Empezaré por una definición teórica de dos conceptos que se han escuchado repetidamente en estos días: impuesto progresivo e impuesto regresivo.  El impuesto progresivo es el que graba proporcionalmente, en términos porcentuales, a la renta como lo hacen los impuestos directos.  Si el impuesto es X%, el que tenga una renta de 100 pagará un impuesto de X; el que tenga una renta de 1.000 pagará un impuesto de 10X, a más renta más impuesto.  Impuesto regresivo es el que graba en un porcentaje mayor al que tenga una renta (o ganancia) menor; es el caso de los impuestos indirectos, como el IVA.  Si a un artículo A le ponen un IVA equivalente a 100, el que reciba una renta (o ganancia o salario) de 1.000 paga, al comprar A, un impuesto equivalente al 10% de su renta, mientras que el que recibe 10.000 paga, al comprar A, un impuesto equivalente al 1% de su renta.  Algunos defensores del IVA han dicho –de manera descarada, me parece– que el IVA es progresivo porque el que más tiene más compra y, por eso, más impuesto paga.  En nuestro ejemplo, dicen ellos, el que gana 10.000 no compra A sino 200A; pero no es de eso que estamos hablando.

 

A propósito, IVA significa impuesto al valor agregado.  Pero de hecho es un impuesto al consumo; debería llamarse IC.  Un fabricante agrega valor con el trabajo de sus obreros.  En otras palabras, la mercancía que se produce tiene un valor nuevo, añadido al valor que existía antes de producirla.  Teóricamente, el impuesto debería pagarlo el fabricante, pero todos sabemos que el IVA se agrega al precio de venta, luego, lo paga el consumidor.  En estos días le escuché a un analista económico de uno de los monopolios privados radiales hacer el siguiente planteamiento: el IVA lo debe pagar la empresa que fabrica la mercancía, que agrega valor, si algún fabricante lo suma al precio final, el consumidor tiene el poder para no comprarle a ese fabricante sino a otro que no lo haya sumado.  Ese analista está creyendo lo que dice la teoría neoclásica-neoliberal: primero, que existe un mercado de libre competencia y, segundo, que el consumidor tiene un conocimiento perfecto de ese mercado al momento de comprar.  Ambas cosas son falsas.

Al asalariado, en cambio, se le puede tratar de cualquier manera porque no tiene para dónde irse

El proyecto de reforma baja los impuestos directos, particularmente a las grandes empresas, y sube los indirectos.  Sin reforma, las empresas con ganancias mayores a 800 millones de pesos pagarían el próximo año un 42%, con reforma pagarán un 39% y se les irá bajando el impuesto hasta un 32%.  Por su parte el IVA aumentará del 16 al 19 %.  El argumento para esa decisión parece razonable.  Se refiere a aquello de la confianza inversionista –uno de los huevitos de cierto personaje–; la idea es que los capitalistas deben ser tratarlos con consideración, porque de no ser así los capitales se van a otros países.  Esto significaría pérdida de competitividad del país.  Al asalariado, en cambio, se le puede tratar de cualquier manera porque no tiene para dónde irse.  No en vano, globalización neoliberal significa fronteras abiertas para el capital y cerradas para los trabajadores.  Pero, no es tan cierto que el capital se vaya, la verdad es que hay tanto capital en el mundo que no existe mucho espacio libre; el economista canadiense Louis Gill dice que el valor mundial de los productos derivados de cualquier tipo de transacción, a finales de 2008 era del orden de 700 billones de dólares, es decir, alrededor de 14 veces el producto mundial bruto[1].

 

La realidad es que las reformas tributarias de todos los países que viven bajo la égida de los organismos financieros internacionales –BM, FMI, OMC–, tienen que obedecer a los mandatos de estos organismos.  Para disimular las órdenes recibidas se crean comités de expertos “independientes” que formulan propuestas.  Recientemente, uno de tales expertos –uno que viene de la docencia en una universidad pública–, cuando le preguntaron a quién se le había ocurrido la genial idea del “monotributo” (que está en la reforma tributaria), respondió, con inusitada franqueza: “al Banco Mundial”.   La tarea de tales organismos consiste en defender el capital bancario.  Por esa razón, el servicio de la deuda, en el presupuesto nacional es lo que es.  El presupuesto de educación o de salud está sometido a debate, pero nunca se ha oído un debate público sobre cuánto dedicar al pago del servicio de la deuda, aunque este es siempre el rubro más voluminoso.  Para 2017 el servicio de la deuda será el 24% de presupuesto –esto equivale al salario mínimo de 78 millones de obreros, la cantidad de trabajadores de cuatro países como Colombia–, mientras que el rubro de educación será de menos del 15% y el gobierno dice que el mayor rubro del presupuesto es el de educación, sencillamente porque el servicio de la deuda es un dato, no es una variable sobre la que se pueda debatir.

 

Al tiempo que se discute la reforma tributaria es necesario discutir también para dónde irán nuestros impuestos.  Por ejemplo, ¿cuánto irá a la banca mundial?, ¿cuánto irá al bolsillo de los corruptos?

 

[1] GILL Louis. En el origen de las crisis ¿sobreproducción o subconsumo?  Publicado en la revista Carré Rouge, abril 2009. https://marxismocritico.com/2011/09/29/en-el-origen-de-las-crisis-%C2%BFsobreproduccion-o-subconsumo-louis-gill/, pág. 18.

 

 

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