Sentir que mis tradicionales calles empedradas, mesuradas y paramentadas que proveían el encuentro se hayan liquidado y reducido a andenes de un metro para garantizar el paso a los recintos rodantes, me parece bochornoso y desequilibrado

 

 

Mis flujos

 

Desconozco las razones por las cuales por mis venas ya no corre con fluidez el sonido sosegado de los pasos contra el suelo. No sé en qué momento la repetitiva y armónica trama de mis flujos vio entrometerse y entronizarse el recorrido motorizado por encima del tradicional transcurso a pie. Sé que en otras hermanas de mi misma condición, pero con tamaños y actividades más intensas, la suplantación del encuentro a escala entre ustedes por el ronroneo de los atiborrados coches se justifique desde la instrumentalidad del mundo actual, aunque no lo comprendo; pero sentir que mis tradicionales calles empedradas, mesuradas y paramentadas que proveían el encuentro se hayan liquidado y reducido a andenes de un metro para garantizar el paso a los recintos rodantes, me parece bochornoso y desequilibrado. Los pasos de ustedes habitantes cotidianos y esporádicos se volvió también una función instrumental sin más sentido que el traslado, cuando allende me regocijaba la parada, el encuentro casual en la plaza y en el recinto, la conversación oportuna y lúcida en la esquina.

 

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Los espacios para el encuentro, el parque del barrio, la plazoleta, el patio, las flores, los árboles, la calle… han perdido ese sentido del cruce efímero con la sonrisa casual. Fotografía: Facebook “San Juan de Pasto Antiguo”.

 

Pero más crítico me parece aún que ese modelo de zócalos reducidos para el tránsito se repite en las nuevas plegaduras que me continúan construyendo. Los espacios para el encuentro, el parque del barrio, la plazoleta, el patio, las flores, los árboles, la calle… han perdido ese sentido del cruce efímero con la sonrisa casual, sin una sombra que proteja las palabras y las miradas de los transeúntes desprevenidos, y que a pesar de tener las lámparas oportunas para la noctámbula cita, da miedo en su desolada perspectiva el encuentro con la luna.

 

 

 

Pero sin ánimo de chauvinismo ni melancolías y nostalgias insufribles, creo inevitable e incluso necesario el ruido de los engranajes, así como pienso prioritario el ruido que sale de los diesel mas alargados que anchos, pues estos son los que justifican más el humo que expelen con mayor número de ustedes trasladándose. Sin embargo creo que quienes acostumbran a andar en motores individuales no saben de la indignidad y el peligro y de frenadas violentas, de apretujones y contactos corporales inevitables y a veces abusivos; tampoco se deben percatar del estresado guía del dirigible que lucha por una moneda para llenar con creces los bolsillos del propietario, alguien a quien ni siquiera le interesa si el traslado fue cómodo, o si la muerte y la mutación se producen en el trayecto.

 

Y hablando de la forma de realizar y seguir los flujos, me parece curioso y anecdótico que el modelo de caballos de metal movido por sus piernas humanas se haya colado en mis venas tan solo los domingos como réplica de una capital remota. ¿Será que el modelo solo funciona para mostrar la cara del ego en el exterior, pero no sirve para que se jalone efectivamente en la movilidad cotidiana el hábito latente inventado por nadie, de algunos de los estudiantes universitarios y muchos de los alarifes de la construcción que se desplazan a diario sin contaminar y marchando a un ritmo más acorde a la mirada y la velocidad de las piernas que la de los motores expelentes? Tal vez cuando el aire de las mañanas y los ocasos de verano nos muestren una mancha gris intensa en el cielo se entienda que es un asunto de vida y no un sofisma alardeante el de los caballos de acero.

 

Me torno en la memoria como una persona más, como sucesos contenidos en plazas y en calles, con sus imbricaciones y sus dudas, con los olores y las tardes, con la lluvia que cae sobre el asfalto y sobre los cerros como marco. Mi naturaleza es abandonar y recibir, nunca olvidar, en cada lugar hago recordar una y mil historias, que se convierten en el telón de fondo de la vida, que es imposible desligar de los sueños y de la monotonía cotidiana, que son huella y delirio de la gente, de mis habitantes…

 

Sin embargo, de las contradicciones más elocuentes que se producen en mi espíritu urbano es que en medio de la multitud y a veces del hacinamiento y el apretujamiento de la vida, la soledad se va colando en cada palabra y en cada paso de la calle, porque el espíritu solitario aflora en el anonimato de una caminata el domingo en el ocaso, en la del pasajero de regreso a casa, en el niño imaginando monstruos fantásticos en su paso uniformado al colegio.

 

En medio de la multitud y el apretujamiento de la vida, la soledad se va colando en cada paso de la calle

Aquí → Carta de la ciudad de San Juán de Pasto a sus ciudadanos (III Parte)

 

 

Jaime Alberto Fonseca González

Docente del Departamento de Arquitectura

Universidad de Nariño

 

 

 

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