Desde una zona rural a 25 minutos del centro de la ciudad de Pasto, me preparo para salir al mundo y sus devenires. Tomo mi cartera y me siento en mi fiel silla de ruedas pues estoy ansiosa por comenzar una sesión más de mi amada Escuela Popular de Género.

Sumergirme en la escuela por primera vez fue adentrarme en un mundo que no conocía, esa sensación de llegar a un grupo con tantas singularidades, con tantos conocimientos, con tantas vivencias y con la firme intención de compartir un poco de sí, fue definitivamente un despertar a lo real y material de una metamorfosis que primeramente comenzó en los idearios de mis pensamientos.

 

Previamente venía yo luchando contra mis propias cadenas y prejuicios tanto de mi cuerpo como de mis reflexiones, venía de una construcción continua y en ocasiones dolorosa de la mujer que me gustaría ser y que creo estoy logrando. Tímida, nerviosa y pendiente del qué dirán, que detestaba las fotografías de cuerpo entero, porque el reflejado en esas imágenes no era mío, ni mi gusto de vestir, ni mi esencia como mujer, no me creía digna de miradas -de esas coquetas que te sonroja, no de las acosantes y tediosas- ni siquiera sentía que era una mujer plena. Fui saliendo del letargo en el que me encontraba, cuestionándome acerca del valor que me di durante años, comenzando a leer de mujeres iguales a mi e historias en el mundo que me inspirarían, abriendo mi mente a nuevos horizontes colectivos.

 

De pronto me pude sentir bella por primera vez, porque amarse es el ingrediente definitivo de la autonomía y con ello la libertad; nuestros cuerpos no serán nunca cárceles si nuestras mentes son alimentadas y escuchadas. Opinar, disfrutar y asumir decisiones son batallas ganadas a diario desde que decidí SER, tomando conciencia de mis derechos con valentía, iniciando desde la construcción de mi interior para obsequiarla, sin culpas, sin miedos y con la convicción de que los cambios solo son posibles si nos abrimos al conocimiento en cualquiera de sus formas. Encontrar el sendero del empoderamiento es un comienzo en ocasiones incierto que necesita de espacios destinados al crecimiento y al desarrollo de personas que desean un cambio social, la escuela es esa puerta al resurgimiento.

 

 

Entonces la magia comienza, con expectativa y latidos a mil en el pecho, empezamos los talleres aclarando y despejando dudas sobre conceptos que se entretejen para dar nacimiento a temas relacionados con género. La comprensión del sistema sexo -género y lo que implica su normalización social fue determinante para afianzar mi decisión de libertad, los roles y estereotipos de género no están tan distantes de la realidad individual porque “el azul es para los varoncitos y el rosa para las mujercitas” como alguna vez también erré en opinar.

 

Continuamos explorando encontrando que la diversidad funcional y las temáticas de género se entrelazan. La palabra discapacidad deja de ser la protagonista ya que involucra la fijación en lo que falta, en lo que no se puede hacer, dejando atrás a la persona y sus facultades dentro de su particularidad, así se acoge a Diversidad Funcional, concepto propuesto como novedad en el año 2005 en el marco del Foro por una Vida Independiente donde se concertó apropiadamente como definición acorde, reivindicatoria y humanizante, la cual concibe a esta diversidad ya no como una invalidez del ser, sino como una condición humana que no impide el desarrollo personal pues con herramientas y actuar social se llega a una vivencia efectiva de derechos y oportunidades. (Romañach & Lobato, 2005).

 

Al plantearme como una mujer con diversidad funcional, encaminada al empoderamiento de mis derechos, soy consciente de que las barreras a romper son más grandes. Hemos sido relegadas socialmente, desde mucho tiempo atrás, a desempeñar labores domésticas y de cuidado cuando nuestra condición nos lo permite, han tildado nuestro cuerpo como no deseado por no pertenecer a los estándares de belleza que lo comercial va imponiendo según la época, nos han hecho creer que no tenemos poder sobre nuestras vidas, pues han disfrazado la disminución de nuestro ser con un falso cuidado, se nos ha juzgado por querer ser madres, se nos ha esterilizado sin consulta soslayando nuestro derecho a decidir.

 

El escaso o nulo acceso a una educación verdaderamente inclusiva ha dado como resultado que la pobreza sea una constante, ya que la obtención de un trabajo difícilmente podrá lograrse mientras se mantenga esta realidad. La salud como derecho integral se ha visto relegada a una prestación de servicio meramente técnica, encaminada a la asistencia en rehabilitación, invisibilizando las necesidades especiales que ser mujer implica. Es así como en el seno de la escuela, se comienza a hablar de estos temas que parecían inexistentes, a meditar a la diversidad funcional como característica humana que sale de lo meramente clínico o aparente.

 

Mentes y corazones dispuestos a conocer más allá de las realidades propias, son los existentes en las personas que participaron activamente en este proceso y que dieron lugar a reflexiones abiertas y sinceras como la anterior, pues son seres que se han cultivado en el huerto del interés hacia lo social y comunitario. Disfrutamos de opiniones coloreadas con el sentir indígena, afro y mestizo, opiniones desde lo maternal y también lo opuesto, pensamientos jóvenes con una larga trayectoria y autoformación. Nos alimentamos con múltiples apreciaciones de los temas que se desarrollaron; así lo musical, académico, artístico, antropológico, económico, jurídico, psicológico, físico y sexual confluyeron a un aprendizaje integral y mayoritariamente vivencial, porque así como lo dijo kate Millet “lo personal es político ” y en este proceso fue evidente ya que cada persona que integró el grupo de participantes aportó el conocimiento adquirido en el transcurrir de su existir.

 

Los espacios y dinámicas para el aprender son trascendentales cuando se trata de educación, por esto la escuela se nutrió, para fortuna de quienes participamos, de técnicas alternativas como la realización de Talleres participativos donde los conocimientos son compartidos y no solo otorgados, es validar la visión y el existir dentro de lo estudiado pero a trevés del cristal de otras ventanas; Cine – foros reflexivos que hacen del aprendizaje un elemento del corazón, ya que el visualizar mediante el arte cinematográfico contextos sociales nos acerca de manera contundente a historias cuyo contenido permite entrever problemáticas a las cuales se les ha restado importancia pero que continúan latentes; el Performance que nos acerca al arte multidisciplinar, estimulando no solo nuestra mente sino con ella nuestros sentidos y sentimientos; foros como diálogos y manifestación del pensar individual y colectivo; laboratorios corporales como instrumento de sanación y voz para expresar; círculo de mujeres como exaltación de la fuerza de la palabra vivida y de la reconciliación entre el dolor de un pasado y la esperanza del presente.

 

La transformación social comienza cuando nos involucramos, nos escuchamos, nos reconocemos en nuestras diferencias y aceptamos los pensamientos divergentes como parte de nuestra interacción con el mundo. Experimentar y reaprender abre un sin número de oportunidades para visualizar nuevos e interesantes aspectos de la humanidad tal vez ocultos en nuestra cotidianidad por prejuicios y estereotipos arraigados, que difícilmente se alejarán sin una verdadera intención de despojo, de liberación, de resurgimiento personal. Es así como la Escuela Popular de Género se desarrolla dentro de un espacio diverso e incluyente, que permite el conocimiento compartido, ya que este parte de lo que nosotros y nosotras pensamos, sentimos, hacemos y decimos.

 

Nuestra Escuela se ha construido como un espacio de interacción, de reciprocidad, de un diálogo de saberes continuo en un proceso de enseñanza y aprendizaje, dando lugar a posiciones críticas, soluciones y cambios que parten desde el actuar propio convirtiendo a pequeños actos cotidianos en una ola de cambio, pues la transformación también sucede cuando somos personas más reflexivas, coherentes y dispuestas a relacionarnos con la diferencia, todo partiendo desde los tres momentos de la educación popular: sentir, pensar y hacer. Así avanzó este nacimiento de seres impregnados por la paz, y que serán semilla fértil que dará buenos frutos.

 

Identificar como nuestro territorio el cuerpo, sea este diverso o colectivo, e interiorizar que somos también energía, remendar el alma y sanar heridas, apostar a un amor realmente incorruptible y deconstruir ese imaginario de amor romántico que ha disfrazado las violencias de género, perdonar, ver y sentir desde el existir de alguien más, llorar con el dolor ajeno, con todo nos tejimos y continuamos haciéndolo, con hilos de confianza, de libertad y autoestima, apropiándose de los conocimientos y haciéndolos extensivos; esta madeja impregnada de dulzura contiene la fuerza de cada persona participante y que como resultado se obtendrá un tejido único, colorido, cálido, resistente e incluyente. La Escuela abrigará nuevas ideas de reconstrucción desde lo aprendido en ella pues tocó, sin duda alguna, la esencia del ser.

 

 

 

Jackeline Guaitarilla

Facilitadora Escuela Popular de Género.

Fundadora y directora de la Colectiva Mujeres Diversas: Libertad, Conocimiento, Empoderamiento.

 

 

Referencias

Herrera, M. (2017). Diseño curricular de la Escuela Popular de Género. Alcaldía de Pasto.

Romañach, J., & Lobato, M. (mayo de 2005). Asociación Iniciativas y Estudios Sociales. Obtenido de Asociación Iniciativas y Estudios Sociales: http://www.asoc-ies.org

 

 

 

 

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