de “la patria”, “la nación” o la “democracia” se hicieron aquí.
La esperanza…
Ante esta elocuencia, ante este grito de lo que es la guerra, ante esta denuncia es necesario pensar nuevos caminos para nuestra patria, para nuestra nación. Es necesario recobrar el verdadero sentido de democracia. Es necesario reparar el daño que la guerra causó a la educación. Es necesario reconocer lo que ha pasado, pues solo de esta manera podemos levantarnos de estas cenizas y florecer; esta es la esperanza que deja esta obra, la voz del maestro Echavarría, las voces de los exmilicianos, de los militares, las voces de los cantores que trasmiten a través de sus cantos su dolor y su llamado a la paz.
Jhon Gerardo, ex militar, me enseñó su obra y en medio de la crudeza de la descripción veía esperanza. Él mismo es una señal fehaciente de esa esperanza, pues podía perdonarse, perdonar y reflexionar sobre su experiencia en la guerra, podía seguir adelante con su vida, pero no solo eso, es ahora capaz de mostrarnos a los colombianos lo que sucedió aquí, con el propósito de que esta historia jamás vuelva a repetirse.
En medio del relato dijo una frase impactante: “Esta era la carreta con la cual sacaban las cenizas de los cuerpos calcinados y los tiraban en este lugar donde nacieron estas flores”. Así lo creo, de estas cenizas en las que nos dejó la guerra podemos levantarnos, podemos resurgir, podemos florecer.
En medio de tanto dolor, surge la esperanza, pues ver en ese lugar a militares y ex-militantes de las FARC y de las autodefensas juntas, compartiendo y contando su experiencia de guerra, con el propósito de generar conciencia para que esta historia de horror sea cosa del pasado es el inicio de dar paso a la esperanza y con ella al compromiso de ir sembrando en cada corazón con la apertura de estos espacios de reflexión, entre otros, el repudio firme hacia la guerra. Las voces, los cantos, los rostros de las víctimas dan cuenta de que el perdón y la reconciliación sí son posibles, pues este es el camino para construir nuevos proyectos de vida, nuevos tejidos sociales que hoy hacen vislumbrar a una Colombia en paz.
No nacimos para la guerra, nacimos para la paz, para la unidad para la hermandad. Perdón y reconciliación.
María Elena Erazo Coral
Directora Departamento de Ciencias Sociales
Universidad de Nariño