Freud es apocalíptico al predecir la pulsión de muerte como futuro dominante de la época contemporánea, lo que llamaría Lacan como goce y su maestro como aquello que sobrepasa el principio de placer (1920), equivale a un encuentro con lo real, con lo que las religiones propenden ofrecer respuesta pero los discursos científicos aun comprenden solo en el sentido fisiológico, la idea de enfrentarse con la muerte es una incógnita porque nadie hasta ahora ha podido superarla y contar desde la comprobación y evidencia lo que sucede tras su velo como ineludible etapa final de la vida, empero se han creado cientos de narraciones literarias, fílmicas o artísticas que dibujan la superación del hombre con la muerte, ese triunfo sobre la muerte de manera antinatural y simbólica porque al fin y al cabo la muerte es parte inexorable de la vida, en ese combate de algunos personajes dotados de ficción y rasgos humanos que no han sucumbido a la muerte, han trascendido incluso en cuerpo y alma el registro de esta vida banal y terrenal para contar sus hazañas, tal es el caso de Jesucristo, quien resucitó al tercer día de entre los muertos, sus discípulos al investigar en su gruta se encontraron estupefactos con la ausencia del cuerpo de su maestro, sorprendidos escribieron los hechos acontecidos dentro de la santa biblia que a posteriori servirían como pruebas de testimonio de aquellos que vieron el suceso inexplicable y apoteósico, basados en la superación y vencimiento de la muerte se inmortaliza la metáfora del hijo de Dios como aquel ser iluminado que con su sacrificio mortal ha liberado a la humanidad del pecado original, y con su resurrección ha logrado dar una respuesta acerca de qué es lo que existe después de morir.

 

Su relato llena de ataraxia, sosiego y esperanza a los fieles creyentes, pues encuentran que hay un padre, un amo, un ser omnipotente capaz de enviar a su hijo para sacrificarlo ante seres primitivos de amor y espiritualidad, y luego traerlo de vuelta para dar el testimonio que sería transmitido por más de 2 siglos intergeneracionales creando infinidad de subgrupos enraizados desde el cristianismo, en este sentido,  no solo las religiones judeocristianas juegan con ese ideal de responder qué hay después de esta vida, la indescifrable parca de Caronte y Thanatos también hace eco y resuena  en regiones de todo el globo terráqueo en Asia, Europa, áfrica, cualquier religión que le otorgue un sentido a la existencia de un más allá de esta carnal vida tiene validez y efecto positivos y negativos en el psiquismo especialmente de nosotros los neuróticos.

 

Es en este punto donde vienen a actuar las religiones en los rituales relacionados con la simbolización de la muerte, recordemos que ni la ciencia, ni el existencialismo satisfacen la demanda de los sujetos cuando se preguntan cuales son las pruebas de que la vida se acaba en este plano cuando se extingue la biología del cuerpo, allí opera la religión como discurso amo y vence a la ciencia, puesto que esta última ha realizado intentos vehementes por prolongar los años de vida, congelamiento del cuerpo, pero nunca ha llegado a materializar la inmortalidad, en cambio las religiones por medio del poder del significante de las palabras y de sus oradores intermediarios transmisores del mensaje de fe crean un aire de paz en el imaginario de los familiares y cercanos del fallecido, no es al muerto a quien le invade la angustia y perturbación, por que al fin y al cabo desde una respuesta lógica que es lo que hace el psicoanálisis, el ser amado que ha partido se encuentra con la nada y su psiquismo también muere, más la cuestión que preocupa es el legado y la huella que se deja en los familiares, ese recuerdo a veces tormentoso y  culposo pero que en otras ocasiones llega a ser necesario para simbolizar la partida y generar una despedida sana, pero es Freud en su texto duelo y melancolía quien nos va a remover todos estos conceptos, el padre del psicoanálisis afirma que el duelo es un efecto normal en la vida anímica y psíquica cuando se pierde un objeto libidinizado que puede estar representada en una persona amada, es decir, que en la transición del duelo es normal manifestar signos como el dolor, sufrimiento, caída de la libido, disminución del deseo, tristeza, angustia.

 

Freud dice que al perder a alguien, la libido se retrae hacia el yo y los objetos de afuera pierden valor por tanto la persona se encuentra en un periodo de ensimismamiento, pero la libido como energía psíquica y sexual no deja de invertirse así sea hacia adentro, en el recuerdo, en los objetos del muerto, en los lugares donde se compartió juntos, en las reminiscencias se haya un trabajo de duelo que implica que la persona debe realizar un esfuerzo para curar la herida abierta con esa partida, porque en términos finales e inconscientes la falta del otro y la muerte del otro es un encuentro narcisista que nos remite hacia nuestra propia falta y nuestra propia muerte.

 

Sin embargo, es válido preguntarse ¿qué pasa con las personas que no han podido simbolizar la partida de un ser querido?, ¿qué sucede con las personas que no encuentran un cuerpo para dar cristiana sepultura? , ¿qué hay detrás de la culpa y de los asuntos no dichos al ser que ha partido?, antes de poner en cuestión esas preguntas, es necesario mencionar a groso modo la diferencia que hay entre un duelo normal y la melancolía que se despierta como resultado de ese duelo, el primero como mencioné, es una reacción normal en la vida anímica del hombre, por tanto es normal que la persona viva de manera individual su proceso de duelo, los duelos nunca serán colectivos e iguales y las etapas del mismo pueden variar, incluso no hay etapas si se quiere verlo así, ahí es donde no se debe juzgar nunca las creencias religiosas, agnósticas, o culturales porque pueden ser un sostén y asidero para que la persona viva el dolor de la ausencia y luego resignifique esa partida, sin guiarnos siempre del DSM el duelo nunca será patológico; por eso Freud añade que al patologizar el duelo se está haciendo apología a los procesos capitalistas de la psiquiatría, de intentar ser feliz a costa de proclamarme consumidor, de desprenderme lo más rápido posible del dolor psíquico para volver a ser productivo, de empastillar el síntoma de sufrimiento que trae el duelo, por tanto no se lo vive, no se lo siente, no se lo tramita, ni se lo elabora.

 

En contraste, la melancolía como detonante del duelo tiene que ver con un asunto estructural y clínico de la psicosis, ahí es cuando el duelo como evento vital puede ser patológico, más no en si mismo como proceso, la diferencia radica en que en la melancolía hay un total vaciamiento del yo, la persona se desvaloriza, el yo cae rotundamente a pretensión de su goce y su pulsión de muerte es imperante, no hay un deseo que salve su vida en términos técnicos señala Skriabine, (2006) “En la melancolía, el sujeto cae bajo la sombra pesada del objeto, no sabe separarse de él y va hasta alcanzar definitivamente su estatuto de desecho en el pasaje al acto melancólico, haciendo estallar en pedazos el marco inoperante del fantasma” (p.6).

 

PS. Carlos Alexis Cabrera Kahuazango 
Universidad de Nariño
Estudiante de Especialización Psicología Clínica Psicoanalítica
Universidad San Buenaventura 

Referencias

 

Freud, S. [1915] (1917). Trabajos sobre metapsicología, duelo y melancolía. Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu.

 

Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. Tomo XVII. Buenos Aires: Amorrortu.

 

Skriabine, P. (2006). La depresión ¿felicidad del sujeto? En Virtualia N° 14.

Buenos Aires. www.virtualia.eol.org.ar

 

 

 

 

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